Turismo

A más de 4.200 metros sobre el nivel del mar

Salta, en Argentina, un viaje a las nubes

Uno de los atractivos turísticos de Salta, en el norte del país gaucho, es el Tren a las Nubes, el tercero que más altura alcanza en el mundo. Un viaje para conocer la cultura andina argentina, enamorarse y celebrar.

María Alejandra Castaño Carmona
21 de junio de 2017 - 11:09 a. m.
El Tren a las Nubes, en Salta, es uno de los mejores atractivos turísticos del norte de Argentina. / Cortesía: Ministerio de Cultura y Turismo de Salta.
El Tren a las Nubes, en Salta, es uno de los mejores atractivos turísticos del norte de Argentina. / Cortesía: Ministerio de Cultura y Turismo de Salta.

Hay viajes que nos hacen sentir en las nubes. Las emociones, las nuevas experiencias, la compañía y los imponentes paisajes permiten que nos sintamos diferentes, agradecidos y especiales.

Sin embargo, en el norte de Argentina, en la provincia de Salta, hay un atractivo turístico que, además de hacernos sentir en las alturas, nos lleva a ellas. El Tren a las Nubes es un viaje inolvidable en el que se asciende a más de 4.200 metros en una de las zonas donde más se puede disfrutar de la cultura andina del país del tango, el mate y el fútbol.

Pues, aunque suene distante para muchos, Argentina es mucho más que eso. Su cultura, literatura e historia también se entrelazan con la cultura andina en paisajes de altura, costumbres ancestrales y sincretismo religioso.

Un viaje a la Puna, territorio fronterizo con Chile y Bolivia, con picos nevados, pequeños pueblos de casas de adobe, naturaleza virgen y cultura hospitalaria. Una experiencia por montañas que ayer fueron sagradas y donde hoy cientos de turistas viven inolvidables experiencias.

El viaje empieza a las 6:30 de la mañana, en la estación de tren de la ciudad de Salta, donde se toma un bus por la RN 51 hacia la localidad de Campo Quijano, conocido también como el Portal de los Andes. Allí se puede ver la antigua locomotora a vapor del tren y se encuentran sepultados los restos del ingeniero norteamericano Richard Fontaine Maury, famoso por diseñar el ramal C-14 del ferrocarril General Belgrano.

El bus hace una segunda parada en el viaducto del Toro, en la quebrada que lleva el mismo nombre. Allí se empieza a ver la inmensidad de los paisajes naturales y el poder de las construcciones del hombre. Hasta llegar al Alfarcito, donde la comunidad ofrece un desayuno con productos locales, como la tradicional empanada de dulce de cayote.

Ahí funciona un centro operativo de la Fundación Alfarcito, una obra social del padre Sigfrido Maximiliano Moroder, más conocido como Chifri, que incluyó el desarrollo de una escuela secundaria para evitar la migración, casi constante, de los adolescentes, la cual convertía la región en un albergue de niños y ancianos.

Una parada para conocer historias narradas por sus propios protagonistas, una propuesta de desarrollo social enfocada en el turismo, otro gran acercamiento a la cultura andina argentina y otra oportunidad para agradecer, no sólo el desayuno que la comunidad tiene preparado, sino las sonrisas con las que reciben a todo el que llega.

Y continuando por la quebrada de las Cuevas y la llanura de Muñano, donde los imponentes paisajes de la Puna acompañan todo el recorrido, el bus llega a San Antonio de los Cobres, un pueblo a 3.775 metros sobre el nivel del mar, donde el tiempo parece detenido hasta que arranca el Tren a las Nubes. Luego de una hora de recorrido en un cómodo y moderno tren, por picos de nieve, imponentes montañas, una antigua mina, espejos de agua que resultaron ser yacimientos termales, volcanes, artesanías, muchas historias, se llega al viaducto La Polvorilla.

Si no basta con todas las maravillas del recorrido, la primera imagen del imponente viaducto lo podrá dejar sin palabras. La Polvorilla, una de las obras más imponentes de la ingeniería del siglo pasado, combina una escena entre los más lindos paisajes naturales, la inteligencia del hombre y el carisma de quienes esperan las decenas de turistas que llegan cada día para atravesar el viaducto de 63 metros de altura sobre el piso, a más de 4.200 sobre el nivel del mar y con una longitud de más de 200 metros.

En ese momento cambia todo, desde la música y la velocidad del tren, hasta la respiración de los turistas, que, por la altura, la belleza, el susto o la sorpresa de la gran construcción, contemplan la bonita obra.

Unos minutos después de atravesar el viaducto, compartir con las personas, ver izar la bandera argentina y, si se quiere, comprar algunas de las artesanías, empieza el recorrido de regreso a San Antonio de los Cobres, en plena Puna salteña.

El viaje, que, especialmente en este caso, no sólo es el destino sino el completo recorrido, se va terminando en Santa Rosa de Tastil, centro administrativo de la quebrada del Toro, donde se puede visitar el Museo de Sitio y el Centro de Artesanos.

Cae la tarde con los lindos atardeceres del norte argentino y estamos de vuelta en la estación del tren de Salta a las 8:30 de la noche aproximadamente, el final de un viaje que nos conecta con la vida.

“Al ser humano se le están cerrando los sentidos, cada vez requiere más intensidad, como los sordos. No vemos lo que no tiene la iluminación de la pantalla, ni oímos lo que no llega a nosotros cargado de decibeles, ni olemos perfumes. Ya ni las flores los tienen”, escribió el escritor argentino Ernesto Sábato en una de sus cartas en La resistencia, y eso nos deja el Tren a Las Nubes: un alejamiento de nuestros monótonos días y una conexión con lo que nos da la vida.

* Invitada por Destino Argentina.

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