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Varoufakis tiene algo de Calvo

Luis Fernando Medina
03 de marzo de 2015 - 02:55 a. m.

Sí. Escribí Calvo con mayúsculas. Por supuesto que Varoufakis, el flamante Ministro de Finanzas griego, es calvo con minúsculas.

Pero más importante aún es lo que tiene de Calvo con mayúsculas, algo que lo conecta con la historia y el futuro de América Latina.

Carlos Calvo, abogado y diplomático argentino, nació en 1824 y murió en 1906. En su momento era considerado una luminaria del derecho público internacional y su influencia se extendió por todo el hemisferio (bueno, hasta el Río Grande, por supuesto). Sin embargo, buena parte de las últimas décadas se han ido desmontando su legado. Hasta hoy. Ahora resulta que algunas de sus ideas, remozadas para el siglo XXI parecen dar señales de vida… en Grecia.

Calvo escribió su mamotreto sobre derecho internacional en 1868, que sería traducido al francés por él mismo en 1896. En él insistía en que las naciones europeas estaban comportándose hacia América Latina de una forma tal que rompía con los precedentes que dichas naciones europeas usaban para sus tratos entre sí. Estamos hablando de la época en la que la agresión militar era un método aceptado para cobrar deudas a países. En oposición a dichas prácticas, Calvo insistía en lo que con el tiempo se denominó la “doctrina Calvo” según la cual cuando un inversionista extranjero invierte en un país, se tiene que regir por el mismo sistema legal y político por el que lo hacen los ciudadanos de dicho país. Es decir, nada de acudir a cortes extranjeras o de pedirle a su propio gobierno que presione al país anfitrión, ni mucho menos que lo amenace con intervenciones militares o diplomáticas.

El principio parecía ser de una lógica impecable. ¿Por qué, se preguntaba implícitamente Calvo, debían los inversionistas extranjeros acceder a privilegios que no tienen los inversionistas locales? Sin embargo, aunque nos parezca curioso, los críticos de la doctrina Calvo colocaban el argumento de cabeza. Según ellos, dicha doctrina colocaba al inversionista extranjero en desventaja ya que, al ser extranjero, no tenía la misma facilidad que los nacionales para moverse entre los políticos y las cortes locales. Que cada lector saque sus propias conclusiones sobre quién tiene razón.

El hecho es que buena parte de la historia de la inversión extranjera en América Latina durante el siglo XX es la historia de la erosión gradual y ulterior abandono de la “doctrina Calvo”. En la práctica, los países de la región fueron descubriendo cómo podían atraer más inversión extranjera que sus vecinos si aceptaban relajar el purismo de dicha doctrina y, en cambio, aceptar la presencia de cortes y tratados bilaterales y multilaterales. Qué habría pasado si toda América Latina hubiera actuado en bloque en defensa de la doctrina Calvo es una pregunta interesante que no podemos abordar aquí. El hecho cierto es que con el correr de los años se desató en América Latina una competencia a ver quién era el más firme garante de la “confianza inversionista” que en la práctica quería decir quién era el que más se alejaba de la doctrina Calvo.

Por supuesto, en el mundo globalizado de hoy una aplicación de la doctrina Calvo en toda la letra sería prácticamente imposible. Además, no está claro que sea deseable. En teoría, aunque existen problemas con las actuales cortes que regulan el flujo del capital internacional, bien podría pensarse en diseñar mecanismos internacionales de arbitramiento en los que los intereses de los países en desarrollo estuvieran representados en igualdad de condiciones a los demás. De hecho, si algo ha mostrado la debacle desatada por los “fondos buitre” en el caso de la deuda argentina es que ya hasta el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el gobierno de Estados Unidos, que apoyaron la posición de Argentina en este episodio, entienden que se necesita un nuevo sistema para regular las deudas de los países.

Pero, a pesar de sus inconvenientes, la doctrina Calvo sí tenía un elemento valioso que se ha ido perdiendo y que ahora parece estar resurgiendo en Grecia: la idea de que es dañino para la viabilidad política y democrática de los países entrar en una dinámica en la que se busca proteger al inversionista extranjero de todos los riesgos, dejando que esos mismos riesgos caigan sobre las espaldas de los ciudadanos más vulnerables. En días recientes el Ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis ha lanzado la propuesta de crear unos bonos cuyo rendimiento esté atado al crecimiento de la economía griega. Su idea consiste, básicamente, en que el inversionista extranjero entre a compartir los riesgos que todos los demás inversionistas corren, en pie de igualdad, sin acudir a protecciones extraordinarias por el hecho de ser extranjero.

No es la única propuesta de este estilo en los últimos días. Además, curiosamente, ha sido de buen recibo aún entre economistas ortodoxos. Falta saber si se pone en marcha y qué resultados tiene. Pero el hecho es que cada vez está más claro que la arquitectura del sistema financiero de las últimas décadas se alejó demasiado del principio de Calvo, ofreciéndole excesivas garantías al capital multinacional con nefastas consecuencias políticas y distributivas.

Ya hay precedentes de los griegos buscando en América Latina inspiración política. En su guerra de independencia contra los turcos, uno de los barcos que utilizaron fue bautizado por Lord Byron (el poeta inglés que se inmoló por la causa griega) como “Simón Bolívar”. De pronto le podemos proponer a Varoufakis que cuando emita sus bonos los denomine “Bonos Calvo”. 

 

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