Iluminante la nota del profesor Francisco Gutiérrez (“Metáforas que atragantan”, El Espectador. 7-11-2014).
Desbarata el valor de la metáfora propuesta por quienes equiparan los avances del proceso de paz a “tragarse un sapo”. Y demuestra que el estado de guerrilla permanente de Colombia, desde el siglo XIX, ha significado tragarse miles de sapos diariamente. ¡Y todo bien! La reflexión sugiere saludable que, por consiguiente, el proceso actual contribuya a vomitar los sapos que tenemos, para peor, atascados en la tráquea porque, de lo contrario, ya los habríamos expulsado por el lugar correcto. Fisiológicamente la propuesta apunta al vómito más que al tragar. Porque una nación cuya tráquea está bloqueada por decenas de años sangrientos, en primer lugar, explica por qué ese estado patológico nos ha obligado a eliminar por los ojos o la piel lo que las sanas costumbres desviarían hacia el recto. Y, en segundo lugar, ratifica urgente antes que retardar, comprometerse con el avance de la negociación pacificadora. Sobre todo porque los hechos prueban que los mismos que debaten por continuar con la tragantona de sapos avivando la guerra, al tiempo luchan por ser reconocidos como víctimas; por ejemplo, militares y políticos corresponsables del enfermizo estado de cosas. Colombia es un país a reventar de sapos asfixiantes. Convendría vomitarlos. Apelando a Platón, puede estar ocurriendo, patológicamente, que a medida que vamos acercándonos a la luz, los enfermos de la tragantona deciden que es mejor vivir en las tinieblas y, peor, les damos poder para que nos halen a todos detrás suyo para vivir, asfixiados, en ese fondo oscuro que osamos llamar, además, “el país más feliz del mundo”…
Bernardo Congote. Bogotá.
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