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Vargas Llosa tiene razón

Oscar Guardiola-Rivera
18 de marzo de 2015 - 02:38 a. m.

Es hora de aceptar la distinción entre posiciones “carnívoras” y “vegetarianas” propuesta por Vargas Llosa. Para invertirla. Hay que distinguir entre una derecha “vegetariana”, respetuosa de la Constitución y un concepto de los derechos humanos incluyente de la humanidad toda. Y una derecha “carnívora”, excluyente y dispuesta a todo para recuperar el poder.

Su carácter excluyente queda demostrado toda vez que asume como algo natural que un sector de la sociedad sea expuesto al infortunio: bien porque supone la división entre perdedores y ganadores de la historia como un asunto del destino, o porque asume que los prejuicios se originan en la naturaleza humana. Propone así los mayores males con las mejores intenciones. Un Cauca para terratenientes y otro para los despojados de sus tierras. O un golpe militar “para defender la Constitución”, como sucedió en Brasil.

Así explica el filósofo conservador John Gray la diferencia entre el fascismo y la izquierda que los carnívoros suelen colapsar. La crueldad y el exterminio político fueron una realidad en la URSS y son condenables toda vez que ocurran, donde sea que ocurran. Apunta el conservador Gray que, con todo, el comunismo “ofrecía una visión del futuro incluyente de la humanidad toda”. En cambio, al ver a la mayoría como una especie menos que humana —judíos, comunistas, homosexuales…—, el nazismo y los fascistas “rechazan la moralidad como tal”. También los falangistas y sus seguidores hispanoamericanos de ayer y hoy. Al rechazarla intentan suplirla con excesos. A ello va eso de que hay quienes aman tanto la moral que tienen dos.

Plantea la derecha “carnívora” que la limitación política de las libertades económicas y jerarquías tradicionales deslegitimaría a un gobierno del común, pues las tales son originarias y anteriores a lo político. Ello justificaría su derrocamiento, o por lo menos “abreviar” su mandato. Incluyendo estrategias no electorales: usar los medios para moldear la agenda de las masas o apelar a “liderazgos personalistas y el legado autoritario”, como apuntan los autores y comentaristas de The resilience of the Latin American right, una biblia para carnívoros actuales.

Preguntado sobre el objetivo de las protestas en Brasil esta semana, un dirigente opositor afirmó “no estamos llamando al golpe, pero Dilma debe respetar la Constitución”. Es necesario invertirla: si Dilma “no respeta la Constitución” entonces se justificaría el golpe. A ello responde el cuestionamiento del filósofo paulista Renato Ribeiro, ¿no deberíamos criminalizar los llamados a la dictadura como hace Europa respecto del terrorismo?

 

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