Virgen

Fernando Araújo Vélez
21 de septiembre de 2013 - 09:00 p. m.

Su más preciada y difícil decisión surgió del eterno discurso de hacer dinero que se repetía en su casa, día tras día, todas las noches después de las comidas a las 7:00 en punto, donde era prohibido hablar de negocios, aunque ese fuera el único tema que rondaba entre los cubiertos de plata y cristales de Baccarat de la mesa principal.

Luego del café, sus hermanos y padres se reunían en una sala a tomarse un Cointreau y a fumar cigarros cubanos. Ella solía esconderse en un armario abandonado para oírlos, pues jamás la habían dejado sentarse allí. Era aún muy niña, le decían, y a su edad, 17 años, no podría entender nada.

Una noche comentaron que en el diario había salido la noticia de que un padre había vendido la virginidad de su hija. A la mañana siguiente, antes de irse al colegio, Rosa María fue a buscar el periódico. Lo guardó, y en la tarde recortó la nota, tres escuetos párrafos que referían la historia, o más que la historia, los hechos. Ningún por qué, más allá del eterno dinero, como en su familia. Ni vida ni sentimientos ni culpas. Sólo hechos, sólo negocios, sólo riqueza.

Pasaron varios meses. Cada día la nota le parecía más pesada, más luminosa. Era una especie de tormento que ella sólo pudo descifrar la noche de su cumpleaños número 18.

A la mañana siguiente rentó una casilla de apartado postal y puso un aviso clasificado con el ambiguo título de “Perder la virginidad”. Abajo reseñó el número de su apartado. Nada más. Más allá de encontrar a quien le pagara una alta suma por su virginidad, quería divertirse, jugar al misterio. A la casilla 3.224 debían llegarle las propuestas. Pasados ocho días, tenía cuatro. Una preguntaba de qué se trataba la invitación. Las otras tres le pedían una cita. En los clasificados, otro día, ella afinó los detalles del encuentro. Los primeros dos le ofrecieron millones con la boca y las manos y la imaginación impregnados de lascivia. Dos hombres como cualquier otro, convencidos de que el dinero lo compra todo. Rosa María los rechazó con delicadeza y determinación. Al tercero lo aguardó entre escéptica y ansiosa, no muy ilusionada, pero cuando lo divisó, a lo lejos, se paralizó. Luego se escondió en el baño y se escapó por una ventana para no tropezarse con su padre.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual es editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

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