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Vida y muerte de Álex

Aldo Civico
26 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

En la columna de hoy quiero contarles la vida y la muerte de Álex, un niño soldado del conflicto urbano de Medellín y uno de los 19 menores que asesinaron desde el comienzo del año, a través del relato sincero de un valioso líder juvenil que junto a otros jóvenes fundó un colectivo de arte urbano.

“Ayer fue asesinado Álex, un joven que fue arrastrado a lo más profundo y oscuro del conflicto de esta ciudad. Con sólo 14 años tuvo el drama de crecer en un barrio plagado de miseria y de ofertas tendenciosas a la muerte. ¿Las opciones? Muy pocas, sólo estar en una esquina, cuidar un bus y dedicarse a no dejársela montar.

Las balas lo ahuyentaron de allí y durante casi un año y medio estuvo con nosotros. Su paso por este barrio fue tal vez uno de los momentos de mayor tranquilidad que sintió. Aprendió a amar el grafiti como muchos acá lo hacemos. A pesar de su pasado, para muchos se convirtió en un hermano más. Vivió el nacimiento de lo que hoy es nuestro colectivo de arte urbano, pues con su energía y ganas de transformar las cosas nos dio la mano en muchas de las cosas que hicimos.

Hace un año, mientras vivía la felicidad de estos momentos, tuvo que vivir otro drama. Su familia no tenía dinero para seguir pagando el arriendo, la única opción era seguir escapando, esta vez un poco más arriba de la montaña, hacia el 12 de Octubre.

Tiempo después, uno de los “duros” del barrio, de esos que creen tener muchas vidas en sus manos, le “ayudó” y le envió la razón de que regresara al barrio, que él lo recibía. Era evidente que su opción, en medio del hambre, el abandono y el desplazamiento, era esa. Volvió y, como si no hubiese existido pausa alguna, regresó a sus lecciones del pasado, incluso esta vez con más frialdad y odio, tal como el que sintió hace muchos años por aquel que asesinó a su primo del alma.

Nunca volví a saber de él. A pesar de que las distancias son cortas, hay sentimientos que alejan muchos barrios y muchos corazones. Es posible que al verlo transformado en lo que fue alguna vez hubiera sido duro para mí, pero sin importar, lo hubiera abrazado, pues para mí seguía siendo ese niño inquieto que soñaba con ver feliz a su madre.

Álex no era malo. Era un joven bueno, con mucha energía, al que le habían pasado cosas malas, y el hambre, la miseria, el odio y el no futuro lo llevaron a tomar muchas decisiones, equivocadas por supuesto”.

Hablando de los judíos que en los campos de concentración terminaron colaborando con el régimen nazi, el escritor Primo Levi escribió que estaban sujetos a una condición de pura sobrevivencia en la cual el espacio para opciones (sobre todo opción moral) fue reducido a cero. Leyendo a Levi, pensé en Álex y en los jóvenes como él.

En estos días escuché a políticos invocar “mano dura” y “cuerpos de élite”, en áreas ya muy militarizadas de Medellín. Estas expresiones suenan desconectadas de la realidad diaria de jóvenes como Álex, y más bien disimulan la incapacidad de entender y de simpatizar (que originalmente significa “sufrir con”) con el cada día de quien vive marginado y oprimido por las desigualdades.

Álex sólo tenía 16 años. ¿Nos duelen su vida y su muerte? ¿Nos da vergüenza? Porque Álex es síntoma también de nuestro fracaso.

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