Viviendo con Trump

Columnista invitado EE
21 de febrero de 2017 - 03:00 a. m.

Por: Miguel M. Benito Lázaro 

El día 20 de enero, Donald Trump tomó posesión de su cargo como presidente de los Estados Unidos. Un mes de ruido y furia. De mucho ruido y mucha furia, de tensión y crispación permanentes, pero con pocas decisiones de gobierno.

Desde la toma de posesión, Trump y sus colaboradores cercanos han tratado la Presidencia como un espectáculo. Como un show para asombrar y entretener, más preocupado por la apariencia que por la sustancia. El primer acercamiento a los asuntos públicos del presidente no es más que una prolongación de la telerrealidad —The Apprentice— en la que fijó su imagen pública, y de una prolongada campaña electoral, la expresión máxima de la política espectáculo.

Y esa es la primera clave para comprender la actual administración. Porque eso explica la sucesión imparable de decretos que el Gobierno presentó —y cómo lo hizo, con Trump en el Despacho Oval firmando y mostrando los decretos a los fotógrafos— en sus primeras dos semanas. Eso explica el furibundo uso de Twitter y las virulentas ruedas de prensa (de Trump, del portavoz del Gobierno Spicer, de la asesora Conway).

Porque, en sus primeros meses, la principal actividad de cada nueva administración es llenar los cargos necesarios —miembros del gabinete, consejeros y asesores— con los que poder desarrollar un determinado proyecto político. Se trata de una etapa de transición suave entre gobiernos. Y eso choca con lo que Trump quiere proyectar: que es un hombre de decisiones firmes, enérgicas e inmediatas. Para que parezca que el presidente cumple es necesario el ruido y así se multiplican los símbolos, las imágenes y los tuits, las fotografías y las palabras. En este punto, la firma de las órdenes ejecutivas es lo único concreto que la administración puede mostrar para transmitir a los estadounidenses que Trump ha tomado las riendas, aunque en realidad ha gobernado poco y ha generado escasos cambios en Washington D.C.

Pero las órdenes ejecutivas no dependen sólo del Ejecutivo. Para convertirse en políticas públicas necesitan la refrendación y/o el apoyo del Congreso, el poder Judicial y los gobiernos locales. Y Trump, lejos de sumar aliados, está enfrentándose con los demás poderes del Estado. Los medios de comunicación, una parte de la opinión pública —el índice de aprobación del presidente en su primer mes de gobierno es el más bajo que se recuerde—, han puesto al judicial y al legislativo en su contra. Incluso los funcionarios están mostrando cierta resistencia a Trump por medio de constantes filtraciones sobre los planes del Gobierno.

Y eso supone que pocas de las iniciativas y promesas del actual gobernante se estén implementando. Por eso, a la hora de juzgar esta administración se corre el riesgo de caer en el juego de debatir sobre los alternative facts y la posverdad, centrándose en el Trump cosmético. En unas palabras y gestos que pretenden tensar y crispar el debate público. Porque esa tensión amplifica sus escasas acciones de gobierno y se hace omnipresente en los medios de comunicación.

Pero qué ha propuesto Trump. Por un lado, ha insistido en la construcción del famoso muro con México para controlar la frontera y la inmigración desde México y Centroamérica hacia los Estados Unidos. De llegar a hacerlo, se vería la inutilidad de semejante medida. Hay muchos muros en el mundo. Valgan los ejemplos de México y Guatemala o de España y Marruecos. En ninguno de los casos la inmigración se ha detenido, simplemente ha cambiado y ha buscado otras vías de ingreso a la idealizada “tierra de promisión”.

El decreto para impedir el acceso de los nacionales de siete países musulmanes —Irak, Siria, Irán, Sudán, Libia, Somalia y Yemen— ha sido frenado por los jueces y abre la puerta a un largo proceso de apelaciones ante las cortes, que el Gobierno está perdiendo. Además abrió una crisis institucional y obligó al presidente a cesar a la fiscal general encargada, Sally Yates. Una situación que podría haberse evitado simplemente esperando una semana hasta que el candidato del presidente a dicho cargo, Jeff Sessions, hubiese tomado posesión.

Los procesos de confirmación ante el Senado de los ministros Betsy DeVos —Educación— y Rex Tillerson —Estado— han sido los más difíciles en sus respectivos cargos. El candidato a la Secretaría de Trabajo —Andrew Pudzer— ha retirado su candidatura por posibles conflictos de intereses.

El ejemplo más grave de todo este caos, causado por la inexperiencia y torpeza dentro de la Casa Blanca, es la dimisión del Consejero de Seguridad Nacional —el tercer cargo más importante entre los consejeros cercanos del presidente—, Michael Flynn, por haber mentido sobre los contactos mantenidos con el embajador ruso ante el gobierno de Estados Unidos antes de la toma de posesión y mientras la administración de Obama anunciaba sanciones al gobierno de Putin.

La crítica más profunda que se puede hacer a Trump es precisamente la de su propia ineficacia, en la que su condición de antipolítico y su desdén por la realidad como base para la toma de decisiones, lejos de permitirle avanzar su agenda, la obstaculizan y dificultan.

El presidente Trump se presenta como ícono del empresario de éxito, eficaz, capaz y directo, que llega a transformar la vida política de los Estados Unidos, pero si algo ha caracterizado este primer mes en la Casa Blanca es la incompetencia. Y ante la ausencia de éxitos, Donald Trump actúa como un prestidigitador, haciéndonos seguir unas manos en las que, al final, no hay nada. El Gobierno se está ejerciendo como un juego de sombras, en el que la crispación sirve de enmascaramiento de lo más cierto: que Trump y sus colaboradores, ajenos casi todos a la administración y la política, no saben cómo gobernar y no logran alinear la máquina burocrática con su proyecto político.

Sin duda, el gobierno de Trump aprenderá a maniobrar en las instituciones y en las complicadas relaciones con los otros poderes. Y será peor. Pero hasta que llegue a eso, lo único que puede ofrecernos la Casa Blanca es el show de Trump. Humo. Ruido. Furia.

 

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