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El espíritu del coleccionista

La historia de Eduardo Costantini, uno de los mayores coleccionistas de arte latinoamericano del mundo.

Juan Fernández / Buenos Aires
15 de diciembre de 2009 - 09:07 p. m.

Es tarde de lunes en Buenos Aires y como casi todos los días Eduardo Costantini (63 años) está en su oficina del Museo de Arte Moderno de la ciudad. Acompaña hasta la puerta a su gran amigo Adolfo Cambiaso, padre de Adolfito Cambiaso, considerado el mejor polista del mundo, y ofrece algo de tomar. Como casi siempre, viste traje y zapatos deportivos, esta vez negros. Aplaza sus reuniones y se sienta. Parece no tener prisa.

Costantini es una leyenda de las inversiones y los desarrollos inmobiliarios en América Latina. Antes de los treinta años ya había ganado su primer millón de dólares y desde los veintitrés empezó a comprar sus primeras obras de arte. Hoy posee una de las colecciones latinoamericanas más extensas y valiosas del mundo y sus adquisiciones no se detienen.

“Desde muy joven empecé a coleccionar estampillas pero un día pasé frente a una galería y me atrajo un Berni que, por supuesto, no pude comprar. Así es que compré un par de obras menores. Las pagué en cuotas, no tenía dinero”, recuerda Costantini. Era el otoño de 1970.

Durante los primeros años se hizo a piezas que no estaban a la altura de un museo. Sólo entrada la década de los ochenta empezó a adquirir obras museológicamente valiosas que poco a poco empezaron a ser expuestas en diversos países de América y Europa. “Fui de menor a mayor en lo que se refiere a la calidad; entendía la importancia de las obras y las compraba porque sabía que estaba construyendo una colección latinoamericana a la que quería darle un valor estético y cultural importante”.

Con el paso de los años Costantini pensó que debía donar la colección y compró el terreno donde hoy está el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), “un sitio inmejorable para construir este lugar”, dice. Organizó una convocatoria internacional en el marco de la Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires de 1999 para levantar la edificación. Se presentaron 450 propuestas de 45 países y se eligió la de los arquitectos argentinos Gastón Atelman, Martín Fourcade y Alfredo Tapia.

Actualmente, el Malba posee unas 400 obras y en el momento de su apertura al público, en 2001, Costantini donó toda su colección –que sobrepasaba las 250 piezas– y mantuvo en calidad de préstamo algunas otras. Aunque también alberga obras contemporáneas, el museo está dedicado al arte latinoamericano del siglo XX. La colección se actualiza permanentemente y existen múltiples programas encaminados hacia la responsabilidad social. Reúne pinturas, esculturas, dibujos, instalaciones, grabados, fotografías y objetos de artistas como Diego Rivera, Rafael Barradas, Tarsila do Amaral, Alejandro Xul Solar, Joaquín Torres-García, Emilio Pettoruti, Antonio Berni, Cándido Portinari, Juan Battle, Wilfredo Lam, Frida Kahlo, Roberto Matta, Julio Le Parc, Fernando Botero y Jorge de la Vega, entre otros.

De compras

Costantini hace una pausa y se levanta para ojear un par de catálogos que le acaban de llegar. Son de la subasta de arte latinoamericano de Christie’s y Sotheby’s que se avecina. “Compro arte de diferentes maneras: a veces a la familia del artista, a una galería de arte, en un remate u otras veces busco la obra donde sea que ella esté, como la de Diego Rivera, Retrato de Ramón Gómez de la Serna (1915), que sabía quién la tenía pero que me llevó seis meses adquirirla”.

Sus anécdotas a la hora de adquirir arte son múltiples, pero recuerda especialmente la compra de la obra de Frida Kahlo, Autorretrato con chango y loro (1942), por la que pagó 3,2 millones de dólares. “La tengo en la mente porque ese día IBM decidió desprenderse de dos obras superlativas: una es el autorretrato de Frida y otra es una espectacular de Diego Rivera, Danzas de Coatepec. Las dos estaban en Sotheby’s pero preferí ir por Frida, no porque la de Rivera no me gustara sino porque no podía comprar dos obras de semejante calidad. La de Rivera se vendió 200.000 dólares por debajo que la de Frida y ésta última alcanzó el récord de precio del arte latinoamericano, 3,2 millones de dólares, que se mantuvo por unos tres años”, comenta Costantini.

“También me acuerdo cuando quería comprar Calle de Nueva York, de Joaquín Torres-García. El día del remate calculé que iba a tardar una media hora en llegar, pero como hacía tanto calor tomé un refresco y cuando llegué ya se había vendido. Ese ha sido el refresco más caro de la historia; no quería perderla y tuve que convencer al comprador de que me la vendiera. Le di 50.000 dólares más de lo que él pago para quedarme con ella”.

