Una bahía y un estuario

Tatiana Acevedo Guerrero
04 de junio de 2017 - 07:23 a. m.

Un estuario se forma cuando un río grande se estrella contra el mar y, en el ritmo de las mareas, se mezclan las aguas dulces y saladas. Una bahía es lo contrario a una península. Es el mar que, se mete tierra adentro, erosiona poco a poco, hasta que hace una curva e interrumpe la costa. Buenaventura, al occidente del Valle del Cauca, es un estuario y una bahía. La bahía la formó con paciencia el Pacífico. Y en ella fluyen, en estuarios lindantes, el río Dagua y el Anchicayá. La ciudad, que se reinventa todos los días en orillas y manglares, está además situada en el terreno entre dos ríos caudalosos. El San Juan y el Naya.

El agua de la bahía, mezcla entre mar, ríos y barrios, registra en promedio un poco más de 27 grados centígrados. Buenaventura no sólo la navega, para comercio o pesca, sino también la habita. Cuadras y casas se le construyen encima —suben y bajan con las mareas. En el marco de la gran inversión estatal y privada en el puerto o en la minería a gran escala, estas aguas son a veces invisibles, relegadas a un papel pasivo como recurso, pensadas como manejables, sometidas a contenciones y dragados. Desde Bogotá se piensa en ellas, en momentos de peligro, en ocasiones de inundaciones o sequías o derrames de petróleo. Pero para quienes hacen una vida con la bahía no hay olvido de las aguas. Hay, en cambio, un reconocimiento constante de las relaciones cotidianas entre distintas comunidades con los ríos, el mar, la lluvia, los caños y los charcos.

Al medio día hirviendo, los pescadores y trabajadores de barcos salieron a protestar al mar. Recorrieron la bahía, en señal de protesta por las malas condiciones en el que se encuentra la actividad en el puerto. Los pescadores artesanales, quienes hacen parte del Comité Cívico del Paro, no sólo tienen que ir más lejos mar adentro para atrapar algo, sino que están a merced de los robos de la criminalidad organizada y son constantemente amenazados por las “autodefensas gaitanistas” que les cobran vacunas. Según cuenta Manuel Bedoya, uno de los líderes del grupo, “allá a donde vamos no hay la protección de la Armada, la Policía no puede ir (…) ya casi ni comemos pescado por el alto costo del combustible y de los implementos”.

En los barrios que flotan cerca al puerto son constantes los desplazamientos forzados por cuenta de bandas que buscan vaciar la zona para las inversiones venideras. Victor Vidal, integrante del Proceso de Comunidades Negras-PCN, recuerda que están a la espera de reparaciones individuales y colectivas para las comunidades que son víctimas del conflicto armado “porque para nadie es un secreto que hemos sido víctimas y que la guerra siempre ha estado en Buenaventura, porque es un corredor estratégico para el narcotráfico”. También están a la espera de la prometida recuperación de las cuencas degradadas.

Hace falta además el agua potable. A las actividades el paro se sumó la quema de recibos de la empresa Hidropacífico, que presta el servicio de agua y aseo en la ciudad. “Porque ese otro monstruo atracador nos viene saqueando, quitando la plata. No hay agua, mal servicio. Ya se han gastado como 170 mil millones para hacer unos tanques, pero no saben cómo hacer para seguir sacando billete”, denunció el líder Bedoya.

En alguna medida el paro cívico, que se extiende en la ciudad y sus alrededores pese a la fuerte represión estatal, es también un cuestionamiento sobre las formas estatales de entender, representar y olvidar las aguas de Buenaventura. La crisis es también una del agua. Una resistencia a una serie de prácticas, instituciones y actitudes que han transformado los cuerpos de agua legando desventuras para muchos y beneficios para muy pocos.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar