Juego de gemelas

La historia de dos hermanas que lucharon por salvar su vida al nacer.

El Espectador
27 de abril de 2012 - 11:42 p. m.

“Somos parecidas, pero no iguales”. Con sus enormes ojos de color café oscuro y una trenza roja finamente ceñida en su cabeza, Katherine dice sin reparos y a media lengua, mientras da giros en forma de círculo con su vestido de lunares, que aunque su hermana es su gemela, tiene una forma de ser diferente a la suya.

En realidad, eso salta a la vista. Sara es reservada, pausada y dependiente, especialmente de su padre, seguro por los difíciles momentos que vivió cuando nació. Sin embargo, es la que mejor se adapta a cualquier ambiente, algo que se comprobó cuando cambiaron de colegio.

Katherine y Sara Sánchez Laiton, de cinco años, son un milagro. Cuando nacieron de seis meses y medio de gestación tuvieron muchas complicaciones físicas. Fue una dura batalla, segundo a segundo, por salvar su vida. Estuvieron en incubadora tres meses, eran tan grandes como una mano y sufrieron displasia broncopulmonar.

La más afectada fue Sara, quien presentó sangrado en la cabeza, hidrocefalia y trombosis en la pierna derecha, padecimientos que la pudieron haber dejado en estado vegetal. Los médicos aún no se explican cómo logró recuperarse, cuando ninguno de ellos daba esperanzas. Y lo mejor es que no le quedaron secuelas.

Katherine, por su parte, tiene una sonrisa pícara, es independiente, alegre, rápida, espontánea y ordenada. Y lo mejor de todo, ha sido el ejemplo a seguir de su hermana. Le enseña todo, la ayuda a hacer sus deberes y le da la mano al pasar una calle o cruzar por un camino estrecho. De hecho, aprendió primero a caminar, fue pronto al baño y entendió más rápido las lecciones en el colegio que su hermana.

Y fue eso precisamente lo que incentivó a Sara a no quedarse atrás de Katherine. Aunque le toma un poco más de tiempo asimilar los conocimientos, al final lo logra. Adora la danza y el modelaje, tiene toda la colección de Campanita, pero no le gusta ver películas; caso opuesto a Katherine, quien puede durar horas frente al televisor, jugar con las Barbies y recitar poemas y cuentos.

Sara interrumpe a su hermana para decir que ella también quiere hablar. Le arrebata el muñeco que tiene en las manos y Katherine se va detrás de ella, reclamándole por su actitud, llora un rato y luego se calma, sabe que en cualquier momento se lo devolverá y decide quedarse al lado de su padre, esperando a que su hermana regrese.

Cinco minutos después el incidente queda olvidado y vuelven a ser cómplices. Cada una toma su muñeca, se montan en un carro plástico. De pronto, Sara se baja y empieza a desfilar como una modelo para su hermana, posa frenéticamente ante la cámara. Katherine la observa detenidamente, se acerca, le da un abrazo y otra vez son las gemelas solidarias que no se separan.

Duermen juntas; comen a la misma hora; cuando una se enferma, a la semana siguiente la otra cae en cama; van al baño casi en el mismo horario; si una hace falta, la otra pregunta por ella con insistencia y no descansa hasta verla nuevamente.

Comparten gustos como la danza, pero, eso sí, discrepan en los colores: Katherine ama el rosado y todas sus cosas las compra de ese color, mientras que Sara adora el morado.

Por El Espectador

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