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India: la flor de loto

El país ideal para encontrarse a sí mismo, acallar el espíritu, exacerbar los sentidos con una gastronomía única y ser feliz sin razón. Recorrido por uno de los paraísos asiáticos.

Fabián Peraza Diosa / Especial para El Espectador
24 de noviembre de 2013 - 07:09 p. m.
El lago de Jaysalmer se vislumbra luego de recorrer el árido desierto de Rajastán. / Fotos: 123rf
El lago de Jaysalmer se vislumbra luego de recorrer el árido desierto de Rajastán. / Fotos: 123rf

India, histórica y misteriosa, país de los grandes contrastes, de una diversidad cultural, lingüística y geográfica realmente increíble. Su belleza no se puede pensar ni soñar. Está en los límites de lo inimaginable.

Esta ‘flor de loto’ atrapa a sus visitantes con un aire místico que emborracha los sentidos. El paso del tiempo ha dejado huella entre sus caminos, el paso marcado de los que algún día vinieron y a la fuerza intentaron imponer sus costumbres convirtiéndola en un lienzo pintado por artistas de diferentes estilos (incluyendo a los propios).

No sólo ofrece destinos para visitar, sino también experiencias únicas que se quedarán por siempre como imágenes titilantes en la memoria de los turistas. Acampar en el árido desierto de Rajastán, sin nada en el horizonte más que la inmensidad de la arena y un cielo totalmente estrellado; viajar en el tren suburbano Mumbai, pasar por los puentes de raíces vivas en Cherrapunji, tomar un safari en elefante en Jaipur, hacer senderismo por el Valle de las Flores en el Himalaya, arriesgarse a hacer la meditación vipassana durante diez días seguidos, surfear en el mar junto a las playas de Orissa y disfrutar del festival de música electrónica Sunburn en Goa.

Las ciudades en India están interconectadas por vías férreas, lo cual facilita el acceso a muchos lugares a un precio bastante económico, ideal para turistas de mochila. Disfrutar de los festivales es una oportunidad imperdible para la cultura occidental, pues en su mayoría son de origen religioso y para su celebración el país se engalana con los más coloridos adornos, el carisma del pueblo, su misticismo y la buena energía. Algunos de los más representativos son el Holi, Ganesh Chaturthi, Navrati y Diwali.

Definitivamente algo que no puede pasar inadvertido es la cocina, en la cual se ve reflejada la diversidad y la mezcla de culturas que enriquecen los sabores indios. La mayoría están íntimamente relacionados con el uso de especias y una gran variedad de verduras. Este es el paraíso prometido para quienes han optado por el vegetarianismo. Desde alimentos como los dals (legumbres sin piel), curris, curds (yogur sin sabor), lassis (yogur con jugos de fruta y agua), chatnis (salsas condimentadas), panner (queso sin sabor) y achars (encurtidos); hasta sus acompañamientos como el rotis (pan), las chapatis (tortillas) o una gran variedad de arroz convierten cada comida en una experiencia sensorial irrepetible.

También existen opciones para los no vegetarianos, eso sí, la carne de vaca no es una alternativa, pues es sagrada. En India se considera desagradecido asesinar y alimentarse de un animal que da la leche del cual provienen muchos otros productos. En cambio se puede disfrutar del pollo, preparado de distintas formas, como a la tandori o mezclado con curri y especias. Otra opción es consumir pescado o cordero. En ciertos lugares es posible conseguir carne de cerdo, pero no es tan común.

Lo cierto es que regalarse unos días en India termina cambiando la manera en la que se concibe la vida e incluso la muerte. Es un paraíso multicultural, que ofrece diferentes perspectivas, y en donde es posible acallar el espíritu sin mucho esfuerzo. India nunca dejará de sorprender.

Por Fabián Peraza Diosa / Especial para El Espectador

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