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125 se escribe con letras

El primer número de El Espectador, que circuló el 22 de marzo de 1887, decía en su encabezado que era un “Periódico político, literario, noticioso e industrial”.

Redacción Cultura
28 de marzo de 2012 - 08:36 p. m.

Fue aquella una declaración de principios que jamás se traicionó. Como escribió Héctor Abad Faciolince, “Desde finales del siglo XIX y principios del XX se encuentran en sus páginas algunos de los mejores exponentes de la cultura colombiana. El comienzo, por motivos obvios del origen del periódico, es muy antioqueño. Tomás Carrasquilla, Luis Tejada, Porfirio Barba-Jacob (fugaz jefe de redacción), Baldomero Sanín Cano, Efe Gómez, Carlos E. Restrepo, Fernando González, León de Greiff. Al pasar a Bogotá el abanico se amplía con nuevas firmas importantes: Luis Vidales, Luis Eduardo Nieto Caballero, Próspero Morales Padilla, Juan Lozano y Lozano, Rafael Maya, Hernando Téllez, Jorge Gaitán Durán, Eduardo Caballero Calderón...”.

En 1947 se quebró la historia. Ese año, como lo relató tiempo después Gabriel García Márquez, salió publicado su primer cuento, La tercera resignación. García Márquez había participado de una convocatoria propuesta y asumida por Eduardo Zalamea Borda. Años más tarde, 1955, ingresó a la nómina de planta del periódico con un salario mensual de 800 pesos. Escribió cuentos, reseñas de cine, crónicas, series como Relato de un náufrago, fue corresponsal del diario en Europa y un año antes de que se publicara por Editoral Sudamericama, el Magazín publicó en exclusiva el primer capítulo de Cien años de soledad. Desde allí, desde el Magazín, y desde las páginas diarias, El Espectador cubrió el mundo de la cultura y potenció a decenas de escritores, poetas, ensayistas y cronistas, hoy representados por Abad, William Ospina, Juan Gabriel Vásquez, Juan Carlos Botero, Julio César Londoño, entre otros.

A través de su historia, el periódico ha recogido los pensamientos y los estilos de vanguardia. Ha revivido a los clásicos y les ha dado cabida a los irreverentes, sin importar el formato o el tamaño. Papel, tabloide, puntocom, iPad. Durante estos 125 años, la literatura ha sido El Espectador y El Espectador ha sido literatura. La apuesta, hoy, es involucrar las letras a los nuevos medios y seguir, letra tras letra, escribiendo los próximos 125 años.

RICARDO PIGLIA

El escritor argentino recibió el Premio Rómulo Gallegos en 2011 por su novela ‘Blanco nocturno’, tan sólo unos meses después de ser celebrado con el Premio de la Crítica Española. Este escritor y ensayista es autor de obras como ‘La ciudad ausente’ (1992) y ‘Plata quemada’ (1997). Mensualmente publica en ‘El País’, de España.

Propuesta para el próximo milenio, por Ricardo Piglia

En 1985 el escritor italiano Italo Calvino preparó una serie de conferencias para ser leídas en Harvard con el título de ‘Seis propuestas para el próximo milenio’. Como sabemos, las seis propuestas quedaron reducidas a cinco, que son las que se encontraron escritas después de su súbita muerte, tan lamentada. Pensé que quizá podríamos imaginar esa propuesta que falta. El intento de escribirla es, por supuesto, una ficción especulativa, una suerte de versión utópica de ‘Pierre Menard, autor del Quijote’. No tanto cómo reescribiríamos literalmente una obra maestra del pasado sino cómo escribiríamos las posibilidades de una literatura futura. Porque —como bien sabía Calvino— imaginar las condiciones de la literatura en el porvenir supone también inferir la realidad que esa literatura postula. Quisiera recordar el modo en que el escritor Rodolfo Walsh narra la muerte de su hija, asesinada por la dictadura militar argentina, en lo que se conoce como ‘Carta a Vicky’. Luego de reconstruir el momento en el que se entera de la muerte, y el gesto que acompaña esa revelación (“Escuché tu nombre mal pronunciado, y tardé un segundo en asimilarlo. Maquinalmente empecé a santiguarme como cuando era chico”), escribe: “Hoy en el tren un hombre decía ‘Sufro mucho, quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año’”. Concluye Walsh: “Hablaba por él pero también por mí”. Me parece que ese desplazamiento, casi una elipsis, darle la palabra a otro que habla de su dolor, un desconocido en un tren, es una lección de estilo. Un gesto que hace ver lo que no se puede decir; un movimiento casi ficcional, diría yo, que permite transmitir la experiencia y está mucho más allá de la simple información.El estilo sería ese movimiento hacia otra enunciación, una toma de distancia respecto a la palabra propia. “Yo soy otro”, como decía Rimbaud. La sexta propuesta sería, entonces, el desplazamiento, el cambio de lugar. Salir del centro, dejar que el lenguaje hable también en lo que se oye, en lo que llega de otro.

RAFAEL ARGULLOL

Filósofo y escritor español; también profesor de estética de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, donde dirige el Institut Universitari de Cultura. En 1993 recibió el Premio Nadal por su primera novela, ‘La razón del mal’, y en 2002 obtuvo el premio de ensayo del Fondo de Cultura Económica por ‘Una educación sensorial’.

Libertad

En el actual escenario, lo que subyace es el peligro de la pérdida de la noción de libertad de conciencia individual. De consolidarse el modelo que combina el hipercapitalismo con el totalitarismo, bien vigente en China, correríamos el riesgo de perder una conquista única. Me gusta llamar a esta conquista el “factor Antígona”, puesto que esta heroína planteó una libertad de conciencia que ha sido heredada por nuestra cultura, aunque siempre en términos minoritarios y frágiles.

1. Crítica

Vinculado a la noción de libertad, el pensamiento crítico se diluye en un auténtico naufragio. El predominio del lenguaje comercial en todos los órdenes de la vida ha destruido las perspectivas críticas del hombre y su capacidad de rebeldía. La reconquista de una libertad individual sólida debe ir necesariamente aparejada por la reivindicación de nuevos lenguajes críticos capaces de confrontar lo que es con lo que pudiera o debiera ser.

2.Utopía

La caída de las ideologías ilustradas y románticas en la segunda mitad del siglo XX supuso el desprestigio casi general del concepto de utopía. Sin embargo, es imprescindible recuperar horizontes utópicos, sin los cuales es imposible conocer, crear y siquiera pensar. Entiendo por lo utópico esa exigencia que ha tenido la humanidad, en sus mejores momentos, de confrontar el presente con proyectos de perfección con los que defenderse del utilitarismo y el pragmatismo más crudos.

3. Codicia

Si tuviera que expresar en una sola palabra cómo se traducen este utilitarismo y pragmatismo en nuestros días, utilizaría la palabra codicia. Es verdad que el hombre es innatamente un animal depredador, pero sus conquistas espirituales y culturales han puesto diques de contención a su propia rapiña. En nuestros días parece que esos diques hayan caído y, frente a la codicia, no haya escudos ni éticos ni ideológicos ni religiosos, ni siquiera estéticos.

4. Naturaleza

La crítica de la codicia, que es la forma más agresiva de lo que los griegos llamaban ‘hybris’, nos debería consecuentemente conducir a una suerte de nuevo contrato, ya no sólo social, sino cósmico en el que se produjera una nueva armonización entre los ámbitos del individuo, de la comunidad y de la naturaleza en general. Sin el establecimiento de ese contrato cósmico es muy probable que los días del hombre en la Tierra estén contados.

Por Redacción Cultura

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