¡Vota! Y colapsa el sistema…

Don Popo
22 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Estaba tejiendo ideas para esta columna: el fast track para la reforma política, las elecciones al Congreso en 2018, la corrupción... cuando estalló el petardo cerca de la plaza de toros. Después de recoger los pedazos de mis nervios, pensé: ahora sí se jodió Peñalosa, esta ciudad se le salió de las manos.

Pudo ser algún resentido, por las golpizas, los gases, los disparos en la cara del Esmad; o por la acción arbitraria de cerrar todo el Centro Internacional, La Perseverancia y La Macarena, disponiendo 3.500 efectivos de la Policía (mientras en las zonas veredales solo hay 1.500 para cuidar a los 7.000 desmovilizados), limitando el derecho constitucional a la manifestación, el desarrollo y la productividad de la ciudad, por proteger a 250 matatoros. De cualquier forma, ¡no es aceptable atacar el terrorismo de Estado con más terror!

Este es el cuarto petardo esta semana. Ahora sí seguro lo van a revocar. No a Petro o a Hollman, sino el movimiento ciudadano que ya tiene más de 100.000 firmas de las 271 .000 necesarias. Eso significaría plebiscito en noviembre y, si la gente no vuelve a votar por hacer de Bogotá una maqueta “divina”… habría nuevas elecciones en marzo, que se juntarían con las del Congreso (¿?)… Cerré esa ventana y continué hilando mi columna...

Las elecciones al Congreso son las más importantes para la democracia representativa y a nadie le importa. Miento: el voto se ha vuelto un bien de lujo y exclusivo, codiciado por los políticos y partidos en estas elecciones. Invierten exuberantes sumas de dinero, hasta 1.000 % por encima de los topes jurídicos —lo cual es irrecuperable con el salario que se ganarán (por eso el proyecto de Claudia de bajarles los salarios nunca lo aprobarán)—. El que tiene los votos tiene el poder. Por lo cual empeñan desde el capital propio, hasta a Odebrecht, los Nule, y los grupos armados ilegales les empeñan la curul. Los votos se compran, se transfieren, se subastan, se revenden, en un mercado sin responsabilidad social empresarial. Al mantener un sector social hambriento e ignorante que vende su voto por un día de comida, y al otro asquiento e indiferente, que no vota, conservan el oligopolio, maquinaria que engrasan con los bienes públicos: la Calle 26, la Vía al Sol, La Guajira, Reficar, mermelada, almendras, etc… Y los unos tanto como los otros, sin derecho a reclamar…

Al hacer obligatorio el voto podría estallar esa burbuja socioeconómica y política. Si todos saliéramos a votar en masa, éste se devaluaría por saturación de la oferta, haciendo absurdo pagar por él. Y pretender comprar todos los votos obligatorios para poder ganar sería tan inviable financieramente que colapsaría el sistema. El voto pasaría de ser el bien, a ser el medio, y los políticos pasarían de ser meros transaccionistas a ser el producto, y más que imagen y discursos vacíos, tendrían que cumplir su misión democrática, representar a un sector social real.

Y en una libre competencia electoral, sin corrupción (aunque obviando mi ingenuidad, pues en Colombia, hecha la ley hecha la trampa), y con jóvenes irreverentes desde los 16 años votando para castigar a los políticos tradicionales, eligiendo a quien represente su identidad, necesidad, expectativa y cosmovisión… adiós Peñalosa, Otto, Arias… Y ahí sí, qué pena Matador, no es Maluma, es… ¡Don Popo presidente! Yes We Can!

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