Las negociaciones de La Habana permitirían dejar atrás la gallera sangrienta, vocinglera y estéril en la que se sumió el país en estos decenios de soledad, odio, corrupción y destrucción.
El mundo vive atrapado en la zozobra e incertidumbre. Nacida del odio y el miedo – las dos caras de la misma moneda de la realidad humana – que asoman de Siria a Rusia, de Norteamérica a nuestro Urabá. Es el desfile interminable y acusador de jóvenes del no futuro, sin empleo ni esperanzas, en las comunas de Medellín pero también en la España del primer mundo europeo.
Zozobra e incertidumbre que ya invadieron el reino del capitalismo sin reglas ni límites, donde solo vale enriquecerse hasta la vulgaridad y rápidamente tanto en Wall Street como acá en Interbolsa. El estado de ánimo dominante lo alimentan incertidumbres diversas incluida la del cambio climático que se incorporó a la cotidianidad. Así como la corrupción y el cinismo que en la política sustituyeron al compromiso y la lucidez. Pululan los escándalos de los cuales ya ni El Vaticano se escapa. La lista de las dolencias y carencias que golpean la confianza sería infinita. Declaremos la suficiente ilustración.
Pero… ese mundo enfermo presenta débiles signos de cambio que podrían modificar la dura realidad actual que nació en los 80, con la entronización de un individualismo cerril en las costumbres sociales y en la vida personal. En la economía y en el campo de las políticas públicas la ideología individualista llevó al fundamentalismo del mercado y el consiguiente rechazo de la acción y aún de la presencia estatal.
Este hiperindividualismo y la época ideologizada que originó, solo es comparable con el período de entreguerras que fue uno igualmente ideologizado por los totalitarismos soviético y nazi- fascistas, que al revés de lo actual, negaron al individuo e entronizaron “la estatolatría” que desembocó en la carnicería de la Segunda Guerra Mundial.
El mundo aprendió entonces la lección y en la postguerra desarrolló un modelo mixto donde estado y mercado, donde lo colectivo y lo individual jugaban sus papeles y se complementaban. En lo internacional nace un sistema mundial, con sus reglas y procedimientos: las Naciones Unidas.
Hoy, la crisis económica mundial alimenta la crítica al neoliberalismo expresada en el debate entre las políticas de austeridad y de apoyo al crecimiento. La segunda empieza a imponerse en los Estados Unidos de Obama que avanza en la superación de su depresión económica, mientras que la Unión Europea de la Merkel con su austeridad fiscal a raja tabla ve aplazada su salida del hoyo y disparado el desempleo. En el campo de los valores aparece un nuevo Papa dispuesto a terminar con prácticas vaticanas que solo ahondaban el hiperindividualismo reinante, profundamente anticristiano. Y cerca de nosotros nace una América Latina que en su región Pacífica y en su Cono Sur muestra que es posible progresar en equipo, como una región que tiene su perfil propio y que nada le debe a terceros. Son movimientos de fondo que anuncian el fin de una era. Le abren a la esperanza un espacio aún pequeño y borroso pero real.
En Colombia esos vientos también parece llegarnos desde La Habana, movido por el logro del fin del conflicto que permitiría dejar atrás la gallera sangrienta, vocinglera y estéril en la cual estos decenios de soledad, odio, corrupción y destrucción convirtieron al país. Con ello se abriría el camino hacia un cambio de fondo en la sociedad colombiana que la haga más justa y abierta a la participación de tantos que durante tanto tiempo vivieron al margen de cualquier posibilidad de alcanzar una vida digna. Esa posibilidad nos pondría en sintonía con lo que se inicia ya como cambios en la dinámica internacional.
No nos dejemos castrar ahora por un provincialismo paralizante y por pequeñas disputas con tufillo oportunista y electorero.