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Óscar Naranjo

Este hombre es, sin duda, el gestor de la inteligencia policial. Asumió la dirección de la institución en la más grave crisis de ésta.  

Félix De Bedout* Periodista de la W Radio.
12 de diciembre de 2009 - 09:00 p. m.

El 15 de mayo de 2007 al general Óscar Naranjo la vida se le anticipó siete años. En esa fecha fue nombrado director general de la Policía Nacional y aunque nadie dudaba, excepto él mismo, que ese día llegaría, todavía no era su hora y ese no era el mejor momento. Es más, el día que asumió el cargo fue el más dramático de su vida. Llegaba a comandar una institución en crisis por el primer gran escándalo de ‘chuzadas’ del gobierno de Álvaro Uribe, escándalo que tenía como protagonista a la Dirección de Inteligencia Policial, la Dipol, que era una estructura que el mismo general Naranjo había creado y que, en ese momento, en peligro de desaparecer, paradójicamente lo llevaba a la cúpula de la Policía. Nunca un general con apenas un año de antigüedad llegaba a la Dirección General y para hacerlo posible había salido el 50% del generalato de la institución. En medio del caos, las intrigas y las apuestas por el fracaso, sólo quedaba una satisfacción a la que aferrarse: era el primer hijo de director en llegar a lo más alto de la Policía.

Aunque hoy cueste creerlo, no era el ejemplo de su padre —el general Francisco José Naranjo— el que quería seguir el joven Óscar Naranjo de los años 70. Su ídolo era Enrique Santos Castillo —el de la revista Alternativa— y a un trabajo como el de ese periodista quería dedicarse, por eso comenzó a estudiar Sociología en la Universidad Nacional hasta que, a los quince días de estar allí, se ve en medio de una pedrea en la que su padre comanda a los agentes que tienen que disolver a los estudiantes, entre los que él se encontraba. En un diálogo en la puerta de la casa, al regresar, padre e hijo coinciden en que otro episodio como este sería demasiado para el corazón de doña Amparo Trujillo, madre del joven reprendido, que acepta cambiar de universidad y comienza estudios de Comunicación Social en la Javeriana. Pero su primera crónica fue su último trabajo periodístico. Decidió acompañar a un grupo de agentes antisecuestro en la liberación de una niña y lo emocionó tanto lo que vio, que acabó aceptando el destino del que siempre huyó: quería ser policía como su padre. En pocos meses del año 1976 Óscar Naranjo pasó de las revueltas en la Universidad Nacional a inscribirse en la Escuela de Cadetes de la Policía General Francisco de Paula Santander.

A partir de ese momento, Óscar Naranjo siempre ha estado en primera línea de los reflectores, en el interior de la Policía, porque sabía que tenía que superar el estigma de ser “el hijo del general” y hacia afuera, porque muy pronto empezó a ganar visibilidad por sus resultados y lo vertiginoso de su ascenso en la institución. Siendo apenas capitán, lo nombran jefe de contrainteligencia, un cargo habitualmente para un coronel. Y en el año 1988 salta de lleno a la guerra contra los carteles como analista de inteligencia, el paso que marcaría definitivamente su vida profesional. Desde entonces, en todas las batallas contra el narcotráfico Naranjo ha sido protagonista: en la caída de los carteles, en la muerte y extradición de los grandes capos, en el descubrimiento de multimillonarias caletas y un largo etcétera. (Triunfador de mil batallas de una guerra perdida, ese sería otro debate). Una guerra que deja heridas, en su caso no físicas a pesar de las múltiples amenazas, sino morales, el flanco por el cual los criminales le suelen disparar de tanto en tanto al general, un flanco abierto por su relación con el controvertido coronel Danilo González, aquel policía que se vendió a la mafia y acabó asesinado por sus compinches. Con él, Óscar Naranjo tuvo una relación utilitaria, se valió de la información que éste tenía para dar los golpes definitivos al cartel de Cali. A cambio de esa información, Naranjo le estaba ayudando para que se entregara a la DEA. Antes de concretar el acuerdo, González fue acribillado y, desde 2003, esa relación ha sido caballito de batalla contra Naranjo. El general sabe que haber asistido al entierro de González fue imprudente, pero reitera que lo hizo por solidaridad con la familia de un oficial que había caído en desgracia.


El hoy director de la Policía pensó muchas veces a lo largo de los años que nunca llegaría a ese puesto, incluso vio difícil llegar a general; es más, cada cambio de gobierno se convertía en una verdadera prueba de supervivencia. El suyo siempre ha sido el caso del “hombre que sabe demasiado”, por lo que muchos le temen y lo han querido lejos de cada nueva administración. Sus enemigos lo han calificado de vitrinero, consentido de la prensa y protegido de la Embajada de los Estados Unidos. Señalamientos que enfrenta con tranquilidad porque sabe que su trabajo está avalado por resultados indiscutibles que sabe presentar en los medios, teniendo claro que en su labor lo que no se comunica no existe y que la confianza de Estados Unidos se gana con años de trabajo, pero se pierde al menor desliz. Pero tal vez la clave de su permanencia a lo largo de tantos gobiernos es la que muestra bajo la administración de Álvaro Uribe; una mezcla de lealtad e independencia que le sirve para defender con convicción absoluta la política de seguridad democrática sin perder el respeto y la confianza de algunos de los más férreos opositores de este gobierno, situación que le ha generado poderosas enemistades entre el grupo de áulicos incondicionales que rodean al Presidente.

Un comentario habitual cuando alguien conoce al general Naranjo es que “no parece policía”. Por su trato, su manera de hablar y la capacidad para dialogar sobre múltiples temas, Naranjo está lejos de la caricatura del agente monosilábico y acartonado con que se suele representar a los policías y aunque en lo personal ese comentario le agrade, sabe que uno de sus mayores retos es lograr una imagen diferente de su institución. Por eso introdujo a su llegada a la Dirección una palabra que es una declaración de principios; quiere una estructura basada en el Humanismo, que responda al principio de ser “un cuerpo armado de naturaleza civil”, un camino marcado por su larga trayectoria en el campo de la inteligencia, entendida ésta como algo que va más allá de interceptar líneas telefónicas. Inteligencia para investigar y descubrir la trama DMG o para invitar a los miembros de la Corporación Arco Iris a su oficina a debatir abiertamente el informe sobre la seguridad democrática. Sabe que en el diálogo y en el debate se puede construir esa Policía confiable y cercana a la gente con la que él sueña. Veremos si el tiempo le alcanza.

En 33 años de servicio, al general Naranjo dos momentos lo han marcado a fuego a nivel personal. El primero, el 6 de noviembre de 1985, cuando minutos después de descender de un helicóptero de la Policía en la azotea del Palacio de Justicia, murió el mayor Aníbal Talero Cruz, su amigo del alma desde la Escuela de Cadetes. Y el segundo instante que le nubló la mente fue la detención de su hermano por narcotráfico en Alemania. Ese día pensó que se terminaba su carrera. Hoy, con las heridas cicatrizadas, este civil con uniforme es uno de los personajes públicos con mayor reconocimiento por parte de los colombianos, capital que no va a invertir en la política electoral que, dice, no lo desvela. Para su retiro tiene pensado dedicarse a estudiar filosofía.

En la cabeza y en los archivos de este hombre está la historia criminal de Colombia desde 1979 y en esa historia criminal están las claves de lo que ha pasado en nuestro país en los últimos 30 años. Ojalá algún día se decida a contarla.

Por Félix De Bedout* Periodista de la W Radio.

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