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Innsbruck, tesoro alpino

Fue ciudad imperial de los Habsburgo y hoy es uno de los centros de esquí más importantes de Europa, además de la capital del Tirol, la región de los Alpes que mejor conserva sus tradiciones y riquezas naturales.

Igor Galo / Especial para El Espectador
16 de julio de 2014 - 04:43 a. m.
Swarovski da la bienvenida a su mundo de cristal. Un imponente museo en donde se exhiben sus joyas. En Innsbruck queda una de las fábricas más grandes de la marca. / 123rf
Swarovski da la bienvenida a su mundo de cristal. Un imponente museo en donde se exhiben sus joyas. En Innsbruck queda una de las fábricas más grandes de la marca. / 123rf

Innsbruck, la cuarta urbe más grande de Austria, muestra en otoño su mejor cara gracias a una amplia oferta cultural, gastronómica, comercial y de actividades de montaña.

Sus paisajes, los mismos que hicieron que Maximiliano I se mudara de Viena para convertirla en capital del Imperio, son quizás el mayor atractivo. En la plaza central se encuentra el Tejado de Oro, que el emperador construyó con 2.657 tejas bañadas en el preciado metal, la Torre de la Ciudad y el Palacio Imperial. Quienes deseen conocer más a fondo la historia de Innsbruck no pueden perderse el Museo Panorama, una pintura de 1.000 m² que representa la batalla de 1809 entre tiroleses y el ejército napoleónico, y el estadio Bergisel, sede de los Juegos Olímpicos de Invierno, en donde cada 3 de enero se realiza la famosa competencia de saltos de esquí.

Como ocurre en casi todas las ciudades austríacas, ir de compras es un gran plan. La calle Maria-Theresia es la vía principal para ello, con dos inmensos centros comerciales: Kufthaus Tyrol, diseñado por el famoso arquitecto británico Chipperfield, y Rathausgalerien, del arquitecto francés Dominique Perrault.

A menos de 10 minutos se toma el funicular y teleférico Nordkette, que sube hasta el pico Hafelekar, a 2.250 metros de altura. El recorrido, que tarda poco más de media hora, arranca en la estación del Palacio Imperial. La primera parada es Hungerburg, o el Castillo del Hambre, en el que a pesar del nombre se encuentra un restaurante y la entrada al teleférico que asciende hasta Seegrube, una estación a casi 2.000 metros que ofrece una increíble vista sobre el valle de Innsbruck.

Si el tiempo y el bolsillo lo permiten, vale la pena conocer las aldeas de la región. Un paseo inolvidable para el que no es indispensable tener carro. El tranvía número 6 sube hasta localidades como Igls o Lanse, repletas de rutas señalizadas para trekking, mountain bike o e-bike, un tipo de bicicleta con motor eléctrico que se alquila en las oficinas de turismo y facilita subir las cuestas a personas poco deportistas.

Durante el recorrido sorprenden el lago Lanser See y un campo de golf con vista a los Alpes. La capital del Tirol puede combinarse con un recorrido para conocer otras urbes europeas igual de extraordinarias que se encuentran a sólo dos horas en auto: Múnich, Venecia, Salzburgo y, un poquito más lejos (cerca de cuatro horas), la imponente y clásica Viena.

 

Por Igor Galo / Especial para El Espectador

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