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Guía de viaje en Córdoba: una ruta por el Valle del Sinú

Con la riqueza tradicional y cultural del departamento de Córdoba, y las nuevas ofertas de turismo comunitario, se busca potenciar este destino, que en los últimos tres años recibió a más de 11.700 visitantes extranjeros.

Miguel A. Cruz
03 de abril de 2024 - 03:00 p. m.
Los indígenas Emberá Katio son la segunda población indígena más numerosa del departamento, son superados por la comunidad Zenú, y le siguen los Emberá, Wayúu y Arhuaco. En su mayoría viven de la agricultura, las artesanías y algunas comunidades se han abierto a las opciones de turismo comunitario.
Los indígenas Emberá Katio son la segunda población indígena más numerosa del departamento, son superados por la comunidad Zenú, y le siguen los Emberá, Wayúu y Arhuaco. En su mayoría viven de la agricultura, las artesanías y algunas comunidades se han abierto a las opciones de turismo comunitario.
Foto: MIGUEL CRUZ

Una región llena de ríos, montañas, sierras, mar y playas resguarda la diversidad de ecosistemas y culturas que reflejan muy bien por qué Colombia es el País de la Belleza. Así es Córdoba, una tierra agrícola y ganadera con una mezcla intercultural forjada por la herencia indígena, libanesa, europea y africana.

Este destino emergente para viajeros nacionales y prácticamente desconocido para los internacionales está lleno de una multiculturalidad que se refleja en la historia, la comida, las tradiciones y los mitos que la gente cuenta cuando se recorren las plazas, que están rodeadas por construcciones con estilos republicanos y árabes, y bordean el gran cauce del río Sinú, símbolo de orgullo de los cordobeses y pilar histórico y vital de la región.

Y es que además de conocer los atractivos que, a lo largo del departamento, bordean este afluente natural, como la Ronda del Sinú en Montería, la capital, o el centro histórico de Lorica (Patrimonio Histórico y Arquitectónico) y la plaza de mercado (nombrada Monumento Nacional), en esta región las tradiciones y la cultura se entrelazan para revelar una pequeña parte de la colombianidad, lo que lo convierte en un destino muy interesante para sus visitantes.

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Desde Montería comienza un viaje en carro por más de una hora hacia el sur del departamento. De camino a las tierras del Alto Sinú, que colindan con el Parque Nacional Natural Paramillo, se aprecian los gigantescos cultivos de yuca y algodón, que conectan con la selva húmeda tropical y las montañas, en donde se ubica un municipio que, por su pasada relación con el conflicto, hoy hace parte del Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET). Esto les ha permitido a sus habitantes abrirse a diversas opciones en donde destaca el turismo de avistamiento de aves, actividad comunitaria y sostenible.

Tierralta tuvo un pasado marcado por la violencia, que poco a poco ha sido superado y que hoy permite que sus pobladores se reúnan en la plaza central o frente al Museo Arqueológico Zenú, que conserva más de 1.500 hallazgos y es único, para hablar de sus proyectos productivos mientras disfrutan de las tradicionales galletas de limón con tinto caliente.

El camino del embera

A pocos kilómetros del casco urbano, un bus con más de 20 pasajeros, un camión de estacas con canastas y algunos costales de frutas, unas cuantas motos y otra decena de personas más esperan en un planchón artesanal, construido con maderas y dos barcazas que soportan más de 20 toneladas, que se mueve solo con la corriente del agua y algunas cuerdas sostenidas en el aire que lo guían sobre el río Sinú, para poder seguir por la carretera que conecta con el Centro Ecológico Guartinajas, estación ecológica de más de 25 hectáreas destinada a la conservación de la biodiversidad del Alto Sinú.

Y en pro de impulsar la sostenibilidad, el turismo, y el progreso en la región, a este proyecto se suma la Hidroeléctrica de Urrá. Ubicada a 30 minutos de Tierralta, esta central regula el cauce del río Sinú, tiene una producción firme anual de 930 GWh, cuenta con un proyecto piloto de planta solar flotante y ha fortalecido el desarrollo del municipio desde hace más de 20 años.

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Pero para hablar de conservación, lo mejor es hacer el recorrido de 40 minutos desde el municipio hasta cercanías del pie del cerro Murrucucú, que alcanza los 1.200 m. s. n. m. y sirve como epicentro de expediciones para avistamiento de aves y senderismo por bosques húmedos. En este lugar viven familias indígenas de la comunidad embera katío, que han encontrado en el turismo una herramienta para mejorar su sustento, además de preservar y comunicar sus conocimientos.

Compartir una conversación con las personas de la comunidad, talleres de artesanías, pulseras y cestería; disfrutar una muestra gastronómica y permitir que los indígenas plasmen su pintura kipara en los cuerpos de los visitantes son experiencias que se pueden vivir en Tierralta, uno de los municipios más extensos del país, con 5.000 km².

Una tierra de tradiciones religiosas y mitos indígenas

Menos de una hora en bus hace falta para llegar de Montería a Ciénaga de Oro. Una tierra de porros y fandangos, leyendas musicales, platos insignias y mitos religiosos e indígenas. De hecho, en el centro del municipio se ubica el museo de Tradiciones Populares y Religiosas de Ciénaga de Oro, en donde se resguardan los pasos y figuras exhibidas principalmente en Semana Santa.

Y es que la celebración popular de esta festividad inunda las calurosas calles del municipio desde hace más de dos siglos, por lo que fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación. A esto se suma que la tradición artesanal representa un baluarte protegido en Ciénaga de Oro. La filigrana, los tejidos con hilo, la ebanistería y la talla en madera han logrado reconocimiento nacional e internacional.

Lo que también resulta un atractivo imperdible para los visitantes son los diversos platos de la cocina tradicional, que se realizan sobre todo para la celebrar la Semana Mayor: arroz de frijol cabecita negra, revoltillo de bagre pintado, mote de palmito amargo, buñuelo de frijol, garapacho de hicotea; bebidas como la chicha de maíz, la caraqueña o el chicheme, y dulces como las bolas de ajonjolí o el mongo mongo resultan un imperdible al pasar por la tierra en donde los antepasados hablaban de ríos que descendían de las grandes sierras para formar ciénagas de oro.

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La ruta del sombrero vueltiao

Para aprender sobre caña flecha y el sombrero vueltiao la ruta no puede comenzar en otro lugar que no sea Tuchín, municipio al norte del departamento que está compuesto por 65 comunidades, en donde el 95 % de personas hacen parte del cabildo indígena zenú y más del 90 % de habitantes vive de las artesanías y demás elementos tejidos con caña flecha, material vegetal de gran importancia para los tuchinenses.

Basta con entrar al municipio para darse cuenta de su relevancia. Los costados de la carretera que atraviesa el poblado están custodiados por casas con techo de caña, y en cada una existe algún rezago del proceso de manufactura de lo que posiblemente será un sombrero vueltiao, a su vez, por todas las calles hay personas realizando algunos de los pasos para elaborar estos productos trenzados.

Y es que además de servir de sustento, con este material vegetal preservan su identidad y tradiciones al trenzarlo y elaborar prendas de vestir, artesanías y accesorios como el sombrero vueltiao, que fue reconocido como Símbolo Cultural de la Nación en 2004.

Este es el único lugar en donde se puede conocer de primera mano todo el proceso que conlleva realizar un sombrero vueltiao, cada niño y niña desde la infancia aprende a trenzar estos productos, cuyo tiempo de manufactura, calidad y precio varían dependiendo del número y el grosor de los “hilos”: 15, 19, 21, 31 o más.

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En Tuchín cada familia se encarga de un paso diferente, por lo que es común observar a niños, mujeres, hombres y abuelas en las calles del pueblo, siempre a la sombra, haciendo el corte, raspado, desvarite, teñido, trenzado y ensamblaje de este símbolo de la artesanía nacional.

Ciénaga, mar y río

Al norte del departamento en San Antero, la Bahía de Cispatá es el resguardo de una gran diversidad de manglares, siendo el hogar de todas las variedades de mangle: rojo, negro, blanco, zaragoza y piñuelo. Estos bosques de manglar no solo son impresionantes en su apariencia, sino que también desempeñan un papel crucial en la protección de las costas y la conservación de la biodiversidad.

Con un recorrido en lancha y al entrar en la Bahía, las construcciones fabricadas sobre el agua, las barcas que se menean con el agua y los pescadores con dotes de apneístas se vuelven paisaje entre un espejo de agua que resguarda riquezas naturales e historias legendarias, como la del cacique Cispatá y la del túnel del amor.

No cabe duda de que el recorrido por el departamento debe terminar, o pasar en algún momento, por las playas de estos municipios con bosques de manglares y playas cálidas, poco profundas y tranquilas.

De hecho, estas frescas playas, la riqueza en biodiversidad presente en la Bahía de Cispatá, la multiculturalidad latente en Lorica y el recorrido por el municipio de Tuchín para conocer de primera mano el proceso productivo del tejido en caña flecha son ofertas turísticas que aún emergen, pero ya están en la mira del turismo internacional gracias a los cruceros de la expedición de la línea Lindblad de National Geographic, que ya desembarcan en San Antero para recorrer Lorica y Tuchín.

De esta manera puede culminar la ruta para conocer las maravillas de Córdoba, un destino emergente que, por medio de sus opciones sostenibles, culturales y comunitarias presentes desde su capital, Montería, hasta sus playas, en San Antero, busca potenciar el turismo. Vale anotar que, de 2021 a 2023, esta industria llevó a más de 11.700 ciudadanos extranjeros al departamento, según cifras publicadas por el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo.

*Invitado por la Asociación Colombiana de Agencias de Viaje y Turismo (Anato), Fontur y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo.

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