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Una estación inesperada

Eduardo Barajas Sandoval
19 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

La estación más importante de la gira asiática del Presidente Barack Obama es la de su inesperada visita a Myanmar.

La osadía de la realización de un viaje asiático que incluya países fuera de lo común, lejos del anillo tradicional de los amigos de los Estados Unidos, no se le puede atribuir solamente al recién reelegido presidente. También es justo darles un reconocimiento a los difíciles y recónditos gobernantes del país asiático; además, claro está, de lo que le toca a la renombrada Aung San Suu Kyi.

El verdadero valor diplomático y político de la escala de Obama en Myanmar está todavía por verse, pero los hechos dan lugar al optimismo. Si su primera consecuencia es la adopción pronta de estándares democráticos que permitan unas elecciones libres, el logro tendrá que ser compartido entre él, como presidente de una potencia mundial con preocupaciones sociales, y unos líderes locales que habrán tenido que reconocer que su modelo autoritario e intolerante no podía ir más allá.

Para nadie es un secreto que todo presidente de los Estados Unidos tiene la obligación de juagar en diferentes tableros, según los intereses globales de gran potencia que ninguno puede evadir y mucho menos desaprovechaf. De ahí que normalmente los mandatarios norteamericanos terminen por inmiscuirse en uno que otro escenario alrededor del mundo, para dictar su posición, o al menos echarla a andar con la esperanza de que sus diplomáticos sean capaces de completar la tarea.

En ese contexto resultan extraños los movimientos inesperados, como el de ir a un país tradicionalmente cerrado y reconocido por sus reiteradas actuaciones en contravía de la corriente democrática. Pero ahí tal vez está el valor de lo que ha hecho Obama, que puede ser una muestra de lo que será capaz de hacer de ahora en adelante, cuando no tiene la limitación de una posible campaña presidencial. De manera que podemos estar presenciando el inicio del nuevo estilo de un presidente de los Estados Unidos que no tiene que hacer cálculos tan refinados en cuanto a su agenda, porque ahora tiene rienda suelta, sin elecciones por delante respecto de los tradicionales balances, para meterse en las causas originales que los demócratas acostumbran a emprender.

Una suma de elementos impensables hace apenas unos meses, ha caracterizado esa inverosímil visita a Myanmar, donde gobiernan nada menos que los victimarios de una mujer perseguida y valiente, que por combatir en su contra mereció, en otra ocasión, como en otro momento Obama, el Premio Nobel de la Paz.

De la actitud original del presidente de los Estados Unidos solo se pueden sacar consecuencias positivas. Su visita al encierro de Myanmar no solo significa que la política exterior de su gobierno está dispuesta a luchar de verdad por la transformación de los países más alejados del modelo norteamericano, sino que si tienen con qué sustentar su nuevo proyecto encontrarán abiertas las puertas de la corriente democrática internacional, que admite matices enriquecedores y representa una reserva de pensamiento y acción políticos para la humanidad.

El peso político de las figuras que proclaman la no violencia se vuelve a manifestar. Porque la autora verdadera, o mejor la instigadora de esta movida de la diplomacia estadounidense, no es otra que la misma Aung, que no demorará mucho en ser ungida, luego de las rectificaciones de sus verdugos, con el poder en su país. Con la ventaja de que, desde ya, se dedicó a entrenarse para gobernar, por el duro camino de la persecución y el cambio de las reglas de juego. Algo que le tiene que servir para desarrollar un proyecto político salido de la sabiduría popular y de la suma de voluntades de un país que parece haber tenido la inteligencia de corregir a tiempo su rumbo. Como lo esperamos todos.

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