“Tenemos que hacer respetar nuestra casa”: Angellot Caro

El bogotano, figura de Colombia, se estrena en el Mundial de Fútbol de Salón que comienza hoy en Cali, Medellín y Bucaramanga. Debutan este sábado en la noche contra Portugal (8:00, Caracol HD2).

Jesús de la Hoz
10 de septiembre de 2016 - 02:26 p. m.
Angellot Caro, una de las figuras de la selección de Colombia.  / EFE
Angellot Caro, una de las figuras de la selección de Colombia. / EFE
Foto: EFE - LUIS EDUARDO NORIEGA

Ser futbolista profesional es el sueño de muchos jóvenes en Colombia. Algunos se preparan para serlo, pero a veces las oportunidades son nulas. Aunque se intente abrir camino por esa senda, caen obstáculos por doquier y superar cada uno de ellos no es nada fácil. Así le sucedió a Angellot Caro, figura de la selección de Colombia de futsal, que este sábado en la noche debuta en el Mundial que se realizará en Cali, Medellín y Bucaramanga con la presencia de 24 equipos y el favoritismo para Brasil y España.

Caro intentó hasta el final convertirse en jugador de fútbol. De eso está seguro y lo repite para dejarlo claro. Persiguió su sueño hasta que se reventó. Hasta que no pudo más.

Todo comenzó en el barrio Abraham Lincoln, en el sur de Bogotá. Allí se gestaron sus sueños. Apenas tenía nueve años cuando sus amigos de cuadra lanzaban piedras a su ventana para llamarlo a jugar microfútbol. Dos ladrillos servían como portería y la anchura de la calle delimitaba el terreno de juego. Su habilidad era notoria. Era el crack del barrio. “Jugábamos domingos y jueves por la noche. La mayoría era gente mayor. Yo era el más pequeño y el que los movía. Eso me ayudó a adaptarme y competir con gente más grandes que yo”, dijo.

A los 12 años quiso demostrar su destreza con el balón e intentó probarse en Millonarios. No fue fácil, pero por su sueño hacía lo que fuera. Viajaba cuatro horas en bus, dos de ida y dos de vuelta, para entrenar en la sede del cuadro embajador. Fueron tres años así. Pero no tuvo mayores oportunidades. “Me tocó ver a futbolistas más malitos desde la banca”. Su talento se desperdició y la parte económica lo hizo desistir. “Me quedó muy complicado subsistir porque me quedaba muy lejos de la casa, era difícil por gastos de transporte, así que decidí irme por el micro y el fútbol sala”.

Pedro Carrero fue quien lo descubrió. Jugaba en el coliseo El Campín, con 15 años, cuando el dueño de Saeta quedó admirado por sus cualidades. Con él, Caro aprendió mucho. Además, Carrero le ofreció un puesto en Saeta, donde le iban a pagar viáticos y subsidio de transporte. “Cuando llegué me preguntaron quién era yo. Dije que venía de parte de Pedro Carrero y el profe lo llamó y apenas colgó me dieron un kit de ropa y de tenis. Eso fue una gran motivación para mí”. Carrero lo apoyaba en todo lo que necesitara.

No tardó en destacarse. Al año de haber entrado en Saeta, y tras participar en unos Juegos Nacionales, Diego Morales quedó encantado. Vio un diamante en bruto listo para pulir y le dijo que debía estar en selección. El conocimiento y la visión que Morales tiene de este deporte tuvieron su efecto. Ese talento finalmente no se desperdició. El técnico del combinado nacional sub-20, Hugo Afanador, realizó una preselección de 36 jugadores, de la que sólo salieron 12. Y Caro no desaprovechó su oportunidad. Rápidamente abrió los ojos del entrenador, quien terminó seleccionándolo. “Yo era el más joven de esa camada. Fue una gran motivación para mí”. Su paso por la sub-20 fue efímero, pero no porque no hubiera dado la talla, sino porque cinco meses más tarde fue llamado a la selección de mayores. Objetivo cumplido.

“Esa fue una experiencia muy buena porque ellos apostaron por mí, pese a ser un jugador muy joven. Diego me apoyó mucho, hizo las gestiones pertinentes para mi primer viaje al exterior, que fue a Venezuela. Siempre estuvo pendiente de mis procesos en selecciones”. Pero fue en 2005 cuando Caro se dio a conocer a nivel mundial. El bogotano fue invitado al partido entre las estrellas del mundo contra Brasil. Viajó un 24 de diciembre a las 10 de la noche para Cuiabá, donde participó en los dos partidos que se llevaron a cabo. “El técnico argentino Fernando Larrañaga me dijo: ‘Usted va empezar de titular, haga lo mismo que demuestra en entrenamientos. Juegue con alegría y diviértase’”. Y lo hizo. Desde entonces le empezaron a llegar propuestas para jugar en Europa.

Ha jugado en al menos 15 países: República Checa, Kuwait, Emiratos Árabes, España, Italia, Libia, Marruecos, Francia, Tailandia, Venezuela, entre otros. Y como en la vida, no ha sido fácil. A República Checa llegó con 17 años. De Bogotá salió con una sonrisa y con muchos anhelos. Pero se estrelló. “Llegué a un apartamento pequeño. Estaba solo. No podía hablar con nadie debido al idioma. Me dio muy duro. Siempre pensé en devolverme. Pero quería luchar por mis sueños y al final lo logré”.

Este deporte le ha dejado muchas enseñanzas culturales, pero sobre todo el recuerdo de conocer a Ronaldinho, su ídolo. Fue algo inolvidable. El hombre que lo hizo madrugar cuando jugaba en el París Saint-Germain y en el Barcelona lo tuvo al lado en un partido de exhibición en India. “Es un hombre muy sencillo. Lo conocí por Falcao, quien es amigo de él. Me lo presentó y hablamos en el hotel por largo rato. Es una gran persona, con mucha calidad humana”.

Esta temporada se coronó campeón de la Liga libanesa con su equipo, el Al Mayadeen. Llega al Mundial como uno de los referentes del seleccionado nacional y la experiencia de haber sido una de las figuras hace cuatro años en Tailandia, donde los dirigidos por Osman Fonnegra finalizaron en la cuarta posición. Esa actuación quiere repetirla en Colombia 2016. Pero es consciente de que tendrán que enfrentar un grupo muy difícil, con Portugal, Uzbekistán y Panamá. “Lo veo muy difícil. Hay mucho nivel. Comenzamos contra un equipo de alta competencia: Portugal, que tiene como objetivo ser campeón del Mundial”. A pesar de esto guarda esperanzas: “Tenemos que hacer respetar nuestra casa. Nos hemos preparado muy bien para este torneo. Todo se definirá cuando nos enfrentemos”, finalizó.

Por Jesús de la Hoz

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