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I
“En 2013 estaba próxima a casarme. Estaba aterrada con la idea. Mi vida empezó a darme vueltas. Me estaba empezando a arrepentir, por lo que decidí escapar. Mis padres estaban organizando unas vacaciones en Buenos Aires y no encontré mejor forma que pedirles que me llevaran con ellos y aceptaron.
Un día entré a mi Facebook y en las noticias apareció la sección de “Gente que puedes conocer”. Me fijé bien y entre estas sugerencias estaba mi gran amor de infancia. Ahí, como si nada. Entré a ver su perfil y, sorpresa, decía que su ciudad actual era Buenos Aires.
Le mandé una solicitud de amistad y empezamos a ponernos al día. Le conté que viajaría próximamente a su ciudad y no dejamos de escribirnos día tras día. Empezó a ser mi motor de vida cada mañana. Me levantaba esperando para conectarme a cualquier dispositivo que tuviera a la mano para encontrar un correo, una actualización de estado, un chat, algo que me diera alguna señal y esperanza.
Los días pasaban y yo sólo quería viajar y volver a encontrarme con este caballero virtual que escribía hermoso y que cada día me enamoraba más y me hacía suspirar en digital. Mi día a día era ahora un cúmulo de mariposas en el estómago cada vez que me conectaba y pasé de ser una mujer de 30 años a una quinceañera: pegada a mi celular, pidiendo WiFi a donde iba, conectándome desde cualquier computador que encontraba y chateando hasta altas horas de la madrugada. Pasé de ser una chica totalmente “off line” a una niña superconectada. Aprendí a usar cualquier servicio de chat que aparecía, Facebook me hizo descargar el suyo propio en mi teléfono móvil. Whatsapp me hizo mejorar mi plan de datos y dispositivo móvil. Todo esto por amor. ¿Amor a la tecnología? No, por mi propia historia de amor, más bien.
Al final viajé a Buenos Aires, el idilio digital culminó y la relación se volvió más personal. Hoy somos felices, vivimos en la ciudad de Quito, en Ecuador, y tenemos una bebé hermosa de ocho meses llamada Facebook. Mentiras, se llama Celeste”. Alegría Albán
II
“La era digital ha facilitado las comunicaciones, tanto que se puede aplicar para trabajos simplemente enviando una hoja de vida por correo electrónico. Así empezó mi historia: me encontraba en un proceso de contratación y necesitaba entrar a mi correo para validar una información que me pedían urgentemente. En ese momento estaba con mi pareja y, dada la premura, sólo se me ocurrió pedirle que me prestara su teléfono celular. Qué embarrada tan grande: dejé el correo abierto, como si hubiera dejado puesta la llave a la puerta de mi privacidad. Después de dejarme, mi novio no perdió la oportunidad de ingresar de nuevo al correo y, aparte de revisarlo, aprovechó para cambiar la contraseña de mi Facebook y acceder a la cuenta de este servicio.
Bien dicen por ahí que quien busca encuentra y para mi desventura, y su desdicha, yo tenía un par de conversaciones con amigos en las que plasmaba varios pensamientos sobre él: en ellas le daba palo y lo criticaba (en todos los aspectos), me quejaba, me desahogaba, en fin. Eran mis conversaciones privadas en las que les decía a otros lo que no me atrevía a decirle a él. Además, había información que le había omitido por sus inseguridades y, en general, para evitar problemas (nada de cachos, sólo algunas conversaciones y un par de salidas).
Claramente este acceso a mi información rompió la poca confianza que existía. Después de este suceso la solución inmediata fue liberarme de esa cuenta de Facebook y luchar durante una larga temporada por reconstruir lo que se perdió por dejar una contraseña a la mano. Realmente, la experiencia me enseñó que la confianza sólo se recupera con el tiempo. Pero saben algo: el tiempo jamás se recupera.
Parece que esta era digital deja una bitácora de nuestros pensamientos. Y si no son bien custodiados, sólo logran destruir sentimientos”.
III
“Ahora con la tecnología me peleo con todo el mundo en el cine porque no apagan el celular y me alumbran todo el tiempo en la cara. Una vez alguien jugó póquer mientras pasaban una película y hay personas que incluso se meten a Facebook o Whatassap. ¿Por qué hacen esto?
Aunque creo que las películas en 3D son innecesarias, me gustan más ahora porque en ellas la gente sólo mira la pantalla del teatro y no la del celular”. Lorena Machado.
¿Cómo participar?
El Espectador invita a sus lectores a que nos cuenten cómo las redes sociales, los servicios de mensajería y la tecnología en general están cambiando sus relaciones. Si quiere hacer parte de este experimento, por llamarlo de alguna forma, puede mandarnos su historia a kdelahoz@elespectador.com.
Por Redacción Tecnología
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