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¿Y los responsables?

Cristina de la Torre
26 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

Los gobernantes colombianos son como “un grupo de bandidos sicilianos o calabreses”; lo dijo en 1903 Teodoro Roosevelt, arcabuz en mano, cuando gritó victorioso “I took Panama”.

Victoria pírrica, pues aquellos ni siquiera acusaron el libelo, acaso honrados de que la estrella polar se dignara mencionarlos. Así ha perdido Colombia la mitad de su territorio, a manos de señorones siempre listos a deshacerse de “lejuras malpobladas por horrendos negros o indios”. Élite indigna que con la pérdida de 80 mil kilómetros de mar en el Caribe ratifica ahora su torpeza.

Cuando se escindió de Colombia Panamá, el presidente Marroquín y su segundo, Jorge Holguín, reconocieron solícitos el nuevo Estado, que no demoró en cederles a los gringos la construcción del Canal. No alivió el trauma de los colombianos la aritmética ventaja que Marroquín presentó: me entregaron un país —dijo— y les devuelvo dos. Londoño Paredes, nuestro negociador en La Haya, declaró tras la debacle que Colombia era ahora “más grande”. Otro acontecimiento que lacera la memoria del país fue la pérdida de la mitad del petróleo que hoy extrae Venezuela, por decisión del presidente Urdaneta. Cedió él en secreto el archipiélago de Los Monjes, vecino de La Guajira y asentado —se sabía— sobre un mar de oro negro, en canje por Eliseo Velásquez. Corría 1951. El gobierno conservador quería al jefe guerrillero liberal refugiado en Venezuela. Colombia entregó Los Monjes y recibió al rebelde. Lo apresó, lo torturó y a los dos días lo mató. Gestionaron la operación el entonces canciller Uribe Holguín y su secretario Vásquez Carrizosa.

Hoy se repite la historia con Nicaragua. Por incuria y pifia de los expresidentes Pastrana y Uribe, Colombia pierde enorme porción de mar. El presidente Santos recibió el caso cuando ya la suerte estaba echada. Pero, rehén del Estado de opinión que Uribe quiere revivir, chambonea en su perplejidad midiéndole el aceite al desconcierto general. Y, dizque en aras de la unidad, se niega a señalar culpables. Por su parte, Uribe incendia la pradera del patrioterismo llamando a desacatar el fallo. Busca votos. Y, tal vez, guerra con Nicaragua, vale decir con Chávez; a ella podrían sumarse soldados de Fidel y respaldo de casi toda Suramérica al inefable Ortega. De paso, frustraría Uribe el proceso de paz con las Farc que se adelanta con aval de Cuba y Venezuela. Gana con creces su pasión suprema: a la guerra interna le suma otra, internacional. Eso sí, enmudece —como Pastrana— sobre su responsabilidad en el fallo adverso de La Haya.

Esta comedia de equivocaciones comienza en 1928, cuando Colombia le regala a Nicaragua la costa de Mosquitia, dizque a cambio del archipiélago de San Andrés, que ya era nuestro. Segundo, habiendo tratado en firme, Colombia acepta en 2001 que la Corte estudie una demanda sin piso de Nicaragua. Al fungir como parte demandada, legitimó el litigio. Tercero, para contestar la demanda, nuestro país debió reclamar el archipiélago entero y exigir devolución de la soberanía sobre la Mosquitia. Entonces hubiera quedado Nicaragua advertida de lo que arriesgaba. Pudo boicotear el proceso, pero lo escabulló. Cuarto, debimos denunciar el Pacto de Bogotá (que nos obligaba a comparecer en la Corte) antes de que la contraparte demandara. No se hizo. Y Uribe, en sus largos ocho años de gobierno, se obstinó en no denunciarlo.

Si nuestro servicio exterior sigue siendo coto de caza de gobernantes sin honor, a Colombia le darán siempre rocas y, al otro, el mar. Bandidos o no, como espeta el bucanero Roosevelt, Arlene Tickner sitúa con más tino el origen de esta vergonzosa tradición: es la “soberbia andina”. Responsables hay. ¡A rendir cuentas!

 

 

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