Viejos y “nuevos relatos” de Colombia

Daniel Mera Villamizar
11 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

En lo esencial,  los “nuevos” son desarrollos de los “viejos” que describió Posada Carbó: de la violencia vs de tradición civilista.    

Le decía el antropólogo Fabián Sanabria al psiquiatra y psicoanalista francés Boris Cyrulnik en el Hay Festival queColombia está embarcada en esa aventura  (de nuevos relatos)… Pero, ¿qué decir de un país que le apuesta a la paz, y en una consulta democrática gana el ‘no’ por esa apuesta? ”. El invitado no respondió directamente o al menos no supimos en la versión de la conversación publicada en El Tiempo, pero la pregunta refleja la perplejidad de muchos intelectuales con lo que aconteció. 

Quisiera ayudar, en primer lugar, a matizar la noción de “nuevo relato” de país. Estos son, necesariamente, giros, adecuaciones o desarrollos de concepciones previas al calor del momento histórico. Para el caso, es posible mostrar que por más que se re-invente la historia en el sentido de retomar hechos (Sanabria), las “narrativas” principales contrapuestas en torno al acuerdo de paz de 2016 son tributarias de las dos visiones históricas de Colombia que Eduardo Posada Carbó profundizó en La nación soñada (Norma, 2006). Malcolm Deas y Fernando Gaitán Daza abrieron esta reflexión con Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia (DNP, 1995).

La primera visión es la que Posada se propuso controvertir: “el arraigado estereotipo que identifica nuestra nación solo con la guerra y la violencia”. La segunda visión es la que él elaboró, la de una nación civilista, a partir de la reivindicación de las tradiciones liberales y democráticas del país. Aunque Posada discutió agudamente que “la guerra haya sido entre nosotros la cosa más auténticamente nacional”, esta lectura sigue siendo ampliamente dominante entre los “creadores de opinión”. 

La tradición intelectual que otorga centralidad a la violencia en la configuración de la nacionalidad cree que al finalizar una “guerra” de 50 años lo nuevo que sigue es la “reconciliación”, porque si la violencia política es tan central en nuestra historia la sociedad entera ha debido estar involucrada. De ahí a hablar de “guerra civil” hay un paso, que por cierto Sergio Jaramillo no da en Colombia, pero sí en el exterior. Sin embargo, ¿con qué se encuentra este relato de Colombia? Con un inesperado No y una polarización por los términos del acuerdo de paz con las Farc. 

En cambio, el resultado del plebiscito y la división  de la opinión se explican mejor desde la visión o relato civilista de nuestra nacionalidad. En primer lugar, los rebeldes armados no lograron la representación de una parte considerable de la población, es decir, la violencia y la guerra más que “la cosa más auténticamente nacional”, han sido una imposición a la sociedad. Por eso no estamos en modo festivo o esperanzado de reconciliación, sino simplemente viendo en televisión la última marcha de las Farc, esperando con impaciencia que entreguen las armas. No hay admiración del “guerrero subversivo” ; muy pocos piensan que esta guerra era necesaria. Y eso, con todo respeto, me parece “más auténticamente nacional”. 

La pregunta que harán los aludidos es: “si se reclaman herederos de la tradición civilista de nuestra historia, ¿por qué querían más guerra?”. Aparentemente, difícil de responder. El carácter civilista propugna por resolver los conflictos en el marco de las instituciones democráticas, y solamente acude a la fuerza legítima para contener los intentos de imponer por las armas aquello que debe decidirse entre ciudadanos desarmados y de acuerdo con reglas previamente establecidas. Si no se usara la fuerza legítima, el carácter civilista de la nación dejaría de existir.  

Entonces, no se trata de “querer más guerra”, sino de evitar pagar “cualquier precio” —en principios, valores e ideas— por los recursos, las vidas  y el dolor que se ahorrarán con la negociación política. Si no estuviéramos de acuerdo con esto, sobraría la mesa con el ELN. Simplemente habría que decirles sí a todo.

Ahora, los del No rechazamos un acuerdo específico de paz, no la fórmula de la negociación política, porque tampoco queremos pagar “cualquier precio” —en recursos, vidas y dolor— por la preservación de los principios, valores e ideas de la sociedad. Esta complejidad ética y moral escapa a los irreflexivos del Sí, que creen estar fundando un  “nuevo relato” de Colombia, cuando solo están prolongando el viejo relato nacional que da legitimidad a la violencia política, como si la guerra fuera un suceso natural. @DanielMeraV

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