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Un país de contrastes

Los recorridos turísticos por Alemania atraviesan el país desde el mar del Norte y el Báltico hasta los Alpes.

Redacción Especiales
03 de octubre de 2009 - 04:20 a. m.

Los paseos se convierten en viajes de placer para todas las edades, con posibilidades de descubrir joyas de la cultura y numerosas maravillas de la naturaleza.

Alemania es un país donde la belleza de sus bosques rivaliza con el encanto de los castillos que engalanan su campiña. Y qué decir del colorido de los árboles frutales florecientes que se pueden ver en Renania en abril o el clásico Oktoberfest en Munich, la belleza del lago Constanza, la Selva Negra o el espectáculo que representa el Valle del Rhin, tampoco es posible obviar el imponente cuadro de los Alpes bávaros en invierno, o el monumento histórico que es el Muro de Berlín.

Y justamente la capital de la Alemania reunificada se ha convertido en uno de los destinos turísticos más concurridos en Europa. Los mismos berlineses se frotan los ojos, incrédulos, ante el asalto de cientos de miles de turistas de todo el mundo.

Y en realidad no se explica fácilmente el por qué de ese éxito, por lo menos no a primera vista. A diferencia de otras capitales europeas, Berlín no es una ciudad que impresione de inmediato por la belleza de su arquitectura, tampoco dispone, como París, Londres o Roma, de monumentos emblemáticos de la cultura europea.

Es sin duda un destino turístico verdaderamente nuevo. Y lo es porque representa un nuevo capítulo de la historia europea, aquel que se inicia con la caída de la Cortina de Hierro y se caracteriza por una nueva fase de integración.

Al mismo tiempo, el atractivo de esta ciudad radica en el pasado. Berlín es símbolo emblemático de la Guerra Fría y de la turbulenta historia del siglo XX. Los vestigios visibles de ese pasado están por todas partes e imponen una visión inmediata, a veces escalofriante de ese pasado.

Berlín es un museo al aire libre y al mismo tiempo un campo de experimentación de la arquitectura moderna. Buena parte del centro de la ciudad fue reconstruida después de 1990. Impresiona, sobre todo, la combinación de lo moderno con lo antiguo.

Muchos visitantes, sobre todo los jóvenes, se impresionan por la intensa vida cultural y nocturna berlinesa. La capital alemana se ha convertido en un crisol en el que se funden las más diversas identidades y corrientes culturales. De sus 3,5 millones de habitantes, alrededor de 500 mil son extranjeros, provenientes en su mayoría de Turquía y de los países del este de Europa.

La vanguardia artística coexiste con una mezcla peculiar de submundos que abrigan los más diversos estilos de vida e idiosincrasias. Todo ello, en su conjunto, la hace una ciudad de contrastes, vibrante, diversa y, la verdad sea dicha, difícil de captar y catalogar.

Berlin simboliza “tanto a quienes, con pérdida de su vida o de su libertad, lucharon de forma directa por superar el muro, como a los millones de ciudadanos que tras su caída han sido capaces de construir, sobre las cicatrices de la división, una sociedad abierta, acogedora y creativa, un nudo de concordia en el corazón de Alemania y de Europa, que contribuye al entendimiento, la convivencia, la justicia, la paz y la libertad en el mundo”. Dice así el acta de entrega del Premio Príncipe de Asturias a la Concordia, otorgado a Berlín el 10 de  septiembre de 2009.

La cuenca del Ruhr

Altos hornos, minas de carbón y acerías, así era antes. Desde mediados del siglo XIX, las chimeneas humeantes y las torres de extracción de las minas de carbón de la cuenca del río Ruhr simbolizaron el auge de la industria pesada alemana.

Pero, a partir de los años 60 del siglo pasado, esta región y sus industrias entraron en recesión a raíz de la creciente competencia internacional. Antes sinónimo de progreso y prosperidad, pasó a ser símbolo de los cambios estructurales que afectaron los países industrializados durante los años sesenta y setenta del siglo pasado.

