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República Checa, la ruta de los castillos

Fortalezas que revelan las pasiones de un rey amante de la caza, espacios sagrados que impiden caminar con libertad y exigen respeto, y edificaciones milenarias reconocidas a nivel mundial por su tamaño, son algunas de las joyas más preciadas que ofrece este encantador destino.

Marcela Díaz Sandoval
21 de octubre de 2015 - 10:48 p. m.
iStock / iStock
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El destino del que les voy a contar en las siguientes líneas es reconocido en el mundo por sus museos al aire libre. Aquí las pinturas, la historia y la arquitectura son protagonistas. Bienvenidos a República Checa, un viaje en el tiempo.

Como en los cuentos de hadas, la historia empieza en un lugar algo bohemio, un poco renacentista y con un aspecto gótico: Praga, la capital. Conocida como la ciudad de las 100 torres, aunque en realidad tenga más de 400, y formada por 22 barrios de los cuales cuatro conforman el centro (Ciudad Vieja, Ciudad Nueva, Ciudad Pequeña y Barrio del Castillo). Cada calle está impregnada de arte, de cultura y de escenas increíbles para quienes no estamos acostumbrados a ver, por ejemplo, el buen funcionamiento del tranvía como medio de transporte público, un puente con esculturas que evidencian el paso de los años y castillos que se perciben desde lejos.

“Aquí nada es lo que parece, todo es leyenda”, cuenta Marketa, la guía praguense que nos acompañó durante el recorrido. Como ella son muchos los habitantes que se dedican a este oficio; en promedio cobran 94 euros por cuatro horas de tour en español. Praga se conoce caminando y se disfruta viendo converger las diferentes culturas del mundo. Es tan turística como cualquier otra ciudad de Europa, principalmente entre abril y octubre.

El reloj astronómico, el puente de Carlos, el castillo de Praga (el más grande del planeta), el río Moldava, el mercado de los sábados en el malecón y el muro de John Lennon, son algunos de sus principales atractivos. Tenga en cuenta que, aunque se considera un destino seguro, en zonas turísticas suelen aparecer los carteristas, por lo que la recomendación es cuidar muy bien las pertenencias. Además, durante la estadía se va a encontrar con una amplia oferta de carnes en los menús. Las opciones son escasas para los vegetarianos.

República Checa, sin embargo, es mucho más que Praga. A una hora en bus y en medio de montañas está ubicado Nizbor, un pueblo conocido principalmente por la fabricación del cristal de Bohemia, fruto de una larga tradición de excelencia, calidad y creatividad. Por supuesto, el plan imperdible es visitar la fábrica de producción. Ver la elaboración de objetos y accesorios en cristal con plomo tallado, grabado o pintado a mano es una experiencia que sólo ofrece esta ciudad. La entrada por persona cuesta 189 euros y permite apreciar desde el soplado hasta la decoración final. Lo más probable es que una vez allí se antoje de todo lo que está en la tienda y la recomendación es que lo haga. Los precios son mejores que en Praga.

Una de las bondades de República Checa es que permite cambiar de paisajes y ambientes en poco tiempo. A media hora de Nizbor está Karlstejn, un lugar que parece sacado de los cuentos de los hermanos Grimm, donde príncipes y princesas aparecen en el camino mientras simulan ser como la realeza de siglos pasados. Esta parte del mundo permite, literalmente, sentirse como en épocas medievales. El castillo que lleva el mismo nombre tardó 17 años en ser construido y era en un principio la casa de verano de Carlos IV; más adelante pasó a ser el escondite de los tesoros reales y recopilaciones de las santas reliquias.

La energía que allí se percibe no tiene nombre. Hay que recorrer sus patios, descubrir los oscuros y fríos salones y subir las 350 escaleras que llevan al Jerusalén Celeste, ubicado en la capilla Santa Cruz, para sentirse en el cuento. Este último es un lugar especial, quizás el más especial de todo el castillo. Sólo pueden entrar 16 personas cada dos horas para admirar las pinturas y piedras preciosas que brillan en las paredes, siempre atentos de pararse únicamente sobre un tapete rojo, la única área donde pueden estar los visitantes.

Ir a República Checa y no conocer Kutná Hora es imperdonable. Aunque es reconocida mundialmente como la ciudad de la plata por las minas que hay en sus alrededores, los praguenses la referencian como la rival de Praga, pues la explosión económica del siglo XIII le dio tal relevancia que llegaron a competir en poder económico, político y cultural para erigirse como capital del país. El centro de la ciudad fue declarado en 1995 Patrimonio Mundial por la Unesco, gracias a su importancia histórica y joyas arquitectónicas.

Su principal referencia es la catedral de Santa Bárbara, una de las iglesias católicas más famosas de Europa Central. Santa Bárbara es la patrona de los mineros y su fervor era apenas obvio en una ciudad cuya riqueza se basaba enteramente en sus minas de plata. El templo fue construido en el siglo XIV. Otro atractivo imperdible es la casa de la moneda, antes llamada Corte Italiana, y el osario de Sedlec, una pequeña capilla situada bajo la iglesia del cementerio de Todos los Santos, que alberga cerca de 40.000 esqueletos humanos.

Los amantes de la historia y los relatos de los reyes se deleitarán recorriendo el castillo de Konopiste, ubicado a 50 kilómetros al sureste de Praga, a las afueras de la ciudad de Benesov. Se hizo famoso por ser la última residencia del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono austro-húngaro, cuyo asesinato en Sarajevo desencadenó la Primera Guerra Mundial. La bala que lo mató se encuentra exhibida en el museo del castillo.

A diferencia de los demás, sorprende por su ambiente moderno, cuenta con calefacción y electricidad, y por la colección de libros, estatuas, pinturas, sellos y armas. Objetos preciados para Francisco Fernando, aficionado a la cacería y responsable de matar a más 300.000 animales en 38 años.

En República Checa no hay señales del paso del tiempo. Seguramente hace 100 años o más los castillos, los parques, las casas y los puentes se veían exactamente como ahora. Sus pueblos no conocen la modernidad ni sus habitantes se han dejado influenciar por las últimas tendencias de la moda. En esta parte del mundo sólo importa conocer la historia, disfrutar la cultura y vivir el día a día como debería ser: sin prisa y sin afán.

 

* Este texto fue posible gracias a la invitación de la Oficina de Turismo de la República Checa - Czech Tourism. 

Por Marcela Díaz Sandoval

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