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El templo dorado de la India

Placas de oro cubren las paredes de marmol de este fascinante recinto ubicado en Amritsar, en el estado de Punyab.

Redacción Buen Viaje
15 de abril de 2015 - 03:13 a. m.
El templo, que parece flotar, crea una atmósfera mágica en la noche cuando todas las luces se posan sobre él. / iStock
El templo, que parece flotar, crea una atmósfera mágica en la noche cuando todas las luces se posan sobre él. / iStock

Considerado una de las maravillas menos conocidas de la India, el templo dorado de Amritsar, o Harmandir Sahib, se roba de inmediato la atención de quien lo visita, no sólo por su ostentosa arquitectura, sino por la magia que lo rodea y la conmovedora solidaridad de quienes lo habitan. Hospedaje y comida gratuitos para todos los visitantes, sin importar condición social, sexo, religión o raza, son sólo algunas de las características que hacen que este increíble recinto sea completamente diferente a las otras.

Atributos que además hacen parte del sijismo, religión que construyó el templo para hacerlo su lugar más sagrado y que nació con el objetivo de reunir en una sola fe lo mejor de las religiones más importantes del mundo. De esta manera creen en la existencia de un solo dios con una voluntad que siempre debe ser aceptada, en valorar y respetar ideales como la verdad, la alegría, la humildad o el amor, mientras se suprimen la lujuria, la ira, la codicia, el apego material y el egoísmo y se repudian la intolerancia y el racismo, siempre contribuyendo desinteresadamente con la sociedad.

La historia cuenta que para poder construir el santuario fue necesario cavar el lago artificial sobre el que hoy se refleja elegantemente. Esta labor empezó en 1577 por el gurú Ram Das, quien le dio el nombre de Amrit Sarovar, que en lengua sij significa “estanque del néctar de la inmortalidad”, aguas llenas de peces dorados que deben ser visitadas por todos los sijes al menos una vez en la vida para purificarse. Pero no sería antes de 1589 que se comenzaría a erigir la estructura, hecha en mármol y cubierta por placas de oro, para convertirse en el hogar del Adi Granth, la escritura sagrada del sijismo.

Ubicado en la ciudad de Amritsar, en el estado de Punyab, al noroeste de India y a media hora de la frontera con Pakistán, el templo tiene cuatro puertas ornamentadas que simbolizan, entre otras cosas, la apertura de los sijes a todos los visitantes que deseen ingresar. Una vez dentro es fácil encontrar decenas de voluntarios que tocan instrumentos y cantan, así como cientos de fieles que pasan rezando, haciendo reverencias y hasta ofreciendo toda clase de obsequios.

Además hay dispuestos comedores y bebederos de agua limpia, en los que voluntarios sijes ofrecen gratuitamente pan y sopa de lentejas a más de 10.000 personas al día. Para lograrlo, así como su mantenimiento en general, el templo se financia a partir de las donaciones de los cerca de 25 millones de fieles que hay en el mundo; sin embargo, todo el que desee ayudar cocinando o lavando platos es bienvenido y recibirá a cambio un delicioso té chai.

Eso sí, no se puede ingresar sin cumplir ciertas condiciones, entre las que se incluye cubrirse la cabeza y los hombros, no llevar zapatos ni medias —hay puntos para guardarlos—, vestir modestamente, sin mostrar las piernas, no tomar fotos ni videos y estar dispuesto a sentarse en el piso como señal de respeto. También es recomendable ser cuidadoso a la hora de comer en Harmandir Sahib, pues si bien no hay límite en las porciones, no se permite dejar nada de comida en el plato antes de abandonar la mesa.

Llegada la noche es imposible no dejarse enamorar por el ambiente, cuando una ceremonia llena de música y cantos se apodera del aire, mientras las luces del templo majestuosas se reflejan a lo largo y ancho del lago y la hermosa plaza que lo rodea, completamente recubierta en mármol. Al tiempo es posible compartir con cientos de sijes, quienes, llenos de curiosidad y ataviados con sus coloridos turbantes y largas barbas, se acercan a los viajeros para conversar, sin importar las barreras que puedan suponer las diferencias de idioma.

Terminada la jornada vale la pena pasar al menos una noche en las posadas cercanas al templo, donde cómodas camas en dormitorios compartidos y duchas de agua caliente esperan a viajeros y sijes por igual sin ningún costo, completando así una travesía mágica, relajante e inolvidable.

Por Redacción Buen Viaje

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