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Una historia como no se contará

Lorenzo Madrigal
15 de junio de 2015 - 02:00 a. m.

La historia del país, que ya poco interesa a los jóvenes, nunca va a contarse de la manera siguiente (en las pocas líneas de esta nota):

A saber, pasado el golpe de julio de 1900, el país, desmembrado por la pérdida de Panamá, finiquitó la Guerra de los Mil Días y entró en una cierta paz, interrumpida por el atentado a Reyes (con fusilamientos, qué bárbaro), el magnicidio en la persona de Rafael Uribe y el caso de las bananeras del 29, concluyendo así la llamada hegemonía conservadora.

Llegó la Concentración Nacional, con la que Olaya inició el año 30 una hegemonía liberal, que duró, a su vez, dieciséis años. Comenzó la violencia política, al mismo tiempo que se dieron algunas transformaciones sociales y jurídicas en materia de tierras. Los conservadores no volvieron al poder y ni siquiera pudieron nombrar candidatos a la Presidencia. Laureano Gómez mantuvo una fuerte oposición civil, que sus contrarios nunca le perdonaron y condenaron su memoria al ostracismo histórico.

Pero Gómez no dirigió grupos armados, ni secuestró ni asesinó obispos. Lo suyo fue la oratoria, el periodismo, la acción política. Como impoluto fiscal de funcionarios, en los veinte (muy cercano entonces a Alfonso López), hizo renunciar a un presidente de su partido, por una indelicadeza con sus sueldos, que hoy daría lástima. Se le llamó “fiscal de la Nación”.

Por el resquicio de una división de sus contrarios logró de nuevo el conservatismo ser alternativa presidencial en el 46. Con alborozo llegó a un poder de minorías que por poco no puede mantener. Afrontó la revuelta del 48, que saboteó la Novena Conferencia Panamericana, conjugado todo con el asesinato del muy popular jefe del Partido Liberal. Hecho éste de clara estirpe comunista, dirigido contra el evento internacional y contra Ospina, el presidente, hombre equilibrado por naturaleza y conviviente en política.

Los liberales no nombraron candidato en el 50, como tampoco los conservadores en el 34 y el 38, por falta de garantías. Vino el gobierno de Gómez: año y tres meses de mando. Si lo tildaron luego de dictadura, habría sido la más corta de la historia americana.

El liberalismo propició la caída de Gómez para dar lugar a una dictadura real, la de Rojas. En el exilio, Gómez fue buscado por el jefe de ese partido para conformar un frente cívico nacional, que se prolongó por dieciséis años. Esa paz fue criticada por doctrinarios de extrema y la guerra se quedó definitivamente en el campo. Inicialmente la habían fomentado los directorios liberales de la capital y se les convirtió en guerra de guerrillas, de corte comunista, de la cual el país no acaba de salir, tocándole a un gobierno de aquel mismo sector político, al día de hoy, tratar de deshacer su propio entuerto.

Pero la historia ya se escribió de otra manera y se convirtió en mito.

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