Una vergüenza

Cartas de los lectores
20 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Una vergüenza

Poca trascendencia tuvo la noticia sobre la participación de un eminente profesor universitario en todo este lío de Odebrecht y debería haber causado impacto, al menos en el sector de la educación superior. Según la edición de El Espectador del 13-02-17, el connotado Yezid Arocha, profesor de derecho administrativo, se convirtió en el cerebro y en un contacto de lujo entre la mencionada empresa brasileña y el Gobierno Nacional. Un asalto a las arcas de los colombianos para mejorar sus condiciones de vida al más alto nivel realizado como un trabajo de filigrana y con guantes quirúrgicos. Que no se note… pero se notó.

Entonces, por qué nos preguntamos, rompiéndonos las vestiduras, en qué momento se jodió Colombia. Hace un buen tiempo que se viene cuestionando la participación de grandes profesionales egresados de las universidades estrellas del país en situaciones profundamente comprometedoras, tanto en el sector gubernamental como en la empresa privada, y ya no sólo es el factor dinero… ahora se involucran en crímenes horrendos. Por tanto, la responsabilidad del tipo de formación que se está brindando a la juventud colombiana en universidades e instituciones universitarias y tecnológicas públicas y privadas es de gran calibre. Que no muestren misiones labradas en piedra o impresas en letras doradas en pergaminos… que se manifiesten en resultados con el capital humano que llega a sus aulas. Pero sobre todo que rectores, vicerrectores, decanos, docentes, investigadores y todo el personal administrativo sean el reflejo de un quehacer profesional cotidiano cristalino.

Pero, eso sí, para fijarnos en la paja ajena… unos artistas. Qué no se ha dicho del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ahora que, como se diría en el argot popular, un ricachón se ha sentado en el sillón más importante del mundo y hasta su copete se volvió un símbolo de pedantería. La realidad es que ese tipo de personalidades se han incrustado en lo más profundo del corazón de universidades y colegios, hospitales y clínicas, despachos gubernamentales y oficinas privadas. Están en todas partes, se les teme por su poder artificial, pero al fin poder, se los identifica a leguas por su comportamiento, lenguaje, actitudes y hasta vestimentas. Claro que no todos tienen el copete, pero tienen ademanes peores.

Están bien los procesos de acreditación y calidad, pero antes, toda la familia universitaria deberá examinar su propio comportamiento. Los jóvenes pasan más de cinco años de sus vidas en las instituciones y los valores y antivalores los perciben. No nos vengan con discursos…

Ana María Córdoba Barahona. Pasto. 

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