Una clase de clase

Juan Carlos Ortiz
05 de febrero de 2017 - 07:22 p. m.

Roger Federer y Rafael Nadal acaban de disputar la final del Abierto de Australia y allí, mucho más que una lección de gran tenis, nos han brindado una clase de vida.

Más allá de jugar un partido de muy alta calidad, con bolas interminables, con técnica exquisita , con potencia abrumadora, estos dos monstruos, los máximos ganadores de grandes torneos de la historia de este deporte, Federer con 18 victorias y Nadal con 14, nos han dado una demostración de madurez y de consistencia en un mundo que no perdona el paso del tiempo, donde tener más de 30 años ya se considera viejo.

Dos tenistas que venían de estar lesionados y que llevaban ya varios años sin ganar un gran torneo se han llevado la gloria y vuelven a enarbolar la bandera de la de la experiencia y de la calidad.

Una clase de respeto, de juego limpio y de pocas palabras en un mundo donde atacar,  desprestigiar, hablar mal del prójimo, se ha convertido en un tema de todos los días, en una sociedad enferma de protagonismo y de mentiras.

Una clase de comportamiento, en un partido de altísima rivalidad y competencia, donde no sólo se disputaba un torneo sino un lugar en la historia, mostraron que, además de ser grandes tenistas, son un ejemplo para una sociedad llena de envidias y de  malas prácticas, donde sólo basta observar el desempeño de algunos políticos, deportistas y empresarios, quienes para poder competir y triunfar usan todo tipo de artimañas.

Federer y Nadal han demostrado que, además de ser tenistas, son seres humanos con clase y durante el encuentro nos ofrecieron a todos una clase de esa clase, la que ejemplifica, la que inspira, la que nos recuerda que para triunfar en la vida se necesita humildad, respeto, perseverancia, trabajo y mucha calidad.

Gracias, señores, por prendernos una luz en este túnel.

 

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