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Vaquería y negredumbre

Reinaldo Spitaletta
29 de julio de 2013 - 11:00 p. m.

La última utopía liberal del siglo XIX en Colombia, se afinca en la novela María, de Jorge Isaacs. Es la expresión de una suerte de idilio entre amos y esclavos. Quizá la última utopía colombiana en el siglo XX se encuentre en la novela Risaralda, del “escritor maldito” Bernardo Arias Trujillo.

No sé si sobre Arias Trujillo se haya tendido una carpa de olvidos, por haber sido un irreverente, un buen escritor y poeta, y porque agitó la aldea conservadora manizalita con su canto al “lindo muchacho” Roby Nelson, al que le compró “un gramo de heroína y dos gramos de amor”. No sé si todavía haya lectores de una novela excepcional como Risaralda, que hace muchos años nos la ponían a leer en bachillerato, sin que el profesor supiera nada de lo que en ella se narraba.

Pero el cuento es que esta novela de vaquería y negredumbre, escrita en 1935, es un fresco sobre la historia trágica y a veces risible de este país de calamidades, y una visión magnífica de la geografía, el paisaje, la cultura y una parte de la colonización antioqueña, en la expedición manizalita hacia el valle de Risaralda. Arias Trujillo, que se suicidó a la edad de treinta y cuatro años, escribió una obra en la que los negros, muchos de los cuales pertenecieron a terratenientes esclavistas como el caucano Julio Arboleda, se instalan en un poblado de sonoro nombre: Sopinga, al que más tarde, por ser aldea de pecado y “erudita barbarie” de la negramenta, los “blancos” bautizan con el mariano nombre de La Virginia.

Los negros de Risaralda reivindican el amor libre, se oponen a la institución católica del matrimonio, son expertos en las artes de la esgrima machetera y su expresión corporal está exenta de prejuicios. Arias Trujillo, en un castellano de preciosidades, realiza una antropología popular y muestra los modos en que los habitantes de Sopinga crean sus propias leyes y retoman antiguos animismos. Puede uno toparse con los monicongos, otra manera del vudú, o con la belleza embriagadora de la Canchelo, la negra “más pispa” de la región.

Risaralda, una obra con la que pueden confeccionarse decenas de tesis académicas, es un encuentro con el bambuco, el currulao, el torbellino y la guabina, pero también es un tratado cultural sobre el machete y su uso en la colonización y las guerras civiles. Es una recuperación de coplas en un proceso de mestizaje y otros sincretismos. Y en ella, están las voces de los negros, con sus lamentos y júbilos, y también las de dos héroes como Juan Manuel Vallejo y Víctor Malo, que dirimen supremacía en un duelo homérico.

El autor de Los caminos de Sodoma, introduce en Risaralda elementos clave de la identidad nacional (como, por ejemplo, lo va hacer casi simultáneamente en Medellín Fernando González con Los negroides), en un vasto país que tiene más elementos de barbarie que de civilización. O en la que los procesos civilizatorios, también han apelado a métodos de fuerza y sangre.

Los negros de Risaralda, cimarrones algunos, libertos otros, nos acercan a los orígenes de la nacionalidad. En medio de tambores y tiples, contrapuntos verbales y bailes de garrote, la novela también da cuenta de colonizadores como Francisco Jaramillo Ochoa, un manizalita que, como en una maldición de Dios, derribó montes y expandió fronteras.

Esta novela de criollaje, con ancestros en la gauchada, como que además Arias Trujillo vivió en Buenos Aires, se inscribe en la escuela narrativa creada por Tomás Carrasquilla, del cual el autor caldense fue amigo, como lo fue también, por ejemplo, de García Lorca. El escritor, gran polemista, traductor de La balada de la cárcel de Reading, de Wilde, perturbó el ambiente aldeano no solo manizaleño sino colombiano, por sus posiciones liberales y, además, por ser heroinómano y homosexual, que a la larga son dos asuntos sin importancia en la obra de un artista.

Si existe alguna vaina que se llame la “colombianidad” o sobre los significados de ser colombiano (más allá del cuento borgiano), hay que buscarlos en Risaralda (bueno, también en Isaacs, Carrasquilla, Rivera, García Márquez…), una novela que, hace unos días, un grupo de loquillos leímos otra vez en un pueblo de godos y otros riesgos, con el fin de conversar de literatura en una noche de luna grande.

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