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Una joya

Mauricio Rodríguez
26 de octubre de 2008 - 11:55 p. m.

Enrique Serrano es uno de los mejores escritores contemporáneos de Colombia. Ha publicado estupendos libros: La marca de España (1997), De parte de Dios (2000), Tamerlán( 2003), y Donde no te conozcan ( 2207). Acaba de presentar el que a mi juicio es el mejor de sus libros: El hombre de diamante (Seix Barral).

Esta novela  describe la vida y obra de Orígenes de Alejandría, un pensador de las postrimerías del imperio romano, luego de la llegada de Jesús el Nazareno. La narración corre por cuenta de Antonino de Scaptopara, esclavo de Orígenes (conocido en su época como el hombre de diamante “por su prístina tenacidad y su estoica resistencia a la adversidad”).

En el libro abundan reflexiones sabias sobre toda suerte de temas, la religión, la ciencia, la filosofía, la guerra, la vejez, las pasiones, los miedos, el poder, los misterios, la muerte, el sexo y otros placeres. En apenas 156 páginas este erudito escritor, nacido en Barrancabermeja en 1960, expone –mediante una prosa con la precisión de la relojería más fina– un enriquecedor abanico de pensamientos, emociones y sensaciones de un ser con una inteligencia excepcional que gozó y padeció las delicias y las desgracias de una vida plena.

Como muestra de la prodigiosa escritura de Serrano, comparto este fragmento:

“Un hombre no necesita más que afirmar claramente en qué cree y por qué lo hace, para alcanzar un destino en la vida. El problema de los más radica en que nunca lo hacen, y pasan su vida, corta o larga, vacilantes y arredrados por amenazas que no existen más allá de sus torpes mentes. Los temores les impiden tener ideas propias y jugar con ellas como lo hacen los sabios… Las ideas son sólo chispas en la noche eterna del mundo. En verdad, no parecen gran cosa; no ocupan espacio. Se escapan fácilmente, sin permitirnos asirlas por largo tiempo; pero aún así los hombres se arrebatan por ellas. Tienen poder de hechicería; y cuando se han formulado con suficiente claridad, su fuerza aumenta, y, entonces, llegan a todas partes. Sería muy peligroso que cualquiera pudiera dominarlas y conocerlas con minucia, porque ellas se adaptan a las intenciones y a los espíritus de quienes las usan, sean quienes sean, y toman fuerzas nuevas en sus manos. Pero ninguna idea vale la vida. Y cuando arrastra a alguno a buscar la muerte, es preciso desecharla y alejarse, aunque sean la imagen viva de nuevos mundos que fascinan”.

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