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¡Ya están aquí los toreros muertos!

Esteban Carlos Mejía
12 de septiembre de 2015 - 04:24 a. m.

La consulta taurina en Bogotá, salpicada por pleitos sin fin, reflejará en las urnas una polémica sin redención.

¿Por qué son tan antagónicas las visiones de taurinos y antitaurinos? ¿Por qué unos se emocionan hasta el éxtasis cuando opinan de tauromaquia mientras otros se desgañitan gritando “¡la tortura, ni arte ni cultura!”? Creo que la crispación se debe a que hablan de dos cosas distintas. Fíjense en el cartel de una corrida. ¿Qué ven ustedes? ¿Ven al torero o ven al toro?

Los que ven al torero, ven coraje, elegancia, plasticidad, arte... el arte de Cúchares. Se exaltan porque la valentía de los toreros exalta a cualquiera. Hace añísimos vi torear a Paquirri, Francisco Rivera Pérez, y su bravura y serenidad me embriagaron más que la manzanilla de las botas de los vecinos del tendido 6 de sol en La Macarena, de Medellín. Y eso que yo no era aficionado sino mero espectador, atolondrado por los oles y paralizado de miedo ante la inminencia de una cornada.

Confieso que la gallardía de los toreros está en algunas lecturas de mi corazón. Ernest Hemingway, el escritor más políticamente incorrecto de todos los tiempos, se fajó con su Muerte en la tarde (1932), en la que relata su amor por el toreo, desde la perspectiva de los toreros. Aún mejor que Death in the Afternoon —y Papá Hemingway me perdone— es Juan Belmonte: matador de toros (1935), de Manuel Chaves Nogales, anticipación de eso que en Estados Unidos, con gran pompa y boato, llamaron “nuevo periodismo”. (Entre paréntesis: Manuel Chaves cuenta allí que Belmonte, matador de matadores, siempre soñaba lo mismo: la comunidad de Madrid elegía un alcalde socialista —pero socialista proletario, no socialista lancinante como Petro o trópicoanalfabeta como Maduro, sino socialista de verdad— que al asumir el poder, en su primer acto de Gobierno, ¡prohibía las corridas de toros!).

Ahora bien, los que se fijan en el toro, ven dolor, sevicia, brutalidad... y muerte. En internet abundan fotografías y videos sobre las lesiones que sufren los toros de lidia: todas despiadadas y aberrantes. Algunos antitaurinos, incluso, llegan hasta proclamar o reclamar los derechos de los animales, vaina de no menos controversia que las corridas mismas.

La discrepancia es y será inevitable. Insoluble, por cierto. ¿Barbarie o diversión? ¿Exclusión de mayorías o inclusión de minorías? El futuro de las corridas es escaso y oscuro. Por eso, a riesgo de que los taurinos se emputen conmigo, para este trago amargo les recomiendo oír (o volver a oír) el recorderis de unos irreverentes roqueros españoles: “Acaba de entrar Manolete con una mano en el boquete. / Sigue Antonio Bienvenida con una tirita en la herida. / Pasa por la puerta Belmonte el magnífico / que en el cielo se ha comprado un frigorífico. / A su lado el Gallo de Triana, a tu lado con su hermana. / Ya están aquí los toreros muertos, / ya están aquí / ¡muertos!, ¡muertos!” (http://bit.ly/1ijtjLR) Porque así será después de la consulta: ni toros, ni toreros. Como en los sueños de don Juan Belmonte, ¡oh, Dios!

Rabito de paja: “Su espejo muestra el fango, ¡y usted acusa al espejo! Acuse más bien al gran camino donde está el pantano, y más aún al inspector de rutas que deja que el agua se corrompa y el fangal se forme”. Stendhal (1783 - 1842).

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