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Del puente a la bahía

Es un centro tecnológico importante, una región para el libre pensamiento y una ciudad en donde la sorpresa es lo habitual.

Juan Carlos Piedrahíta B.*
29 de enero de 2013 - 09:20 p. m.
El Golden Gate es una de las infraestructuras características de la bahía de San Francisco.  /123rf
El Golden Gate es una de las infraestructuras características de la bahía de San Francisco. /123rf

Lo sorprendente de San Francisco comienza desde arriba. El ejercicio parece sencillo en esta ciudad del estado de California. La única exigencia es mirar hacia el cielo y mover la cabeza de un lado al otro hasta que la colección de rascacielos se vea interrumpida por puentes, construcciones genuinas con las que la región ha continuado su crecimiento y ha consolidado su carácter conectivo.

Los edificios no son, ni mucho menos, homogéneos, pero sí mantienen una uniformidad estética, que a veces está determinada por su relación con las imponentes estructuras colgantes que se pueden observar desde diversas estaciones estratégicas.

El puente más famoso, el legendario, el que ha sido escogido como escenario de cientos de películas de Hollywood, es el Golden Gate. Esta construcción a veces parece sostenida por nylon desde el firmamento, y después de ocho décadas de levantado lo único que requiere es de una mano de pintura para seguir con su imponencia y, sobre todo, para contrarrestar el óxido propio de una bahía, por su proximidad con el océano Pacífico.

El Golden Gate es una de las cartas de presentación de San Francisco. Es incluso más representativo que su centro empresarial y hotelero, Union Square, en donde tienen sede academias de artes y grandes compañías que se pelean el dominio en la venta de insumos para desarrollos tecnológicos. Sin embargo, no es el puente más largo, ni mucho menos el de mayor circulación diaria. Ese lugar lo tiene, desde hace varios lustros, el Bay Bridge. El monstruo con cinco carriles para ir y el mismo número para el regreso se puede ver desde cualquier sector del centro y ya hace parte del paisaje californiano.

Entre el cielo y su espejo por excelencia, el mar, está el Bay Bridge, sin importar el paso del tiempo y sin hacerle caso a las voluntades del viento. Este puente comunica sin obstáculos a San Francisco con la isla de Yerba Buena y de ahí permite el tránsito expreso hacia Oakland. Por esos carriles transitan a diario más de 600.000 vehículos, algo así como si la mitad del parque automotor de Bogotá se desplazara en exclusiva por esa compleja infraestructura cuyo contacto con la tierra es mínimo.

Una vereda de cemento con excéntricas pinceladas de naturaleza viste cada lugar diseñado para ver la belleza de la bahía y para ser testigos de una obra de alta arquitectura, que no sólo se impone por sus características estéticas, sino por el beneficio y el desarrollo que ha traído a todo el sector, eliminando barreras y, claro, acortando distancias.

Debajo de estos puentes tan famosos como prácticos cualquier cosa puede suceder. Corre agua, circulan vehículos y sobre todo evoluciona la cotidianidad de la urbe que se ha ganado el lugar de ser la más respetuosa de las diferencias sexuales entre los seres humanos. San Francisco es un espacio de respeto a la diferencia de pensamiento y allí la comunidad LGBTI tiene ganados todos los derechos. La ciudad se ha acostumbrado a acoger a personas de todas las nacionalidades y ha encontrado en las diferencias su fortaleza para sobresalir en una potencia mundial.

The Japantown tiene toda la intención de seguirle los pasos a Chinatown, un barrio en el que los orientales comandan. El idioma es el chino, los almacenes tienen sus carteles en mandarín y estar ahí es como visitar el país más poblado del mundo, pero más económico y con menos horas de vuelo. La cultura china se estableció allí desde hace cientos de años y ha servido de ejemplo para que inmigrantes orientales escojan a San Francisco como su lugar de vivienda. Ahora es muy frecuente encontrar a personas de Taiwán, Mongolia y Corea realizando las labores que antes hacían los latinos. Camareros, aseadores, obreros y botones, sin importar el número de estrellas del hotel, tienen todos un uniforme parecido y en sus rostros priman los rasgos orientales.

A Chinatown se puede llegar, como a casi cualquier rincón de San Francisco, en tranvía, un sistema de transporte que se ha vuelto prácticamente un símbolo de la ciudad. El lugar queda en una pendiente y desde allí se alcanza a divisar buena parte de la bahía. De alguna manera marca el tránsito entre las casas típicas de San Francisco, construidas durante las décadas de los 60 y los 70, y los rascacielos que caracterizan el centro empresarial y tecnológico.

A quince minutos de Chinatown se encuentra otros de los escenarios que hacen única a la bahía. El lugar se llama Sausalito y es todo un descubrimiento porque después de subir una montaña no muy alta, simplemente, aparece. Se deja ver como una población tranquila, más bien adulta porque sus pobladores son mayoritariamente pensionados. Las artesanías, los objetos raros, aquellos que no se encuentran en el supermercado de dimensiones incalculables que es Estados Unidos, se pueden conseguir allá. La atmósfera es reposada, con restaurantes en los que la urgencia no existe, ni mucho menos las cartas de comidas rápidas. Sausalito es una construcción similar a Usaquén, con la posibilidad de adquirir antigüedades y la seguridad de una buena mesa.

En San Francisco, California, sorprenderse es habitual. Hay planes para los expertos en tecnología por su cercanía con Silicon Valley, pero también para los amantes de la cultura y de la naturaleza. En realidad, lo único que hay que hacer es mirar para arriba y empezar a bajar la mirada.

 

 

* El periodista visitó San Francisco por una invitación de Proexport.

Por Juan Carlos Piedrahíta B.*

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