La pesadilla que viví por confiar en alguien que conocí en internet

En El Espectador queremos explorar de la mano de nuestros lectores cómo la tecnología está redefiniendo sus vidas. Para participar manda tu historia a kdelahoz@elespectador.com.

Lectora anónima
25 de noviembre de 2015 - 11:55 a. m.

Cuando tenía 17 años, viajé de Cali a Bogotá para realizar mis estudios universitarios. Arrendé un cuarto en un apartamento de una pareja de casados y, por lo general, iba de la universidad a mi sitio de residencia y viceversa.

Sin embargo, no tenía amigos en la ciudad o cerca de donde me encontraba viviendo, así que conocí a una persona por internet. Él decía tener 23 años y me contaba que le gustaba la gente de mi edad, es decir, jóvenes. Sólo hablábamos por Facebook y a veces por celular. Sin embargo, no nos veíamos ni en fotos ni en video, algo que no me molestaba en ese momento: por lo general si la persona pide Skype o fotos sólo quiere sexo, y yo quería algo serio. Hablar con él era divertido. Me preguntaba qué me gustaba, cómo me había ido en mi primer semestre en la universidad; era en realidad alguien con quien me gustaba conversar.

A los dos meses de hablar nos conocimos, fue más o menos a las 7:00 a.m., en las afueras del Centro Comercial Santa Fe, cerca de donde vivía. Cuando lo vi me desconcertó un poco porque el tipo no aparentaba tener 23 años, sino unos 30, tenía unos kilos de más, pero no me importaba el físico, así que decidí hablar con él.

Al igual que por teléfono o Facebook, las conversaciones eran agradables. Le pregunté de nuevo por su edad y me dijo que tenía 23 años; posteriormente me invitó a comer y fue una mañana divertida. Después de esa salida nos seguimos viendo; él me preguntaba si quería algo serio con él, a lo que respondí que sí, pero que me gustaría que las cosas fueran despacio, pues, aunque me parecía agradable, no era mi tipo de persona para una relación. Esto le molestó, así que nos dejamos de ver unos días.

Luego de un tiempo, y de manera sorpresiva, lo vi en la puerta del apartamento en donde vivía, algo que me aterró porque nunca le dije en qué lugar vivía y mucho menos el apartamento, más aún cuando los celadores no dejan entrar a nadie sin autorización. Le pregunté que cómo supo dónde vivía y cómo lo dejó entrar el celador, a lo que respondió diciendo que me había seguido y que el celador era amigo suyo. Le dije que no podía estar ahí porque vivía con una pareja de casados que no me dejaba entrar extraños al lugar, a lo cual él respondió molesto y alterado diciendo que sólo quería verme. Por miedo a que llegara alguno de los dueños del apartamento le dije que nos fuéramos a comer algo.

Fuimos a comer a un pequeño local y luego fuimos a un bar, en donde ni siquiera me pidieron identificación. Él empezó a tomar y yo solo quería que se aburriera y se fuera a su casa. Al poco tiempo se emborrachó y empezó a contarme que no tenía 23 años, sino 32, que era un hombre padre de familia, que le gustaban los encuentros con personas jóvenes, pero que no quería que lo rechazaran, por eso hacía perfiles falsos o brindaba información errónea. Al verlo borracho, solicité un taxi para que se lo llevara, pero él no quería entrar al taxi; después de varios intentos por fin se fue.

Posterior a esto, fui a hablar con el celador. Le dije que ese señor no era ni conocido ni amigo mío, por lo cual no podía ingresar al apartamento o llevaría una queja a la administración. El celador, algo nervioso, me dijo que no era su amigo y que en un descuido el señor se entró, pero yo sabía que si no era su amigo le debió pagar algo para decir en qué apartamento vivía.

Luego de un tiempo, no vi al tipo ni cerca del apartamento ni por la universidad, pero igual cambié de número de celular, cerré redes sociales y pedí a seguridad tener cuidado.

Después de unas semanas, supe que el tipo andaba merodeando el lugar donde vivía, por lo que decidí trastearme sin decirle a nadie, ni a mi familia, sólo a la pareja de casados.

Pero este sujeto había agregado a mis primos de Bogotá en Facebook y haciéndose pasar por un compañero de la universidad les preguntaba por mi lugar de residencia. Ellos notaron algo extraño en la insistencia del tipo y me contaron por correo la situación. Les pedí que lo bloquearan o borraran.

Finalmente contacté al tipo para encararlo y le dije que si seguía persiguiéndome iría a la Policía y, como tenía 17 años, se iba a meter en más problemas. El sujeto me dijo que sólo quería hablar conmigo porque, según él, yo era alguien diferente a las personas que había conocido, pero le respondí que no quería saber nada de él y que me dejará en paz.

A pesar de todo eso, empezó a rondar la universidad en la que estudiaba, algo que colmó mi paciencia y terminó por asustarme aún más y decidí regresar a Cali. Nunca informé esto a mis padres, tenía miedo de cómo reaccionarían y sólo dije que no me sentía bien en Bogotá y que los gastos eran muy altos, por lo que volver a Cali era una buena opción para comenzar otra vez mis estudios.

Ya han pasado cinco años. Nunca más supe de él. De todos modos, esta situación me ha generado un escenario de malestar frente a las redes sociales. Pienso que el tipo podría volver, así que no he abierto perfil en ninguno de estos servicios y sólo he decidido utilizar Whatsapp y mi correo personal. Considero que el error lo cometí yo al aceptar personas extrañas sin un filtro previo: fue una actuación irresponsable, que me ha marcado.

*He eliminado mi nombre y el de la persona de la historia por seguridad.

Por Lectora anónima

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar