Es el tesoro del Caribe pintado de azul. La arena tibia se cuela atrevidamente por entre los dedos. El mar, que da vida a cientos de especies, se extiende sin afanes y bajo tímidos murmullos se desnuda ante los ojos de amantes, niños y pobladores. El cielo, al que se le antoja a diario vestirse de colores, no sabe de tristezas ni dolores. Allí, donde cada quien encuentra su paraíso, la felicidad nunca muere.
El ensueño de Aruba surge en las playas, que adornadas de palmeras, ofrecen un espectáculo sin igual. Una de ellas, Palm Beach, catalogada entre las mejores del mundo, es dueña de más de seis millas de arenas blancas, aguas cristalinas y una rica variedad de corales y especies exóticas. Perfecta para el descanso, pero también para la diversión.
Sin importar el mes, las corrientes marinas se prestan para practicar windsurf, jet ski, kayak y esnórquel. Al sumergirse, un paisaje de estrellas de mar, peces loro, esponjas y arrecifes revelan la grandeza del Atlántico.
Otros escenarios naturales también descrestan por su belleza. Al exotismo de playas como Arashi, Boca Catalina, Boca Grande y Rodgers se suma la majestuosidad de Natural Pool, un oasis delimitado por rocas y caminos áridos que dieron origen a este paraje de aguas turquesas, en la costa norte de la isla.
Sin embargo, el mar no es el único protagonista. Una vasta reserva ecológica se extiende por el 20% de Aruba. Arikok National Park es el hogar de especies nativas como la cascabel, el búho Athene, el periquito y un sinnúmero de iguanas, lagartijas y aves migratorias que viven libres entre árboles frutales.
En medio del paisaje se dibuja la capital, Oranjestad, una ciudad de contrastes. Sus edificaciones aún conservan los vestigios de la colonización holandesa, palpable en fachadas coloridas y detalles en madera que se mezclan entre tiendas, casinos, cafés y hoteles de lujo que se reinventan constantemente para atraer la atención de más viajeros.
De noche, la Aruba natural duerme y la urbe se viste de luces, de merengue y regué, contagiando de alegría y entusiasmo el alma de los visitantes, que después de unos cuantos días en la isla se convierten en verdaderos embajadores del país ante el mundo.