Si los robots se quedan con el trabajo humano, que paguen impuestos

Bill Gates y varios diputados europeos apoyan esta propuesta. Economistas y empresas de tecnología dicen que castigaría la innovación y la creación de empleo.

Santiago La rotta
07 de marzo de 2017 - 04:25 p. m.
Flickr - Steve Jurvetson
Flickr - Steve Jurvetson

¿Los robots deberían pagar impuestos? ¿Los Estados deberían gravar la productividad de estas máquinas? Bill Gates cree que sí.

De entrada, resulta llamativo que uno de los hombres detrás de la era del computador personal, que a su vez impulsó una de las mayores revoluciones tecnológicas en la historia  de la humanidad, quiera regular una pieza de tecnología fundamental en el mundo de hoy. Pero el argumento de Gates va en la vía de proteger la supervivencia de millones de humanos.

Suena algo sensacionalista, pero el argumento de Gates es sencillo: los robots se insertarán cada vez más en áreas del trabajo humano, modificando varios sectores de la productividad y, con ello, desplazando a personas de sus empleos. La idea, entonces, es que el uso de máquinas en donde antes se requería un par de manos tenga una carga extra de impuestos para proteger poblaciones y renglones específicos de la economía.

La propuesta de Gates comenzó a circular luego de una entrevista con el portal Quartz, en la que dijo que “ahora, el trabajador humano en una fábrica paga impuestos sobre su salario, por su seguridad social y demás. Si un robot es utilizado para la misma labor de la persona, uno pensaría que la máquina debería estar gravada en los mismos niveles”.

Lo que Gates propone es una suerte de red de seguridad para mantener a flote los trabajadores y los sectores de la economía en donde la automatización del trabajo puede tener efectos devastadores. Un informe del Instituto Global McKinsey señala que cerca de la mitad de las actividades por las cuales una persona recibe un pago pueden ser automatizadas.

La automatización del trabajo permite, en últimas, crear más valor e incrementar la producción, con menos recursos. Por ejemplo, se calcula que, entre 1980 y 2015, la producción de manufactura en Estados Unidos creció 250%, mientras que la mano de obra en el sector se redujo 40%.

Gates aboga por una suerte de desaceleración en el ritmo de la automatización del trabajo. “Cruzamos el umbral del reemplazo del trabajo en varias actividades al mismo tiempo”. El impuesto, en la visión del empresario, ayudaría a bajarle el ritmo a la transformación laboral y, al mismo tiempo, generar ingresos para proteger el mercado laboral humano.

La propuesta no ha caído bien en muchos sectores, como era de esperarse. La reacción más predecible era llamarla un impuesto en contra de la innovación y uno de los voceros de esta visión es Lawrence Summers, economista, exsecretario del Tesoro de EE.UU. y expresidente de Harvard.

En una columna en el diario The Washington Post, Summers escribió: “No puedo ver la lógica en señalar a los robots como los únicos destructores del trabajo. ¿Qué pasa con las máquinas que emiten tarjetas de embarque, los procesadores de palabras que aceleran la producción de documentos, las vacunas que, al prevenir enfermedades, destruyen empleos en la medicina? Hay muchas formas de innovación que permiten mayor producción con menor inversión. ¿Por qué centrarse en los robots?”.

La tonada de Summers es común en esta tensión entre la automatización y el trabajo humano. Pero no por eso está desprovista de lógica. Más allá de los impuestos, que en efecto podrían desacelerar la entrada de los robots al escenario laboral, el economista argumenta que el auge de las máquinas supone también “reformas masivas en la educación y en los sistemas de entrenamiento de los trabajadores, grandes inversiones en infraestructura y, posiblemente, programas públicos de empleo directo”.

En febrero de este año, el Parlamento Europeo adoptó una resolución para que se introduzcan leyes que protejan el mercado laboral de la entrada a gran escala de la automatización. “La Unión Europea necesita tomar el liderazgo en la adopción de estándares en este tema y así no ser condicionada por otros países”, dijeron los parlamentarios en un comunicado conjunto.

Más de 120 legisladores, sin embargo, votaron en contra de la resolución después de que saliera una previsión clave: la adopción de impuestos para el uso de robots.

Mady Delvaux, una de las autoras del documento, dijo en su momento que se sentía decepcionada que sus colegas no “reconocieran las posibles consecuencias negativas en el mercado laboral”. La eurodiputada francesa asegura hoy que “partimos de que mucha gente teme que los robots vayan a robarnos el trabajo, que es posible. Tienes a los pesimistas, que dicen que habrá desempleo masivo y nadie encontrará nunca más un trabajo, y los optimistas, que dicen que se crearán nuevos trabajos. Personalmente no quiero privilegiar ninguna de las dos opciones. Las dos son posibles. Pero me parece muy chocante que la gente rechace la discusión. Francamente, no lo entiendo”, dijo en declaraciones a la agencia EFE.

La resolución del Parlamento opera como una suerte de recomendación para la Comisión Europea, el brazo ejecutivo de la Unión. Algunos de los legisladores que votaron en contra de la inclusión de un impuesto a los robots dijeron que era una medida que va en contra de la innovación y, en últimas, contra la generación de empleo. (Lea "Cómo los algoritmos dominan el mundo")

Esta también fue la opinión de la Federación Internacional de Robótica (IFR), una organización con sede en Frankfurt, Alemania: “Creemos que la idea de introducir un impuesto para los robots habría tenido un impacto negativo en la competitividad y el empleo”.

La IFR estima que la adopción de robots industriales creció 15% en 2015, un movimiento con un valor total de US$46.000 millones.

Con o sin impuesto, la discusión acerca de los riesgos y beneficios de la automatización sigue siendo un asunto en construcción, una obra gris cuando mucho. En el debate se juega mucho más que la innovación, como lo advierte Gates: “Es muy malo cuando la gente siente más miedo que entusiasmo frente a la innovación. Esto implica que no van a extraer los elementos positivos de ella. Y pensar en tributos es, ciertamente, una mejor opción que simplemente prohibir partes de esta discusión”.

Por Santiago La rotta

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