Violadores libres y campantes

María Antonieta Solórzano
12 de octubre de 2011 - 06:00 p. m.

Para todos es claro que la dignidad de cada mujer y de cada hombre tiene que ver con la libertad de elegir sus emociones, valores y acciones y, de manera más importante, responder por las consecuencias de las propias acciones en la vida de los demás.

Así que si queremos vivir dignamente tendríamos que lograr que estas dos condiciones se cumplan, es decir, que ninguna persona tenga que asumir en su vida las consecuencias de las acciones de un “perpetrador”. Mientras en nuestro país haya mujeres, niños y niñas violadas o poblaciones masacradas, la dignidad es sólo una palabra y no una experiencia.

¿Tendremos el valor y el compromiso con las víctimas para que sus voces sean oídas, para evitar que sus destinos queden en manos de los victimarios?

Cuando la dignidad es un valor, cada quien es responsable de las consecuencias de sus actos. Por ejemplo, un miembro de familia o un ciudadano cualquiera sabe que si en un acto abusivo, maltratara o violara a una hijastra o una mujer, él tendría que reparar su desmán frente a la familia y frente a la sociedad.

Desde luego, la mujer víctima estaría segura de que la justicia operará y que, en consecuencia, ella no será castigada por haber sido violada o maltratada y que nunca tendría que asumir en su ser las resultados de los actos del victimario, sino que, al contrario, recibirá toda la ayuda necesaria para que las secuelas del delito no se lleven por delante su futuro.

Pero otra cosa muy distinta nos sucede. El victimario condenado a 40 años de cárcel por la masacre de Mapiripán vive en Miami, y si las mujeres violadas quedan en embarazo tendrían que adjudicarse en sus vidas una maternidad violenta con todos sus efectos. Al parecer no estamos lejos de las propuestas más patriarcales y aberrantes de las estructuras monárquicas, donde la voluntad del rey era ley en el reino.

Si una mujer era “poseída” por el monarca, era ella la que debía cargar en su futuro con las consecuencias del capricho del soberano. Debía vivir en la miseria, la deshonra o el aislamiento y, como si fuera poco, como toda una “buena madre”, educar al hijo bastardo del rey, sin que nadie la apoyará. El señor estaba protegido de cualquier responsabilidad.

En principio, esto ofende nuestra definición de vida moderna y de equidad y nos parece atroz. Pero, por increíble que sea, hoy en día algunos líderes creen que una mujer violada debe asumir la responsabilidad de una maternidad que no eligió.

Y es que en este escenario, los abusadores y violadores, aunque vayan a la cárcel, si es que los encuentran y los condenan, igual habrán triunfado en los objetivos de su delirio de poder, porque la violación es un delito sexual originado en una dinámica de poder que pretende, sin lugar a dudas, someter, humillar, mancillar y comprometer la salud física y mental de la víctima, su futuro social y afectivo.

Sólo la sanción social al perpetrador y la liberación total de la víctima, de las consecuencias en su vida, nos permitirán vivir en una sociedad digna, en una nación segura para nuestras hijas.

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