Tres décadas más tarde, la cuenca del Ruhr se ha reinventado y superado la crisis. “Nos hemos lavado el polvo de la cara”, reza un folleto de la ciudad de Essen. Los monumentos de la era industrial, antiguas fábricas construidas en ladrillo y hierro forjado, albergan hoy un sinnúmero de pequeñas y medianas empresas dedicadas a la investigación y el desarrollo de productos high tech, también es el refugio para músicos, artistas, diseñadores y gastrónomos.

Esta región de cinco millones de habitantes es la zona metropolitana más grande de Alemania y la tercera en Europa, y se ha convertido otra vez en un polo de desarrollo de gran dinamismo económico y cultural. Sin embargo, conserva dos rostros, uno en blanco y negro y el otro a todo color; de ahí el atractivo que la hace especial.

La Unión Europea eligió a la cuenca del Ruhr como Capital Europea de la Cultura para el año 2010, prestigioso título otorgado en años pasados a ciudades como Salamanca, Brujas, Bologna o Weimar. El año que viene, Essen, Duisburg, Dortmund y cerca de 50 localidades ubicadas en esta región presentarán lo que según su lema fue y sigue siendo un cambio a través de la cultura y cultura a través del cambio.

Llega la época de la vendimia

El otoño es época de vendimia. A partir de septiembre los viticultores comienzan a recolectar la cosecha del año. Los expertos del Instituto Alemán del Vino esperan que la calidad de los vinos del año 2009 iguale la de los de 2008.

La época de vendimia difiere por algunos días o semanas según la región y el tipo de uva. Las cepas Riesling y Spätburgunder (Pinot Noir) se cosechan más tarde que las otras, a veces a comienzos de noviembre, cuando las bajas temperaturas anuncian la llegada del invierno.

Pero antes de la primera cosecha se cortan las uvas de menor calidad, favoreciendo así la maduración de las demás; a esto se le denomina vendimia verde. Una vez que el grado de azúcar de las uvas alcanza el nivel requerido, es hora de empezar la cosecha.

La vendimia no es sólo un proceso sumamente laborioso; es también un gran evento, una fiesta popular. Miles de personas de todo el país acuden a trabajar a los viñedos, pues las cepas de alta calidad se cosechan a mano; las demás se recogen con máquinas especiales.

Los viticultores registran excelentes cosechas desde hace algunos años. Todo indica que esta serie se prolongará en 2009. Una buena mezcla de sol y lluvia, en conjunto con temperaturas por encima del promedio anual, prometen un buen año.

Tanto en Alemania como en el exterior, los vinos alemanes gozan de cada vez más prestigio. El año pasado, las exportaciones aumentaron en el 7,5%. Los principales países de destino son los Estados Unidos y el Reino Unido, seguidos por Suecia, los Países Bajos y Rusia. Sin embargo, la mayor parte de la producción es consumida por los mismos alemanes.

Alemania tiene una larga tradición vinícola que se remonta a los tiempos del Imperio Romano; actualmente cuenta con 13 regiones vinícolas principales, la mayoría de ellas localizadas en las riberas de los ríos Rin, Mosela y Neckar, que gozan de microclimas favorables para la viticultura. La región más importante es la de Rheinhessen, a orillas del Rin, cerca de la metrópoli Fránkfort.

Los viticultores producen gran variedad de vinos a partir de cerca de 100 cepas o tipos de uva diferentes. Tradicionalmente predominaron los vinos blancos. Hoy, sin embargo, los viticultores alemanes producen cada vez más vinos tintos, adoptando procesos de vinificación provenientes de los países ribereños del Mediterráneo. Entre los blancos, se destaca el clásico y mundialmente conocido Riesling, sobre el que recae el 20% de las superficies de cultivo. Entre los tintos, el más importante es el Spätburgunder (Pinot Noir). Ambas cepas dan vinos de aromas particularmente intensos gracias a su larga maduración.

Más información: www.berlin.de, www.btm.de, www.deutschland-tourismus.de

Por Redacción Especiales

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