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La violencia que desde los años 80 ha sacudido con fuerza a este departamento del norte del país, inevitablemente dejó cicatrices que se sienten en el turismo.
A pesar de la riqueza natural de Córdoba, de la calidez de su gente, de la alegría de sus fiestas tradicionales, de la variedad gastronómica y de los paradisiacos lugares para bucear y disfrutar del paisaje que dibuja la desembocadura del río Sinú en el mar Caribe, las personas que se animan a escoger este destino para pasar unos días de descanso no son tantas como deberían.
Sin embargo, resulta gratificante hablar con quienes han tenido la oportunidad de vacacionar en este rincón de Colombia y comprobar la sorpresa que les causó cuando descubrieron sus playas de aguas cristalinas, vieron tortugas de color blanco nadar entre los botes, se levantaron escuchando el canto de los pájaros, tocaron decenas de petroglifos, comprobaron la existencia de un volcán de lodo y comprendieron que las balas no lograron silenciar la espontaneidad de la gente ni tampoco a la naturaleza.
El viaje a Córdoba se puede hacer en avión, pues hay varias frecuencias diarias a Montería, la capital, o en carro, aunque el trayecto, si se sale del centro del país, es bastante largo y agotador. A la hora de planear el itinerario la recomendación es incluir los principales atractivos y evitar viajar solo a lugares poco conocidos y habitados.
Una parada obligada es el Parque Nacional Natural Paramillo. Ubicado en el sur del departamento, en sus 460 mil hectáreas habitan águilas blancas, osos congo, monos colorados, dantas, azulejos montañeros y cotorras, entre otras especies. Durante el recorrido se pasa por diversos pisos térmicos y se observa una gran variedad de vegetación. Caminarlo es un plan que disfrutan especialmente los amantes del ecoturismo.
De hecho, Córdoba es un destino para entrar en contacto con la naturaleza y dejarse cautivar por sus maravillas. La mayor parte del departamento se encuentra sobre la inmensa llanura del Caribe, que incluye los valles formados por el paso de los ríos Sinú y San Jorge. El resto es montañoso. Pero, en general, en todas partes el calor es sofocante y la comida es a base de carnes de res, cerdo y pescado. Uno de los platos más apetecidos es el sancocho de bocachico, que entre sus ingredientes incluye yuca, ñame, ají e incluso coco.
La arquitectura colonial de la ciudad de Lorica resulta fascinante, al igual que bucear en Isla Fuerte, participar en el Festival de Cometas de San Bernardo del Viento, visitar el volcán de lodo del municipio de San Antero o pescar langostas en Puerto Escondido. Este caserío, fundado en 1854 por familias que venían de las islas de Barú, en Cartagena, llegó a ser uno de los principales pueblos de la costa.
Hoy, además del Festival del Bullerengue, que se celebra cada mes de junio para recordar una de las expresiones culturales de los esclavos durante la Colonia y cuyo origen viene de África, llama la atención por una réplica en miniatura de la escultura que hizo de Simón Bolívar el artista italiano Pietro Tenerani y que se exhibe orgullosa para el deleite de sus visitantes.
Las islas flotantes en la ciénaga de Arcial y el municipio de San Andrés de Sotavento, con sus artesanos autores del famoso sombrero vueltiao y extraordinarios objetos hechos con caña flecha, son otros imperdibles de este viaje fuera de lo común.
Aunque la posibilidad de alquilar una cabaña o disfrutar de un acogedor hotel hacen confortante la experiencia, lo que prima es la posibilidad de adentrarse en sus paisajes y liberarse de prejuicios y temores para simplemente disfrutarla.