Turismo
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La magia del territorio andino

Recorrido por Suramérica. Segunda entrega

Antonio Alarcón / Perú y Bolivia
24 de febrero de 2010 - 04:13 a. m.

Dejando atrás los días de fiesta en Montañita, partimos de Guayaquil hasta Tumbes, para ingresar a la tierra de los desiertos junto al mar, la Cusqueña, el Pisco Sour, la Combi, el Tiradito y la Inca Kola. Arribando a Máncora, zona costera en el norte peruano, una cabaña en medio de un buen hostal a sólo unos metros del mar, albergó por unas horas más al grupo que al atardecer del día siguiente se dividió para despachar algunos hasta La Paz, en Bolivia, otros devuelta a Colombia y otros más hasta Buenos Aires en Argentina.

Una noche de siesta, una mañana de descanso en la playa, un delicioso almuerzo de despedida y de nuevo a un bus, en este caso y en adelante por todo el territorio peruano, de dos pisos equipado con servicio cama, semicama y camarero, que 16 horas después tocaría Lima.

Empotrada sobre un risco a orillas del océano Pacífico, la metrópolis de mayor población en este país recibe a los turistas con un contraste de beldad, pobreza y fiereza difícil de digerir. No obstante, luego de ingresar al centro histórico de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el 88, la atmósfera cambia y las calles repletas de monumentales construcciones a los alrededores de La Plaza de Armas como el Palacio de Gobierno, la Catedral y el Convento de Santo Domingo, cambian por completo la perspectiva.

En busca de un buen sitio para pasar la noche, 3 de los 13 viajeros llegaron hasta Miraflores, un distrito totalmente diferente al resto de la ciudad donde todo gravita en torno a la comida gourmet, la tertulia y la vida nocturna. Che lagarto, en el corazón de Miraflores, es el nombre del hostal escogido para descargar mochila y salir a devorarse la ciudad. Pese al caótico tráfico y el mal uso, o mejor, abuso de las bocinas por todos los conductores, Lima tiene mucho por ofrecer. Un atardecer increíble visto desde alguno de los parques en la costa. Servicio turístico amable. Suvenires en cada esquina y a todos los precios. Un complejo acuático en donde cada noche hay un show mágico lleno de colores. Barranco y sus restaurantes.

Dos días más tarde, una vez más el grupo se separa y dos continúan su camino hasta Cusco, a 23 horas de Lima, una de las provincias de mayor importancia para el país por ser el punto de partida hacia Aguas Calientes y luego a Machu Picchu, maravillas del mundo contemporáneo. Sin embargo, en este viaje Machu no fue uno de los destinos ya que para visitarlo como es debido hay que tomarse unos días y para el caso el tiempo era corto y aún faltaba un buen tramo por recorrer. No obstante, el paso por Cusco no fue en vano. Las calles empedradas, su arquitectura colonial y las montañas que se asoman tras las construcciones convierten esta provincia en un lugar único en el mundo.

Un salto más de seis horas hasta Puno para conocer el costado peruano del Lago Titicaca, un charco de agua fría, matices verdes y azules, en dimensiones colosales y una profundidad pavorosa. Un lugar que desde el momento en que empieza a navegarse desdibuja la idea de belleza que alguien una vez imaginó. En las aguas del Titicaca habitan algunas comunidades como los Uros que viven sobre islas flotantes hechas de totora.

A unas tres horas de la costa está Amantaní, una isla que alberga aproximadamente a mil habitantes que reciben amablemente en su casa y como parte de su familia a cada uno de los visitantes que llegan hasta ahí. Comida de leña junto a una nueva familia, una caminata hasta la cima de la montaña y al caer la tarde se imprime en el agua y el cielo la razón por la cual un colombiano que nunca había salido de su país decide hacer este viaje. Sin palabras por pronunciar y con una extraña impresión de soledad, melancolía y felicidad, de esa que todos sueñan sentir, se apagan las luces entre las islas que marcan el horizonte y termina el día. A disfrutar de la fiesta que Amantaní tiene para el turista y a dormir.

Tres horas más, de vuelta a Puno, dos horas y media más hasta Copacabana y Bolivia, una hora adelante que Colombia, ya es suelo conocido. Una noche de descanso, disfrutando del bajísimo precio de su moneda, para la mañana siguiente partir hasta el último destino, La Paz, ciudad compleja y saturada en la que termina un recorrido exquisito inolvidable por quienes se atreven a vivirlo. Un aeropuerto. Un avión y de vuelta a casa a contar el cuento.

Por Antonio Alarcón / Perú y Bolivia

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