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Vientos de cambio

Juan Manuel Ospina
16 de mayo de 2013 - 02:58 p. m.

Las negociaciones de La Habana permitirían dejar atrás la gallera sangrienta, vocinglera y estéril en la que se sumió el país en estos decenios de soledad, odio, corrupción y destrucción.

El mundo vive atrapado en la zozobra e incertidumbre. Nacida del odio y el miedo – las dos caras de la misma moneda de la realidad humana –  que  asoman de Siria a Rusia, de  Norteamérica   a nuestro Urabá. Es el desfile interminable y acusador de jóvenes del no futuro, sin empleo ni esperanzas,   en las comunas de Medellín pero también en la España del primer mundo europeo. 

Zozobra e incertidumbre que ya invadieron  el reino del  capitalismo sin reglas ni límites, donde solo vale    enriquecerse hasta la vulgaridad y rápidamente tanto   en   Wall Street como acá   en  Interbolsa.  El estado de ánimo dominante lo alimentan  incertidumbres diversas incluida la  del   cambio climático que se incorporó a la cotidianidad. Así como la corrupción y el cinismo que en la política sustituyeron al compromiso y la lucidez. Pululan los   escándalos de los cuales ya ni El Vaticano se escapa. La lista de las dolencias y carencias que golpean la confianza sería infinita. Declaremos la suficiente ilustración.

Pero… ese mundo enfermo presenta débiles signos   de cambio que podrían modificar la dura  realidad actual que  nació en los 80, con la entronización de   un individualismo  cerril en las costumbres sociales y en la vida personal.  En la economía y en el campo de las políticas públicas la ideología individualista llevó al fundamentalismo del mercado y el  consiguiente rechazo de la acción y aún de la presencia  estatal.  

Este hiperindividualismo y la época ideologizada  que originó, solo es comparable  con el período de entreguerras que fue uno igualmente ideologizado  por   los totalitarismos soviético y nazi- fascistas, que al revés de lo actual, negaron al individuo e entronizaron “la estatolatría” que desembocó en   la carnicería de la Segunda Guerra Mundial.

El mundo aprendió entonces la lección y en la postguerra  desarrolló un modelo mixto donde estado y mercado, donde lo colectivo y lo individual jugaban  sus papeles y se complementaban. En lo internacional  nace un sistema mundial, con sus reglas y procedimientos: las Naciones Unidas.

Hoy,  la crisis económica mundial alimenta   la crítica al neoliberalismo   expresada en  el debate entre las políticas de austeridad y de  apoyo al crecimiento. La segunda empieza a imponerse en los Estados Unidos de Obama que avanza en la superación de su  depresión económica, mientras que la Unión Europea de la Merkel con su austeridad  fiscal a raja tabla ve aplazada su salida del hoyo y disparado  el desempleo. En el campo de  los valores aparece un nuevo Papa dispuesto a  terminar con  prácticas vaticanas que solo ahondaban el hiperindividualismo reinante, profundamente anticristiano.  Y cerca de nosotros nace una América Latina que en su región  Pacífica y en su Cono Sur muestra que es posible   progresar en equipo, como una región que tiene su   perfil propio y que nada le debe a terceros. Son movimientos de fondo que anuncian el fin de una era. Le abren a la esperanza un espacio aún pequeño y borroso pero real.

En Colombia esos vientos también parece llegarnos  desde La Habana, movido por   el logro del fin del conflicto  que permitiría dejar atrás la gallera sangrienta, vocinglera y estéril en la cual estos decenios de soledad, odio, corrupción y destrucción convirtieron al país. Con ello se abriría  el  camino hacia un cambio de fondo en la sociedad colombiana que la haga más justa y abierta a la participación de tantos que durante tanto tiempo vivieron al margen de cualquier posibilidad de alcanzar una vida digna. Esa posibilidad nos pondría en sintonía con lo que se inicia ya como cambios en  la dinámica internacional.

No nos dejemos castrar ahora por un provincialismo paralizante y por pequeñas disputas con tufillo oportunista y electorero. 

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