Venezuela va muy mal

Santiago Montenegro
24 de enero de 2011 - 06:00 a. m.

CUANDO HUGO CHÁVEZ ESTÁ PRÓXImo a completar doce años en el poder, los latinoamericanos vemos atónitos y con dolor uno de los fracasos políticos y de ingeniería social más grandes en la historia del continente.

Cuando todos los países petroleros del mundo se expanden, el PIB de Venezuela cae. Cuando todos los países de América Latina crecen, la producción de Venezuela se contrae, en particular la de su sector agropecuario. Desde que llegó al poder, Chávez ha expropiado tres millones de hectáreas, desde fincas muy grandes hasta muy pequeñas y, según cifras oficiales, citadas recientemente por Teodoro Petkoff, la producción de carne bovina pasó de 428 mil a 270 mil toneladas entre el año 2000 y el 2009; la de producción de azúcar cayó de 9 a 7 millones de toneladas en ese mismo período y el deterioro es tan grande que, por primera vez, el país comenzó a importar arroz. Por todo lo anterior, las importaciones de alimentos pasaron de 1,8 a 7,6 billones de dólares durante el período 2000-2008. Como si el descalabro económico no fuera suficiente, en los años que lleva Chávez en el poder, Venezuela se convirtió en uno de los países más violentos del mundo, con una tasa de 50 homicidios por 100 mil habitantes, y además prolifera el secuestro y el narcotráfico. Y, según Transparencia Internacional, es también uno de los países más corruptos del planeta, pues ocupó en 2010 el puesto 164, entre 178 países, con niveles similares a los de Irak, Sudán, Burundi y Chad.

Este cuadro es una prueba más de las ruinas que dejan los gobiernos autoritarios y autocráticos. Porque, como siempre ocurre, estos fracasos están asociados a las más grandes concentraciones del poder político. Una vez más, la historia parece darle la razón a Lord Acton cuando dijo que el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente. La democracia liberal no resuelve automáticamente todos los problemas, menos aún pude considerarse como una ruta segura a la felicidad. Pero es el mejor modelo político, hasta ahora creado, sobre el cual una sociedad puede crecer, distribuir mejor el ingreso y alcanzar altos niveles de desarrollo social y cultural. El Estado Social de Derecho se erige sobre los derechos civiles y sobre los derechos políticos de la democracia liberal, pero ni los reemplaza ni los elimina. Proclama unas igualdades fácticas y unos mínimos vitales, pero tampoco reemplazan ni eliminan los principios de igualdad ante la ley y de igualdad de oportunidades. En Venezuela ha habido elecciones, pero el gobierno controla todos los poderes públicos, no ha habido alternación y se violan en forma sistemática los derechos civiles de los ciudadanos. Por eso, es lícito decir que la razón de fondo del fracaso de este modelo ha sido su antiliberalismo. Allá se ha atacado la libertad de expresión, se han cerrado canales de televisión; se han expropiado fincas y empresas en forma arbitraria y sin justa indemnización; se invaden de predios urbanos, casas y edificios; la comunidad judía ha sido perseguida, se ha vulnerado el espacio sagrado de sinagogas y la prensa oficial ha negado el Holocausto; miles de profesionales, académicos y empresarios han salido al exilio.

Hizo muy bien el presidente Santos en normalizar las relaciones con Venezuela. Esa es la política que se ajusta al derecho internacional y la que más conviene al bienestar de los colombianos. La solución a los problemas políticos internos del vecino país sólo concierne a los venezolanos. Ellos solos tendrán que ver cómo salen de este descalabro.

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