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Va a ser difícil

Cartas de los lectores
18 de octubre de 2012 - 10:06 p. m.

Escuchando la declaración de hoy (ayer) de Iván Márquez, la impresión que me suscita es que el proceso de negociación va a ser muy difícil.

El discurso de las Farc, en su esencia, no tiene nada de novedoso en su significación doctrinal sobre las condiciones de la paz y la guerra en Colombia. Reafirma sustancialmente lo mismo: el capitalismo, y el neoliberalismo, son un modo de producción salvaje que hay que erradicar. Y para ello están las fórmulas mesiánicas de un discurso anacrónico. La narrativa de las Farc, lamentablemente nada dialéctica, se afirma desde un saber con pretensiones dogmáticas, reconociendo que los temas que abordan, en particular la importancia del concepto de territorio, habla de un enriquecimiento epistemológico por parte de ellos, que con seguridad es el resultado de su contacto con los avances conceptuales que hemos construido en torno del concepto de territorio, como un proceso ligado a la noción de desarrollo sostenible en el plano del valor cultural y ecosistémico. Pero esa conceptualización no es ajena a algunos agentes del Estado y de otras instituciones que buscamos difundir esas ideas mediante fórmulas de paz y no con un fusil al hombro.

La constante con la que tendrá que trabajar el equipo negociador del Gobierno es la de un discurso unívoco, que no está abierto al cambio, a la evolución conceptual. Esa es la paradoja de la ideología fundante de las Farc: no acepta el diálogo autocrítico, como forma básica de un pensamiento abierto a captar las contradicciones de sus propios argumentos. Por muy bien justificada que esté su argumentación, deben entender que la situación espacio-temporal e histórica de las Farc está llena de contradicciones que ellos mismos han construido y que deben superar. La más importante es que la legitimidad de su lucha armada, hoy, no es compartida por más del 99% de los colombianos. Todos queremos la paz, pero la diferencia es que unos la argumentamos sin el poder de los fusiles y la intimidación de la violencia. La moraleja es la siguiente: La paz tiene que pensarse como una definición abierta y no cerrada. Todos necesitamos de más dialéctica, anclada en aperturas sinceras y fraternas; descentrándonos un poco de nuestras propias pasiones y “verdades”, condición que implica flexibilidad y capacidad imaginativa; lo que nos dará un horizonte creativo para construir la paz como camino abierto al diálogo de saberes y de ignorancias. En suma, un diálogo sobre la persona en signo de interrogación, que ni Marx ni sus amigos se cuidaron en cultivar.

Felipe Cárdenas Támara.

Profesor y antropólogo.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com.

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