Mi butaco

Y hablando de la ética, todo el mundo se hizo el pendejo

Mauricio Navas Talero
19 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Por: Mauricio Navas

Que no se establezcan colegios más que en las ciudades ricas. A las viejas viudas hay que encarecerles nuestra extrema pobreza, para sacarles el dinero que se pueda. Que sólo el provincial sepa en cada provincia a cuánto ascienden nuestras rentas; que a lo que asciende el tesoro de la Compañía sea un misterio sagrado. Monita Secreta de los jesuitas.

Tan siniestras como el texto de arriba son las respuestas dadas sobre el tema de la ética en la revista Semana. Los entrevistados se “desmontan por las orejas” tratando de quedar bien con todo el mundo y desperdician el espacio para una reflexión edificante. El texto del encabezado de esta columna es propio de un documento que consigna el protocolo secreto de la Compañía de Jesús, consignado alrededor del año 1500 y descubierto por accidente hacia el año 1600, y una luz para encontrar el escondite de la ética.

¿Cuándo se refundió la ética en Colombia? ¿Qué les parece si recordamos quiénes educaron a este país? Véanse, por ejemplo, el Colegio Mayor de San Bartolomé de Santa Fe de Bogotá; Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, devotos de La Bordadita que, junto con la Santo Tomás de Aquino, son los responsables de la formación de valores desde la Nueva Granada.

La ética iba a nacer y la ahogaron entre el clero y una cultura, la del vivo, del avispado vendedor, quienes tan de la mano han transitado por la historia de este agonizante país. No recuerdo más evocaciones a la religión en épocas recientes que las hechas por los líderes de la política, que se intercomunican entre el palacio de Nariño, los patios de La Picota y los grilletes de las cárceles de la Florida. La cultura del buen vendedor, del macho para los negocios, del culebrero con carriel y camándula.

¿La solución? Si es que la hubiera, que lo dudo, es solo una: ¡educación! La ejecución de una revolución educativa en la que no se le den opciones a la trampa o al irrespeto; en que el concepto “dar papaya”, tan aplaudido en Colombia, sea considerado un abuso y no un derecho; en la que robar sea un delito sin justificaciones; en la que la violencia no tenga gradiantes y la vida sea respetable sin distingos de alguna naturaleza; en la que la justicia tenga majestad sagrada y en la que el líder de la República tenga respetabilidad por su elevada dimensión civil y no por su capacidad de romperle la cara a un ¡marica!

 

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