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Zaz

Andrés Hoyos
11 de marzo de 2015 - 04:06 a. m.

El viernes y el sábado pasados Isabelle Geffroy, mejor conocida con el apodo inspirado de Zaz, dio dos conciertos memorables en el teatro Jorge Eliécer Gaitán.

Zaz es la más notable novedad de la canción francesa y quizá europea, por lo menos continental. Nunca, al parecer, le corrió afán en la vida, pues lanzó su primer disco recién cumplidos los 30 años. Ahora tiene 34.

Hija de una profesora de español y de un electricista, ninguno de los cuales tenía vena musical, pasó de joven por el conservatorio, lo que se nota en el audaz, casi temerario, manejo de la voz. Hay momentos en los que uno cree que va a saltar en pedazos. Pero Zaz no es flor de invernadero; está clarísimo que la parte crucial de su educación artística se dio entre los músicos que se fue encontrando en su accidentada época de desconocida como, por ejemplo, cuando cantó en Vladivostok tras salir de Francia por primera vez. Empezar una carrera musical internacional en lo más crudo del invierno siberiano tiene su swing. Zaz debió tomar clases de salsa en algún recodo del camino, pues la baila estupendamente, al estilo cubano. Durante el concierto bogotano no tocó ningún instrumento, salvo por una divertida trompetita que hace con la mano cerrada.

Ecléctica, comme il faut en estos tiempos de maremágnum electrónico, Zaz mezcla un rock casi duro, con el gypsy jazz de Django Reinhardt y la chanson francesa, puesta a punto con una gota de taquicardia. Édith Piaf es una obvia referencia. Valiente, Zaz se calzó los zapatos de La Môme y se le midió a hacer varios covers de sus canciones emblemáticas. Impresiona, muy en particular, la fuerza de su versión de Dans ma rue, que cuenta la historia de una chica de barrio que muere tras no ser capaz de sobrevivir ni siquiera prostituyéndose. Claro, Isabelle Geffroy nunca se paseó por las aceras, como sí tuvo que hacerlo Édith, petite différence. Al igual que su ídolo, Zaz tiene un gusto regularcito para vestirse, pero no importa, pues uno va es a oírla cantar. Caso aparte son los nueve músicos sencillamente admirables que la acompañan y que están a sus anchas en todos los estilos que la chica tiene a bien sacarse del cubilete. Zaz ha compuesto algunas canciones pero, a semejanza de Ella Fitzgerald, otra de sus heroínas, sabe que los talentos artísticos no siempre vienen equilibrados y que hay gente por ahí, como Raphaël Haroche, que compone de maravillas. Lo que sí es de rigor es tener buen oído para identificar lo que va contigo y un gran director musical al que tú misma debes dirigir. En todos estos terrenos nuestra chica da en el blanco.

Para los afrancesados de este mundo, entre quienes me cuento, Zaz es una grata noticia porque revela que existe otra Francia, la que todavía quiere “el amor, la felicidad y el buen humor”, en claro contraste con la neurótica, inteligente y nihilista de Michel Houellebecq y de tantos otros pesimistas. No estoy al día en materia de nueva literatura, pero al rompe no le encuentro un equivalente. Si existe, por favor enviarme noticias al correo que aparece abajo.

Ahora bien, ni yo ni mis compañeros de concierto esperábamos el entusiasmo desbordante del público bogotano con Zaz, ya que su música no suena en la radio local ni hasta hace poco se conseguían sus discos en las escasas tiendas que aún los venden. Es, pues, un fenómeno de las redes sociales y de You Tube, totalmente contemporáneo. Ambas noches el teatro estaba hasta las banderas.

 

 

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