Venezuela, campaña caliente

María Elvira Samper
15 de enero de 2012 - 01:00 a. m.

En Colombia unos trinan y otros se rasgan las vestiduras por el nombramiento del general (r) golpista Henry Rangel Silva como ministro de Defensa de Venezuela, un cuestionado personaje que figura en la Lista Clinton como comprometido en lavado de dólares, y en los computadores de Raúl Reyes como intermediario de una venta de armas a las Farc.

Pero el nombramiento que aquí ha sido interpretado como una bofetada al presidente Santos, empeñado en una détente con Chávez, en la vecindad es visto como una pieza de la estrategia reeleccionista. Un mensaje para intimidar a opositores, moderados, indecisos, independientes… Rangel advirtió que ni las Fuerzas Armadas ni el pueblo aceptarán un triunfo de la oposición.

Venezuela está en campaña y de la estrategia oficial también forman parte la conformación del Gran Polo Patriótico, y los cambios que en diciembre hizo Chávez en la cúpula del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), entre ellos la designación como vicepresidente de uno de sus hombres más cercanos, el teniente (r) golpista Diosdado Cabello. Una jugada para devolverle el protagonismo perdido frente al canciller Maduro y al vicepresidente Jaua, que fue repotenciado en enero con su elección a la presidencia de la Asamblea Nacional.

Apoyarse en el sector militar para mantener el clima de confrontación y, según el especialista en Seguridad y Defensa Hernán Castillo, “implementar en términos prácticos las declaraciones de Rangel Silva en caso de una derrota”, es uno de lo objetivos de Chávez. Otro es ofrecer el oro y el moro para fortalecer su conexión con las bases y apelar al miedo, pues condiciona la continuidad de las llamadas misiones a su reelección. Un tercero es recargarse con el regreso a su programa semanal ‘Aló, presidente’, tras siete meses fuera del aire por su enfermedad, para enviar el mensaje de que está recuperado. “Estoy comenzando a calentar el brazo, las piernas… para ponerme a la vanguardia junto al pueblo y al PSUV”, dijo en su segundo debut el domingo pasado.

Los niveles de popularidad de Chávez se acercan al 60%, pero popularidad no equivale a intención de voto: el 27% dice que no votaría por él, según encuesta de Hinterlaces. La incertidumbre sobre su salud, los problemas de seguridad, vivienda, desabastecimiento de productos básicos, crisis eléctrica, inflación y promesas incumplidas juegan en su contra y a favor de la oposición agrupada en la Mesa de Unidad, que lleva meses recorriendo el país y ha logrado mayor protagonismo y exposición. En este sentido, el primero de los tres debates de precandidatos, el lunes pasado —un hecho sin precedentes desde 1998— la legitimó como alternativa de poder con posibilidad de éxito. No en vano viene acortando distancias frente al comandante-presidente: en las presidenciales de 2006, Manuel Rosales —hoy exiliado en Perú— sacó el 37% de los votos y en las elecciones de diputados en 2010 acabó con la mayoría calificada al ganar 65 de los 165 escaños de la Asamblea Nacional.

Las primarias son ahora su gran oportunidad, y aunque Chávez es hoy más derrotable que nunca (cerca del 50% dice que el país va por mal camino), el plato no está servido. Según Hinterlaces, el 39% no votaría por el candidato de oposición, y a esto se suma que éste no sólo deberá enfrentarse al político más popular del país, con recursos para dar y convidar, y una bien aceitada maquinaria, sino sobre todo convencer a los electores de que el cambio es posible, que habrá continuidad en lo que funciona y rectificación de lo que anda mal.

El desafío de Chávez es reconquistar a los desencantados que podrían poner en riesgo su reelección. El de la oposición, movilizar a los indecisos. Una vez más el 30% tiene la clave del triunfo. ¿Final de infarto?

 

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