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¿Víctimas de la naturaleza?

Nicolás Rodríguez
02 de enero de 2011 - 02:52 a. m.

ARRANCAMOS EL AÑO 2010 CON LAS víctimas de una natilla envenenada que le fue obsequiada a un grupo de habitantes de la calle en un sector deprimido de la ciudad de Cali.

 Tres personas fallecieron y 45 fueron intoxicadas. De ahí en adelante, las noticias que hacen referencia a algún tipo de víctima en específico se amontonan en los archivos. Las víctimas de la guerrilla, las minas quiebrapatas, el secuestro, el paramilitarismo, el desplazamiento, las fuerzas del Estado y las bandas armadas criminales (Bacrim) comparten espacio con las víctimas de los atracos, las violaciones sexuales, los paseos millonarios, las pirámides, los incendios, las inundaciones y los aguaceros.

Un observador desprevenido podría argumentar que Colombia se convirtió en un país de víctimas. Constataría que iniciamos 2010 con las víctimas de la lamentable natilla y que lo terminamos con las del que fue considerado el peor invierno de la historia (a la fecha, cerca de dos millones de víctimas, ya que el concepto de damnificados está próximo a desaparecer). Diría, quizá con razón, que las víctimas son el personaje del año 2010.

Una situación tan confusa, en la que la elasticidad (y ubicuidad) del término víctima por momentos oscurece más de lo que se supone que explica, puede generar varias reacciones. Como siempre, están los optimistas que creen que todo está bien, los que alardean de una Colombia con gente linda, emprendedora y alegre. Son los primeros en prender las alarmas ante el aumento en el número de víctimas. Están también los que miran de reojo, dubitativos, con cara de escepticismo y algo de indignación (acaso los mismos que en un desplazado ven un migrante). Y están los más comprometidos (para muchos simples idealistas), que apoyan la visibilización de las víctimas, que no se pierden manifestación alguna y en todo acontecimiento al que acuden conciben una futura conmemoración.

Como sea, por momentos el concepto de víctima tiende a banalizarse y junto con esa simplificación, con esa tendencia a victimizarlo todo, las desgarradoras experiencias que le siguen a un momento traumático pierden su sentido. Las víctimas siguen siendo víctimas, pero ya no sabemos de qué. Es así como un columnista de este periódico argumenta que “al final del día todos son la misma cosa” y más de un comentarista se pregunta, con buenas intenciones y ante la magnitud de los desastres ocasionados por el fenómeno de La Niña, si no es hora de unir a las víctimas de la violencia con las del invierno.

Al final, importan más las víctimas que las razones de su victimización. Todo ocurre como si la pobreza y la falta de planeación (el hecho de que cuando llueve siempre se caen las mismas casas) fuesen realidades inmutables, condiciones naturales que es preciso aceptar y tolerar (y por supuesto respetar); y como si la violencia ocasionada por personas de carne y hueso, con intereses tan claros como lo pueden ser los de la acumulación de la tierra, fuese tan salvaje, impredecible, irracional y fortuita como la de cualquier ciclón.

nicolasidarraga@gmail.com

 

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