Poco antes del lanzamiento oficial de La Pulla, hace un año, hablamos con Fidel Cano, director de este diario. Buscábamos, más que su aprobación (necesaria, igual), su apoyo para una idea que en ese momento nos parecía arriesgada y que después comprobamos que era mucho más que eso.
Después de mostrarle el primer guion, un capítulo piloto que nunca salió, más las audiciones que realizamos en la redacción, Fidel nos dio su bendición y de paso nos cedió su escritorio, así él lo llame desplazamiento forzado.
Todas las primeras veces son traumáticas y el caso de La Pulla no fue la excepción. Aunque estábamos seguros del guion (que Fidel ya había revisado), todo el proceso de grabación fue caótico. Claro, sabíamos qué queríamos, pero llegar al resultado final no fue algo instantáneo.
Somos un equipo de cinco personas con experiencia en periodismo escrito y, con excepción del editor de La Pulla, Juan Carlos Rincón, no teníamos mayores conocimientos de formatos audiovisuales, con todo lo que esto trae: actuación, dirección, producción, iluminación, y así.
Esa primera grabación fue larga. Y también algo tensa, pues en últimas nos estábamos inventando un producto, pero también estábamos definiéndonos en roles y funciones distintas.
De izquierda a derecha: Daniel Salgar, Juan Carlos Rincón, Juan David Torres, María Paulina Baena y Santiago La Rotta, el equipo de La Pulla. /El Espectador
El final de la grabación fue apenas el comienzo de la incertidumbre y la ansiedad: ¿le va a gustar a la gente? ¿Se va a entender? ¿Los va a divertir? ¿Nos van a odiar? ¿Nos van a demandar?
Excepto por la demanda o los líos legales, todas estas preguntas terminaron siendo respondidas a su manera. El capítulo recogió más de medio millón de visualizaciones en menos de un día. Y estos números eran escandalosos para nosotros, y para el periódico.
Y escándalo hubo. Mucho. Comenzaron a sonar los teléfonos, a llegar los correos, los mensajes en Twitter y en Facebook. Algunos de estos eran del público clásico del periódico, que se sentía ofendido con La Pulla y con el tono de una “niñita gritona, fastidiosa, histérica, loca, bruta”.
En esa conjunción entre el horror de unos y el amor de otros, comenzamos a descubrir que habíamos creado algo verdaderamente novedoso: un vehículo para decir cosas y para conectarnos con una audiencia que quizá jamás había llegado a El Espectador y que probablemente no se metía en los debates gruesos del país.
La Pulla redefinió la presencia digital del periódico, pero también ha probado ser un altavoz para una generación que creció lejos de los medios, sumergida en internet. Jugamos con las reglas de internet: un formato corto, en un lenguaje concreto y simple, con muchos cortes en la edición. No somos televisión y no emulamos sus valores de producción. Somos una columna en video de Youtube, con un discurso espontáneo y visceral, que se distancia del canon de los noticieros.
Hemos desarrollado un lenguaje audiovisual propio y una forma de exponer las ideas que nos diferencia del vasto universo del video en internet. Nuestros métodos de producción, aunque con un mensaje profundo, no dejan de ser sencillos. Rápidamente nos dimos cuenta de que no necesitábamos de mucha sofisticación para ser efectivos con nuestro mensaje. Bastaba ponerse manos a la obra.
En este año de experimentar con cada video, uno de los aspectos más novedosos de La Pulla es haber sido capaces de leer correctamente el momento: qué busca la audiencia, qué necesidad podemos suplir y cómo podemos aprovechar la libertad y la fuerza de un diario con 130 años de historia.