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El lenguaje del color: Sobre la obra de Helbert Ortiz

Es difícil imaginar a artistas abanderados de la técnica de la pintura a secas en tiempos en los que el arte contemporáneo suele seducir a las nuevas generaciones.

Liliana López Sorzano
09 de octubre de 2009 - 07:16 p. m.

Aunque empezó a hacerlo desde niño, su futuro universitario no estuvo en las bellas artes, sino en la arqueología y la antropología. Su fascinación por la pintura siempre se nutrió de las posibilidades infinitas de conocimiento que le abrían esas carreras y de las diferentes percepciones de la realidad. Se trataba de descubrir, por ejemplo, que los esquimales tienen una gama infinita de blancos; que la comunidad indígena del Mato Grosso, los Bororos, tiene una variedad de verdes sin fin y que el amarillo es fundamental en los Anassasi de Nuevo México.

Todos esos colores, combinados, saturados, alterados, cifrados en formas y en contenidos son la expresión individual del lenguaje de Helbert Ortiz. Desde hace veinte años utiliza únicamente una espátula y pinta en todos los formatos. Suele trabajar simultáneamente en diez obras porque los secados de cada una son muy lentos. Óleo, arena, talco y cuarzo le dan esa textura que considera fundamental “porque saca la pintura del lienzo, la hace ver más viva y con más cuerpo”.

Los temas recurrentes, las mujeres, la naturaleza y los trazos infantiles, son sólo un pretexto para crear un lenguaje de color y de juegos visuales, que al fin de cuentas son los que le interesan. No escatima en referirse con convicción al arte conceptual y sostener que es una estafa intelectual y el epítome del grado de irracionalidad en el que ha caído el ser humano.

“Con el arte la respuesta del ser humano es automática. Me choca la sobrecontextualización del arte. Es como viciar la respuesta innata del hombre hacia la belleza, hacia los sentimientos. Las explicaciones son un filtro que uno crea a la relación entre el individuo y el arte en general. Cuando algo carece de sentido, es necesario explicarlo”, dice Ortiz.

La explicación de su obra comienza donde termina el trazo y el gesto plástico porque el fin inmediato es crear una emoción directa. No da muchas razones debido a que cree más en el mundo del espectador y su percepción, y en lo que éste pueda ver y sentir, que en lo que él pueda decir con palabras. No le gusta tomarse demasiado en serio, su trabajo lo considera un divertimento.

Así que prefiere hablar de literatura, de Faulkner, de Borges, del teatro Kabuki, de leyendas orientales, de fábulas infantiles, del libro chino Tao Te Ching y de sus artistas héroes como Velázquez, Rothko, Pollock y Bacon, entre tantos otros. Concuerda en que no se puede ser un buen artista sin conocer la historia del arte. “Hemos crecido en la falacia de que hay ideas originales, pero estamos encadenados inevitablemente a un pasado del cual no nos podemos desprender. Saltarse la historia del arte es ilusorio, nada sale de la nada”, comenta.

La obra de Ortiz es tan prolífica como variada. A veces cuesta creer que todos los cuadros colgados en la galería son del mismo artista. Muchos críticos han emitido juicios de inmadurez en su obra por un estilo que va en constante cambio, que salta de un estilo a otro, que juega con lo figurativo y la abstracción expresionista, que un día hace una reinterpretación de Velázquez, un homenaje a Monet y otro a Cy Twombly. Asegura que en vez de pedir coherencia a los artistas deberían pedírsela a los políticos.

Por eso, confiesa que el proceso de desarrollar un lenguaje se debate siempre entre el ensayo y el error y que gran parte de los universos artísticos se cuajan después de los 70 años de la vida de exploración plástica. “Cualquier proceso artístico es una sumatoria de errores que uno trata de corregir hasta el último día”.

Dentro de sus proyectos también están las letras porque planea escribir un libro de anécdotas sobre los artistas que admira. A manera de crónica piensa imaginarse los últimos instantes de la vida de Rothko, el amor imaginario entre la Duquesa de Alba y Goya o los últimos días en Francia de Leonardo da Vinci.

Ortiz lleva 20 años buscando ampliar a través del arte el universo, porque pintar un cuadro o escribir un poema abre ventanas de percepción. No sabe qué pintará mañana pues al final, “uno entiende el arte como entiende la vida, siempre en retrospectiva”.

Por Liliana López Sorzano

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