Cuando lo dejé todo por un amor digital

En El Espectador queremos explorar de la mano de nuestros lectores cómo la tecnología está redefiniendo sus vidas. Para participar manda tu historia a kdelahoz@elespectador.com.

Lectora anónima
09 de noviembre de 2015 - 10:18 a. m.

Aún no puedo creer que las mañanas más espectaculares de mi vida sean aquellas en que me levanté, revisé mi celular y vi la palabra “mensaje” escrita a las 12:45 a.m. por él. Y aquella en la que a las 12:47 a.m. me envió cuatro letras “m”. ¡Eso es todo! ¿Cómo es posible que dos mensajes tan poco personales y genéricos llenen tu vida de luz?

Es esa magia de saber que alguien a quien admiras profundamente está pensando en ti en algún lugar del universo y que para él eres tan importante como él lo es para ti. ¿Saber o creer? Hoy sé qué es creer y qué es el producto de este boom de nuevas tecnologías y formas de comunicarse.

Él llego a mi vida en septiembre de 2013. Un hombre irreverente que el día de la entrevista no tuvo reparo en decir lo que pensaba tal cual lo pensaba. Salí y le dije a mi compañera lo atrevido que me parecía, pues soy reacia a aceptar vocabulario soez en mis conversaciones, y le dije “es propio de genios como él”, pues es un hombre brillante en el área en la que trabajamos. Y eso se reflejaba siempre en sus opiniones, en su actuar, siempre auténtico, siempre honesto, siempre irreverente, pero cumplidor del deber en todos los aspectos posibles. Nació mi profunda admiración hacia él y aún creo que de él por mí.

Yo, una mujer supremamente corriente, casada, con un hijo adolescente, dedicada a la familia y a su hogar (de esas que van de la casa al trabajo y viceversa), me dejé deslumbrar por su forma de ser, de actuar, de pensar y de tratarme. Siempre procuraba a través de una compañera que él estuviese a gusto en el trabajo, porque sé que es de los que se va cuando no está cómodo con lo que hace. Ella nos mantenía alejados, pero renunció e inevitablemente nos acercamos, y mucho.

Empezamos a hablar por chat de asuntos laborales, a hablar del sueño que tenía en ese mundo y de mis deseos de conseguirlo; él siempre me apoyaba en ello y me decía que me iba a ayudar a lograrlo. Y eso hacía, trabajábamos en pro de ese sueño. ¿Cómo carajos no enamorarme de él? ¿Cómo carajos resulté enamorada de un hombre comprometido, 10 años menor y con un futuro promisorio en todo aspecto? ¿Por qué teniendo un buen esposo y un hogar sólido “caí” tan bajo?

Tal vez fue cuando le escribí: “Joven, si usted supiera cuánto lo admiro personal y profesionalmente”. No sé si eso permitió todo lo que pasó después, pero empezaron los halagos, comenzamos a escribirnos lo importante que éramos el uno para el otro (siempre escrito, pocas veces lo dijimos de viva voz) y a cometer el más grande error de mi vida: desnudar mi alma y mi corazón. Chateábamos montones, era mi compañero virtual en la cocina de mi casa mientras preparaba la cena de mi esposo y de mi hijo. El paseo al perro pasó de 15 minutos a dos horas para chatear con él sin la presencia de mi esposo cerca. Me sentía la mujer más feliz del universo, madrugaba sin necesidad de despertador, me demoraba arreglándome frente al espejo, salíamos a tomar café y a platicar, jugábamos, reíamos mucho, empezamos a trabajar poco y a estar siempre juntos en el trabajo.

Hablábamos tonterías en ese tiempo, nunca de lo que conversábamos en los chats. Era extraño, pues los dos estábamos comprometidos y, conscientes de lo deshonesto de nuestro actuar, evitábamos ponernos en una situación que nos llevara a algo que nos hiciera arrepentirnos después. Pero, para mí, los chats intensos y continuos eran evidencia de mi falta de honestidad y decidí separarme. No comulgo con forma alguna de deshonestidad y estaba, en mi concepto, siendo infiel a mi esposo.

Le conté al joven en cuestión mi decisión alegando las cosas negativas que existían en mi matrimonio, como en cualquiera, y él me apoyo de forma incondicional, me alentaba a hacerlo cada vez que claudicaba y prefería retroceder al ver el dolor que causaba en mi esposo. Siempre estaba ahí, chateando conmigo, dándome ánimo, apoyando mis razones, hasta me compartió un blog que afirmaba mi decisión.

Poco a poco me separé, fui empacando algunas cosas, arrendé un apartamento, contraté un camión y me fui, dejando mi esposo, mi hogar y todo lo construido en muchísimos años de matrimonio. Todo el esfuerzo y los frutos conseguidos en lo económico se quedaron con él, salí con las manos vacías y el alma llena de ilusión. Ilusión que en ese momento creció y llegó a su máxima expresión, pues ya siendo libre podía permitirme más libertades con él. Empezamos a tocarnos, a consentirnos, a abrazarnos, él escribía en mi piel, colocaba su mano en mi espalda baja y me acercaba a su cuerpo (suspiro al recordarlo). Yo ya era libre para vivir algo nuevo y maravillosamente hermoso para mí, pero él no y su decisión fue contraria a la mía.

Él mantiene aún su relación. Ya no trabajamos juntos. Se fue. Como me dijo una amiga un día: “¡Qué bruta!, es como si yo me separara por (y nombró a un cantante muy famoso)”. Tal vez así es, tal vez me separé por un amor platónico, pero lo que viví, tanto virtualmente como en persona, es hasta este momento la experiencia más romántica de mi vida. No incluyó besos, mucho menos sexo, pero entregué mi alma, todos mis secretos y mi corazón a un desconocido a través de un chat y de algunos correos electrónicos.

Por Lectora anónima

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar