Una caravana multicolor paró el tráfico. Eran las 30 camionetas Jeep que se tomaron el pasado fin de semana las carreteras de Boyacá en busca de terrenos agrestes y accidentados. Sus conductores querían poner a prueba su tenacidad y enfrentarse a cualquier reto que les impusieran: cruzar ríos, transitar sobre el filo de los abismos y subir pendientes empedradas. Los vehículos iban siempre juntos, como si el rugir de sus motores estuviera sintonizado. Eran toda una manada.
Provenientes de distintas partes del país, más de 100 personas se encontraron a las 7:30 a.m. en las afueras de Bogotá para emprender el viaje hacia Villa de Leyva. Iban a bordo de sus vehículos Wrangler, Compass y Grand Cherokee. Recibieron las últimas instrucciones, los radioteléfonos, pegaron los distintivos y emprendieron la expedición.
La travesía fue encabezada por el ‘macho alfa’, un conductor experimentado que se encarga de que sus miembros sigan las reglas, respeten las instrucciones y atiendan, sin excepción, todas las recomendaciones. “La marca es sin duda un estilo de vida y este tipo de vehículos identifican plenamente a quien los conduce. No sólo hablamos de personas aguerridas y aventureras, sino también educadas y respetuosas de los caminos por los que transitamos”, asegura David Corredor, uno de los amantes de estos carros 4x4.
Esta fue la primera expedición que realizó Jeep, luego de que se sellara un acuerdo con Marca País con el objetivo de dar a conocer parajes extraordinarios de la geografía colombiana. Por ello, siempre buscaron las trochas, los terrenos difíciles y los municipios que se esconden detrás de las montañas sin importar la distancia, las condiciones climáticas o las exigencias naturales del terreno. “Quisimos establecer un contacto con la naturaleza y estar más cerca de los pobladores de municipios que no son tan conocidos. Nos dimos cuenta de que el camino más largo puede ser el más encantador”, aseguró Ángela Bolívar, gerente de mercadeo de Chrysler Colombia.
El primer día se dejaron cautivar por los paisajes de la laguna del Sisga y del páramo de Rabanal, cuyos alrededores flanqueados por frailejones, montañas, aguas y caminos inhóspitos lo convierten en un destino digno para descubrir y preservar.
Al caer la noche, apagaron los motores en medio del desierto de La Candelaria y dejaron que el tiempo pasara mientras observaban las estrellas. Al día siguiente volvieron a aquel lugar para jugar con sus Jeeps sobre la arena. Ensayaron la fuerza, la maniobrabilidad, el control de descenso de montaña y el sistema de arranque en pendiente.
La jornada transcurrió entre pruebas extremas y concursos, en los que se destacaron el trabajo en equipo y la solidaridad. Así se cerró una nueva era de travesías que busca recorrer sobre motores potentes los lugares más bellos y desconocidos del país que merecen ser descubiertos.