“La era digital ha facilitado las comunicaciones, tanto que se puede aplicar para trabajos simplemente enviando una hoja de vida por correo electrónico. Así empezó mi historia: me encontraba en un proceso de contratación y necesitaba entrar a mi correo para validar una información que me pedían urgentemente. En ese momento estaba con mi pareja y, dada la premura, sólo se me ocurrió pedirle que me prestara su teléfono celular. Qué embarrada tan grande: dejé el correo abierto, como si hubiera dejado puesta la llave a la puerta de mi privacidad. Después de dejarme, mi novio no perdió la oportunidad de ingresar de nuevo al correo y, aparte de revisarlo, aprovechó para cambiar la contraseña de mi Facebook y acceder a la cuenta de este servicio.
Bien dicen por ahí que quien busca encuentra y para mi desventura, y su desdicha, yo tenía un par de conversaciones con amigos en las que plasmaba varios pensamientos sobre él: en ellas le daba palo y lo criticaba (en todos los aspectos), me quejaba, me desahogaba, en fin. Eran mis conversaciones privadas en las que les decía a otros lo que no me atrevía a decirle a él. Además, había información que le había omitido por sus inseguridades y, en general, para evitar problemas (nada de cachos, sólo algunas conversaciones y un par de salidas).
Claramente este acceso a mi información rompió la poca confianza que existía. Después de este suceso la solución inmediata fue liberarme de esa cuenta de Facebook y luchar durante una larga temporada por reconstruir lo que se perdió por dejar una contraseña a la mano. Realmente, la experiencia me enseñó que la confianza sólo se recupera con el tiempo. Pero saben algo: el tiempo jamás se recupera.
Parece que esta era digital deja una bitácora de nuestros pensamientos. Y si no son bien custodiados, sólo logran destruir sentimientos”.
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