Una de las compras más emblemáticas de Costantini ha sido Abaporu, de Tarsila do Amaral, y quizás la obra más importante del Malba, debido a que es la más iconográfica de Brasil. Durante la crisis de la mitad de la década de los noventa, su anterior propietario decidió vender la obra. Tardó seis meses en hacerlo después de ofrecerla infructuosamente a museos y grandes empresarios brasileños. La llevó a Nueva York y Costantini la compró. Se generó un escándalo mediático en Brasil al saber que un extranjero había adquirido Abaporu, pero, a partir de ahí, la colección del argentino fue invitada a ser exhibida en muchos lugares. “Todos los años hemos recibido ofertas para la adquisición de esa obra. El último intento fue promovido por la misma persona que la vendió; de alguna forma carga con un estigma y quiere reponer ese hecho”, asegura el coleccionista, quien dice que siempre tiene obras en la mira. “Hace más de diez años quiero comprar una obra de León Ferrari de la década del sesenta y que hace una crítica a la civilización occidental cristiana mediante un Cristo crucificado en un avión de guerra americano. El problema es que no me la quiere vender”.

A pesar de haberse centrado en arte latinoamericano, Costantini está volcando la mirada a obras contemporáneas de artistas internacionales, quizás quiere ser identificado como un coleccionista con un carácter distinto. “Lo hago porque me gusta, por simple atracción natural, por nada más. Si pudiera compraría un Picasso y un Dalí, porque sin duda el origen del arte latinoamericano moderno y contemporáneo está en Europa y en Estados Unidos. Por un tema de identidad y compromiso colecciono arte latinoamericano pero me doy el gusto de adquirir obras de otros artistas. Si tuviera más plata de la que tengo, si fuese billonario y no millonario, me compraría 20 obras de arte moderno internacional y haría un cruce de integración con las latinoamericanas en minutos. A lo que me refiero es que no existe incompatibilidad entre unas y otras”.


El arte de los negocios

Costantini va por su tercer matrimonio. Tiene seis hijos, siete nietos y en su casa conserva obras de artistas como Jorge de la Vega y León Ferrari. Además del Malba, está al frente de Consultatio Asset Management y el complejo Nordelta, el barrio-ciudad más grande de Argentina, situado a 30 kilómetros de la Capital Federal y que espera albergar unas 80.000 personas.

El kitesurf es otra de sus pasiones, la misma que le hizo dar un gran susto hace cinco años cuando una ráfaga de viento lo levantó en el aire, le quitó la tabla y lo hizo caer sobre unas rocas que le ocasionaron múltiples fracturas. “Me gusta mucho el mar y el kite me parece un deporte apasionante, acabo de llegar de Perú y ahora me dirijo a la temporada de Punta del Este (Uruguay), pero cada vez soy más cuidadoso, no me ayuda mucho la edad”, dice.

La suya es la historia típica de un self made man. Empezó de cero y mientras estudiaba para contador en la Universidad Católica Argentina vendía bufandas en la avenida Santa Fe, de Buenos Aires. En Inglaterra cursó un máster en la Universidad de East Anglia y en 1975 regresó a Argentina. Hizo dinero con inversiones inmobiliarias y financieras. “Empecé sin plata a los 20 años y tomaba riesgos en el mercado financiero que hoy no asumiría pero no tenía capital, así es que había que hacerlo”, recuerda.

Sus inversiones de largo plazo en Terrabusi y en el Banco Francés, en la década de los ochenta, robustecieron su fortuna. Eran empresas consolidadas pero su valor en bolsa era “mínimo”. Primero compró el 10 por ciento del banco y después un 10 por ciento adicional. “En su momento fueron dos millones de dólares, el banco valía 10 millones en total. No era una gran inversión porque siempre pensé que si las cosas salían mal, mi calidad de vida no iba a verse afectada”, señala Costantini. En la década de los noventa, pocos meses antes de la crisis del Tequila de 1995, y cuando el banco valía más de 1.000 millones de dólares, vendió su participación al BBVA. “Ese fue, sin duda, un gran negocio”, asevera.

Con su fortuna, Costantini espera seguir adquiriendo obras. Ya ha señalado un par en los catálogos de Christie’s y Sotheby’s. “El Moma de Nueva York puede tener la mejor colección de arte latinoamericano del mundo, pero la del Malba es, sin duda, la más importante que puede ser vista y tiene que seguir siéndolo”, concluye.

Costantini en tres preguntas

¿Cuál es su visión del arte en América Latina?

Lo veo muy bien. Museos muy importantes están implementando programas de adquisiciones cada vez más fuertes. Es interesante ver lo que está haciendo el Moma de Nueva York, el Museo de Houston, el Tate Modern de Londres, o la Fundación Daros.

Además de la suya existen colecciones como la Jumex, de México, la de la familia Cisneros y algunas otras que se están gestando. ¿Por qué ese interés?

Sucede porque el arte es un acervo de capital cultural, histórico, de identidad y de reafirmación del hombre. El coleccionismo tiene una dimensión social inmensa que fue la que me atrapó. Si usted tiene una obra de treinta mil dólares, pero que es muy buena y posee un valor museológico, y un curador se la pide para exhibirla se dará cuenta de lo que digo. Pero cuando tiene 30 se dará cuenta de que tiene un activo cultural colectivo apreciado que cumple una función social. Al final es el coleccionista quien preserva el valor cultural a través de las generaciones.

¿Cómo puede ayudar el arte a transformar la sociedad?

Lo que hay que hacer es tratar de fomentar una cultura filantrópica, especialmente entre los empresarios de la región. Deben estar listos a realizar inversiones sociales. Constantemente les envío ese mensaje. Y en cuanto al arte, iniciativas como el Malba son instrumentos de educación didácticos importantes que, además, promueven los valores culturales latinoamericanos.

Por Juan Fernández / Buenos Aires

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