Notas al vuelo

Un viejo zorro

Gonzalo Silva Rivas
15 de febrero de 2017 - 02:39 a. m.

El impredecible presidente Trump mantiene abierto un capítulo de suspenso con las recién sacudidas relaciones cubano estadounidenses. Sus advertencias de desmontar acuerdos suscritos por su antecesor, en caso de que la isla se resista a aceptar demandas suyas sobre política interna, prende las alarmas entre los viejos defensores de la revolución socialista y los nuevos empresarios capitalistas que desembarcan en sus costas para sacarle dividendos al promisorio mercado caribeño.

Las incongruentes declaraciones suyas sobre el tema se han endurecido con el paso del tiempo. En 2015, cuando Obama descongeló las relaciones bilaterales, se sumó con cautela a la decisión oficial. Meses después acusó que el único beneficiario sería el régimen cubano, pero celebró la intención de atraer el interés de la isla hacia Estados Unidos. Posteriormente, hasta su más reciente pronunciamiento, radicalizó la posición y se mostró dispuesto a exigir contraprestaciones en materia de libertades políticas y religiosas, como condición para mantenerles las alas a los acuerdos.

Aunque Trump tiene la facultad de dejar sin efecto las órdenes ejecutivas firmadas por Obama, la reversión de lo concertado podría convertírsele en arma de doble filo. Desde el punto de vista político, profundizaría el enfrentamiento bilateral, oxigenando las manifestaciones de hostilidad y agresión que marcaron las relaciones durante más de medio siglo. Recrudecer las dificultades financieras de la isla conllevaría a acelerar su crisis y a presionar la salida de refugiados, estimulando un éxodo desbordado que sometería a dura prueba las últimas y cuestionadas políticas migratorias de Washington.

En lo comercial, tampoco sería tarea fácil convencer a las empresas estadounidenses a reversar su llegada, en momentos en que sus negocios encuentran un amplio horizonte de oportunidades económicas, de las que otros países sacan provecho. Para las compañías que empiezan a instalarse -aerolíneas, cruceros y hoteles, junto a firmas de comunicaciones, farmacéuticas e industriales- un súbito cambio en las reglas de juego daría pie para el reclamo de millonarias compensaciones ante el Estado, aumentándole los dolores de cabeza a la Casa Blanca.

En el sector turístico, el más sensible a los beneficios o afectaciones frente a las eventuales medidas, son varias las compañías que formalizan su aterrizaje, deseosas de conquistar un espacio vedado durante cinco largas décadas de embargo. American, Delta, Southwest, Jet Blue, Carnival, Starwood o Airbnb, entre otras, direccionan inversiones con destino a Cuba, mientras adelantan lobby ante el gabinete de poderosos halcones gringos, que durante su corto mandato inclina la balanza de sus decisiones hacia una postura radicalmente conservadora.

Luego del deshielo de las relaciones, la isla repuntó en su actividad turística. El año pasado recibió 15 por ciento más de turistas que en 2015 y produjo ingresos por US$3 mil millones. El flujo de mayor crecimiento fue el estadounidense, que aumentó por encima del 90 por ciento, pese a sus restricciones para visitarla como destino de ocio y diversión. Ocho aerolíneas de bandera norteamericana operan actualmente diez ciudades cubanas, con un registro de 110 vuelos diarios, equivalente a una oferta de sillas cercana a los dos millones.

Trump exploró hace años la posibilidad de construir campos de golf en la isla caribeña, y su agudo olfato en los negocios le indica que es un país con oportunidades para invertir y obtener ganancias. Frenar los avances y afianzar el bloqueo podría desatar mayores tormentas en su imagen internacional, desafinar las cautelosas relaciones con su colega Putin y cerrarle las puertas a un mercado estratégico y dependiente, que en algo puede paliar el alto déficit comercial de los Estados Unidos, donde millones de personas, cerca del cinco por ciento de la población, se encuentran sin empleo.

Las exigencias gringas no tienen cabida en el régimen comunista, nada dispuesto a hacer concesiones sobre sus principios revolucionarios. Como Raúl Castro permanecerá en el gobierno hasta el 24 de febrero del próximo año, será posible que el impredecible Trump espere la llegada del poscastrismo, antes de tomar acciones que impliquen borrar de un solo tajo las órdenes presidenciales de su antecesor. Su alternativa será decidir si como mandatario inexperto levanta un muro de irracionalidad política con Cuba, o se queda con el pragmatismo, la astucia –y los dólares–, propios de un viejo zorro en los negocios.

gsilvarivas@gmail.com

@Gsilvar5

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar